El pasado día 4 del presente mes, en el Diario Información leía dos noticias relacionadas con el sector del calzado que me causaron furor y tristeza. En especial la dedicada a Momad Shoes, que se publicaba en una de sus páginas, en la que se leía: «El calzado y la marroquinería mantienen su ritmo exportador. España exportó 142 millones de pares de zapatos en 2015 por valor de 2.720 millones de euros, lo que representa un crecimiento, en valor, del 10,63% respecto al año anterior». Por otra parte, en la primera página de las noticias sobre Elche se indicaba: «La policía investiga si el taller de calzado con un menor herido grave cumplía las normas». Se precisaba además: «Al parecer, la víctima se encontraba en el interior de un pequeño habitáculo de obra manipulando colas y disolventes que provocaron una deflagración y la rápida expansión de las llamas».

Contemplé, estupefacto, el día anterior, en un programa de debate de la televisión local, como una señora que había trabajado toda su vida en el calzado, denunciaba que, en sus más de treinta y tantos años de vida laboral, apenas había cotizado. Pero, además, aseguró que, en la actualidad, existen zonas en la ciudad donde cientos de mujeres trabajan como aparadoras en talleres clandestinos y que, en algunos casos, son transportadas en furgonetas a esos lugares, sentadas entre bolsas de «faena».

Desde hace algunos años, estamos viendo como la clandestinidad, la economía sumergida y la precariedad laboral, lejos de reducirse, como correspondería a cualquier economía occidental en el siglo XXI, van en aumento. Los espectaculares crecimientos en las ventas y los beneficios empresariales de estos años en el sector no se están trasladando a la sociedad, en este caso la ilicitana, a través de mejoras laborales y dignificación del empleo. Es por tanto, lógico, que en cuanto otros sectores con mayor estabilidad y menor precariedad laboral repunten y demanden mano de obra, muchas de las personas que actualmente trabajan por necesidad en el calzado, marcharán encantados.

Ya va siendo hora de que una de las principales actividades económicas de la ciudad comience a poner orden en su mercado laboral, cumpliendo la normativa y dignificando el trabajo. Se deben establecer mecanismos para que, desde la recepción de los pedidos, su distribución a terceros para las distintas fases de la fabricación y la recepción del producto terminado, se controle el cumplimiento de la normativa vigente: empleados dados de alta, instalaciones adecuadas dentro de la legalidad, normas de seguridad, etc.

En toda actividad debe haber un cierto equilibrio y el beneficio que se obtiene debe tener un doble objetivo: el empresarial y el social. El empresarial a través del dividendo que obtiene el empresario y socio, y el social que en primer lugar debe repercutir en la mejora de las condiciones laborales de quienes trabajan para la empresa.

Si en estos momentos de bonanza en la industria del calzado no se actúa con determinación para acabar con esta situación, dentro de unos años los empresarios del sector lamentarán la oportunidad perdida, pues como indicaba antes, en cuanto otros sectores repunten la desbandada será terrible.