Carl Honoré, el máximo precursor del Movimiento Slow, una corriente que recorre Europa desde hace más de una década y que propone pisar el freno en el día a día para ganar en calidad de vida y racionalizar mejor el tiempo, llegó ayer a Elche. El escenario fue el congreso Citymarketing, que se cerraba, tras tres intensos días.

¿Cómo se aplica la filosofía Slow al concepto de ciudad?

El Movimiento Slow se basa en hacer las cosas con calma y tranquilidad, y aplicado a la ciudad implica la modificación de los espacios urbanos y la apuesta por las zonas verdes, la instalación de bancos o el sistema de bicicletas públicas, por ejemplo, con el fin de conseguir un espacio más tranquilo y humano para que los ciudadanos ganen en calidad de vida. Las ciudades han experimentado en las últimas generaciones un desarrollo muy cortoplacista, pero es necesario pensar a más largo plazo y siempre desde una postura ambientalista.

¿Cómo encajaría la ciudad de Elche en ese Movimiento Slow?

El casco antiguo de Elche, por lo que he podido ver, está hecho para caminar y para ir en bicicleta, y eso habría que conservarlo e ir ampliándolo. Además, Elche puede ofrecer calidad de vida y la posibilidad de realizarse en el mundo del trabajo. No obstante, sería interesante que el Ayuntamiento también planteara un debate con respecto al uso de tiempo, porque aquí, como en otros lugares de España y de Europa, la gente se queja de que no tiene tiempo, pero 24 horas son muchas horas. Este debate permitiría conocer cuáles son las prioridades de cada uno, y darnos cuenta de que lo importante es hacer menos pero mejor, y privilegiar lo importante y no lo urgente.

¿Cómo se puede implicar a los ciudadanos en ese debate que reivindica?

Impulsando un cambio en las relaciones con el sistema político. Gracias a las nuevas tecnologías, los sistemas políticos se están abriendo, y eso podría permitir que entraran en el debate. De hecho, tanto políticos como ciudadanos se quejan de falta de tiempo, por lo que hay mecanismos para que las dos partes puedan trabajar de forma conjunta, por ejemplo, a través de talleres o exposiciones. No basta con votar cada cuatro años, hay que participar y estar comprometidos con lo que nos rodea.

¿Y hacia dónde nos debería conducir ese encuentro entre políticos y ciudadanos?

A mí me gustaría que nos llevara a reorientar las prioridades de la sociedad, que en estos momentos son el crecimiento económico y el consumo desorbitado. De hecho, la crisis actual es consecuencia de esa adicción al consumo.

¿El Movimiento Slow no suena a utopía en pleno siglo XXI?

Puede parecer una utopía, pero eso no significa que no haya que hacerlo y que no sea importante continuar luchando para cambiar el mundo. Es más, no hace mucho pasó algo parecido con los movimientos feministas, que han permitido que la situación de las mujeres avance mucho en poco tiempo. Todos sabemos que hay algo que no funciona en esta sociedad, pero tenemos miedo y hay inercias. La revolución Slow será lenta, pero las bases están ya ahí.

¿Cómo se compatibiliza el Movimiento Slow con la productividad en tiempos de crisis?

No son incompatibles. Al contrario, el Movimiento Slow potencia la productividad y la creatividad porque tenemos más tiempo para reflexionar y para hacer las cosas bien. No por trabajar más horas una persona se convierte en mejor empleado.