"El Mediterráneo" es la segunda obra que Vicente Vela dona al Museu d'Art Contemporani d'Elx, después de que en 1979 cediera "Un lugar más allá de la violencia". ¿Cómo se cruza un pintor nacido en Algeciras con una ciudad como Elche?

En 1979, cuando doné la obra "Un lugar más allá de la violencia", llegué a través de amigos como Arcadi Blasco y ahora, más recientemente, he conocido a otras personas, como Javier Badenes. Además, paso mucho por Elche, ya que es una ciudad que me gusta mucho y, por eso, pensé que éste podía ser el mejor lugar para "El Mediterráneo".

¿Cuál ha sido la evolución experimentada desde que pintó "Un lugar más allá de la violencia" hasta llegar a "El Mediterráneo"?

Hay una trayectoria de más de 30 años de trabajo. De hecho, se puede ver como en los años sesenta y setenta estaba más preocupado por la violencia y el cosmos, y, al mismo tiempo, eran obras más elaboradas. Sin embargo, "El Mediterráneo" es un cuadro más suelto, más libre y con más color. Al final, son 30 años de pintura, de exposiciones y de vivencias, y eso, poco a poco, te hace ir evolucionando, pero al igual que evoluciona cualquier otro ser humano en cualquier faceta a lo largo de la vida.

Esa evolución, sobre todo en los últimos años, se ha producido al margen de modas. ¿Moda y calidad son incompatibles?

No sé si son incompatibles, pero lo cierto es que en estos momentos me dan igual las modas. Cuando uno es joven, siempre intenta seguir las modas, y yo también lo hice en mi primera etapa, pero eran obras muy abstractas. Luego, uno recapacita y aprende a disfrutar más con la pintura, y a hacer obras más meditadas y con más sabiduría. En mi caso, para llegar a un cuadro, hago muchos bocetos porque es un modo de ir encontrando formas. El pintor, al final, acaba siendo una especie de alquimista que, con la transmutación de los elementos, también se transforma a sí mismo.

En una ocasión dijo que el diseño en España está perdiendo su identidad e incluso que ya no tiene ninguna personalidad. ¿Mantiene su vigencia esa afirmación?

Por supuesto. La gente ahora viaja fuera, visita muchas exposiciones y, al final, acaba copiando. Sin embargo, cuando yo empezaba, por ejemplo, la gente de fuera venía aquí y veía que los abstractos tenían una raíz española y lo podían comprobar en la idea dramática de España que se reflejaba en las obras. En la actualidad, el arte está muy corrompido y adulterado, quizás por la globalización, pero también porque la gente joven lo quiere conseguir todo muy rápido. Ya no dedican tiempo a la formación y creen que el arte es la idea en sí y no el resultado final. Incluso basta con que alguien diga que una cosa es arte para que así se le considere, y da igual que sea una silla rota o un conjunto de camas de soldado. En cualquier caso, y aunque será algo que juzgarán los que vengan detrás, creo que ésta es una etapa de transición.

¿Cuál sería el prototipo de ese espíritu español del que habla?

Es complicado hablar de un prototipo. No obstante, el arte español se caracteriza por una forma de ser y pensar y por una estética que podrían estar muy bien representadas por Valle-Inclán o Lorca en la literatura y por los clásicos en la pintura.

En varias ocasiones ha confesado el dolor que le produce desprenderse de sus obras...

Sí, porque las obras forman parte de uno mismo. Sin embargo, es importante donar cuadros a los museos porque es una forma de que lleguen a la gente. Es más, cuando mis obras aparecen en subastas siempre las compro para donarlas a algún lugar en el que se puedan ver.

El poeta Francisco Brines destacó su capacidad para convertir sentimientos negativos como la deshumanización, la violencia o el dolor en belleza. ¿Cómo lo logra?

El dolor, si se mira detenidamente, puede ser bello. Cosas terribles se han convertido en belleza a través del arte. Incluso es más complicado plasmar la alegría que el dolor, y eso se aprecia muy bien la obra de Goya.

¿Cómo acaba un artista como usted diseñando el logotipo de la firma de Loewe?

El diseño siempre lo he hecho para divertirme. En el caso de Loewe, llegué a través de un amigo arquitecto y, jugando y jugando, acabé haciendo ese logotipo, que me ha permitido viajar y hacer muchas cosas. Al final, ha sido una forma de realizarme como persona. Un artista no puede limitarse a pintar cuadros y Leonardo es un buen ejemplo.

En el campo de la escenografía se codeó con dramaturgos como Antonio Gala o Buero Vallejo. ¿No le tienta volver?

El mundo del teatro es muy atractivo, pero también cuenta con poco dinero. Incluso en la época en la que yo lo hice no siquiera estaba pagado. Sin embargo, hoy es más complicado, porque ha evolucionado mucho y hay más de negocio.