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Miseria sobre miseria

Una persona sin recursos que pide en el centro ha sufrido ya una quincena de asaltos en el barracón en el que malvive, mientras aguarda un trabajo y ayudas que no llegan

El barracón de Jerónimo.

El caso de Jerónimo Leal, que sobrevive pidiendo limosna en el centro de Elche, no es, lamentablemente, infrecuente. Puede ser uno de los 30.000 «sin techo» que hay en España. Puede ser porque no hay cifras exactas, no existe un registro o un estudio exhaustivo por parte de un equipo sociológico que vaya cuantificando uno por uno los pedigüeños en la calle. Así, por tanto, lo dejaremos es que es una más de las decenas de miles de personas que, pese a la aparente recuperación del país, continúa sin poder tener un techo decente ni tampoco un contrato de trabajo. Son marginados en toda su crudeza.

Pero Jerónimo se hace con la gente. Le conocen los religiosos, el personal de la farmacia de la esquina, las trabajadoras de las tiendas cercanas, los repartidores de la panadería próxima... Tanto tiempo sentado en un lateral de un portal acaba por convertir familiares las caras, y transformar un saludo y una sonrisa en un intercambio posterior de palabras.

Unos días está más contento que otros. No molesta y trata de mostrar siempre buen humor y de presentarse aseado. Sin embargo, la procesión va por dentro.

Más de una vez asegura haber estado tentado de tirar la toalla. En todos los sentidos. De manera definitiva. Uno no se puede imaginar los fantasmas que se le pueden pasar por la cabeza a este hombre cuando se está tan al margen, cuando se convive con una sensación de absoluta soledad tantos días y cuando se ve pasar a la sociedad media consumista entrando y saliendo de tiendas, manejando sus vehículos, o ensimismados en el móvil, mientras unas pocas monedas acompañan al cristo de su cesto.

Ve pasar los veranos y los inviernos con la esperanza de conseguir un alquiler asequible y de generar ingresos con cualquier cosa que le ofrezcan. Esos son, de momento, sus dos grandes sueños.

Desde hace tres años y medio vive en un barracón cerca del Hospital del Vinalopó. En verano se abrasa del calor, y ahora, en el invierno, el frío se lo come.

Tras pasar mañana y tarde con el cesto para recoger monedas y su cartel, regresa a su «hogar» con la esperanza de que todo esté en su sitio, tal y como lo dejó. Pero no.

Recientemente volvieron a entrar en sus humildes dependencias y, por si fuera poco, además de robarle lo poco de valor que tenía, le revolvieron toda la ropa y le causaron distintos daños, de poca trascendencia, pero muy significativos para él que apenas tiene posesiones.

Jerónimo, de 55 años y antiguo vigilante de seguridad, calcula que es la decimocuarta vez que le entran en «casa» y no sabe cuántas veces ha comprado un candado nuevo para la puerta o ha tenido que volver a pedir algo de ropa.

«Tres trajes que me dieron en Navidad se los han llevado. Me han quitado dos bicicletas que me dieron y lo poco que saco es para lavarme la ropa», declara vencido por la situación, que se repite demasiado periódicamente.

Asegura que no sabe por dónde tirar. «Me deniegan los papeles del paro; cuando consigo entrar a una casa pagando un alquiler al final nunca sale; y mi edad tira para atrás a quien quiera contratarme», indica.

Sin luz, sin agua y con una radio que le hace compañía, Jerónimo apenas duerme durante las noches. Permanece intranquilo por si entran a robarle otra vez y estando él en el interior. No quiere compartir piso porque sabe que la convivencia es muy compleja.

En los últimos días tenía algo de ilusión por si le daban respuesta con respecto a un alquiler. «No me han llamado», lamentaba, con una mirada de desesperación que hace pensar en un arrebato que ojalá nunca se produzca.

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