El primer libro publicado en España sobre la profesión de sepulturero o enterrador , un oficio que es tan frecuente como desconocido, fue presentado ayer en la librería Ali i Truc. "De cuerpo presente. Vida, anécdotas y curiosidades de 13 sepultureros" escrito por el periodista y fotógrafo, Jesús Pozo, traslada al papel una serie de entrevistas a sepultureros de gran parte de España, entre ellos el ilicitano Manuel Aguilar.

El libro, según su autor "pretende dar una visión del mundo funerario español a través de los sentimientos de estos trabajadores, en un país donde existe un gran miedo a la muerte". Jesús de Pozo, director de la revista "Adiós", una publicación oficial de la Empresa Mixta de Servicios Funerarios de Madrid, S.A., dice sentirse sorprendido en cierta medida por las conclusiones de su trabajo, que podría considerase incluso como antropológico. Entre ellas figura que ninguno de los entrevistados quiere, al morir ser enterrado y sí que los incineren. Otra, que ninguno llega a este trabajo por vocación y sí con desgana o necesidad. Después con el paso de los años, no lo quieren cambiar por ningún otro, añade. Finalmente, explica Pozo, con sus testimonios "se desmantelan" las creencias populares y tan arraigadas en España acerca de que en los cementerios se producen fenómenos paranormales y misteriosos.

En la presentación del libro participaron además del propio autor la escritora y periodista, Nieves Concostrina, así como Manuel Aguilar, sepulturero de Elche durante los últimos 20 años.

Aguilar fue elegido para el libro por trabajar en el cementerio de Elche que recientemente cumplió 200 años y adonde llegó el autor del libro para hacer un reportaje de la efeméride.

"Mi testimonio refleja las sensaciones y vivencias que, como enterrador percibo cada vez que se produce un óbito" explica Manuel Aguilar. Y recuerda "con estrés y angustia" su participación en el entierro de dos menores y su madre, muertos a manos del padre y esposo. También recuerda otros momentos no tan trágicos como el caso de la muerte de un anciano cuyo hijo estaba en la prisión de Ocaña y se le dio permiso para asistir al enterramiento. Una vez en el cementerio y a pesar de estar escoltado por agentes de la Guardia Civil el preso se introdujo en el nicho junto al ataúd de su padre y se negaba a salir de allí porque quería estar con su progenitor. Ante esta situación "le dije a los agentes que si no quería salir se tapaba el nicho y todo resuelto" relata Aguilar. "Al escucharlo salió rápidamente sin ayuda de nadie" añade.

Opina, al igual que el autor del libro, que la publicación"tiene un carácter humano" y rompe una lanza a favor de los enterradores para que "todo el mundo sepa que no somos gente nada rara".