Lleva casi toda la vida en el órgano de Santa María. A los 17 años ya "ayudaba" a Salvador Román en las tareas de organista. En 1958 se convirtió en el organista oficial de la basílica y en 2006 fue designado, con licencia del Obispado, como organista con carácter vitalicio.

En su currículum aparece una larga lista de estudios, oposiciones, cursos de formación..., pero su gran pasión ha sido siempre y sigue siendo la música.

¿Qué significa ser organista de Santa María?

Para mí es un honor, pero sobre todo me permite estar más en contacto directo con la Virgen. Cuando toco las salves hay unos adornos que aporta el órgano que los hago a mi manera y que me permite mantener un diálogo con la Mare de Dèu. Es la expresión máxima.

¿Lo que más le apasiona es la música religiosa?

Soy organista de parroquia. Con la música religiosa se pueden hacer filigranas. La música es una terapia fenomenal y es parte de mi vida. Por ello, es esencial sentir y vivir lo que se interpreta para que llegue al auditorio. Hay que poner sentimiento, expresar las cosas. El mejor regulador de la música es el corazón.

Y ¿qué papel le queda al público que acude a Santa María?

A mí me gusta mucho el floclore y las tradiciones ilicitanas y una de las cosas que más me emociona es que el pueblo se convierta en un coro más y cante con nosotros.

Después de 53 años ¿aún le quedan ganas de tocar?

El año pasado tuve que hacer de barítono en las salves. La música es mi vida.