El segundo de los ensayos generales del Misteri llevó anoche a la basílica de Santa María contratiempos en la escenificación. La Mangrana, restaurada este año después de un siglo, abrió sus ocho alas tan sólo de forma parcial con lo que el ángel descendió del cielo con el rostro algo tapado.

La aparición del aparato aéreo en torno a las 22.50 horas por las puertas del cielo más cerrado de lo habitual llamó la atención de los espectadores, al igual que en el momento del ascenso. En el último tramo del recorrido para regresar a lo alto del templo, la Mangrana también tuvo dificultades para cerrarse. Desde el Patronato del Misteri aseguraron que la Mangrana se encuentra «en perfectas condiciones», aunque para este segundo ensayo los tramoyistas cambiaron los cordones que sujetan el aparato aéreo, algo que sucede de manera habitual durante el ciclo de representaciones, según aseguraron desde el órgano rector.

Momentos después de esta incidencia, una avería eléctrica provocó que el cadafal se quedara sin iluminación durante más de un minuto, lo que dejó a oscuras algunas escenas (tal y como se puede apreciar en la imagen de anoche). Tras estos instantes los focos volvieron a funcionar y la representación del Misteri continuó su desarrollo. Así, la basílica de Santa María también fue ayer testigo de rotaciones entre los cantores de la Capella en papeles de peso. Tanto fue así que, Antonio Caballero interpretó por vez primera a Santo Tomás, al igual que Pepe Guilabert se estrenó en el Ternari, junto a Javier Piñol y José Antonio Román.

Mientras que, Carlos Castillo vivió una noche memorable con su aparición en la historia del Misteri como bajo en la Judiada. Un mismo sentimiento compartieron los escolanos Salvador Irles y Pablo Zapata que intervinieron por primera vez en las representaciones como Àngel de Mantell.

La Festa también caminó de la mano de unas de las noches más calurosas de los últimos años. El propio mestre de Capella, José Antonio Román, describe este verano como uno de los más fuertes que se recuerdan. Por ello, el movimiento incesante de los abanicos en cualquier espacio de la basílica acompañaron con fuerza a los cantores desde principio a fin.