El ambulatorio San Fermín cumple el próximo 31 de octubre sus "bodas de oro". El edificio, el mismo que todavía está en funcionamiento en la calle Jorge Juan, fue construido por el Instituto Nacional de Previsión para dar atención sanitaria tanto a la población ilicitana como a la de Crevillent, con lo que las crónicas periodísticas de la época catalogaban "los adelantos más modernos". Aquel edificio de cuatro plantas, que luce en su fachada principal una escultura de la Sagrada Familia, costó 14 millones de pesetas de la época.

Sin duda, la apertura del ambulatorio supuso un paso importante en la mejora de la sanidad ilicitana, aunque los trabajadores de la época recuerdan que, sobre todo al principio, los ilicitanos preferían acudir a las consultas privadas de los facultativos.

La inauguración oficial de las instalaciones contó con la presencia de Carmen Polo, quien aprovechó su visita a Elche esos días para asistir a las representaciones del Misteri coincidiendo con el X aniversario de la proclamación del dogma de la Virgen de la Asunción. El acto reunió a una importante representación de las autoridades políticas y eclesiásticas de la época, entre otras, con la del obispo Pablo Barrachina, que bendijo la obra. Ya entonces, el ambulatorio (que se llamó San Fermín en homenaje al ministro de Obras Públicas) ofrecía atención no sólo de medicina general, sino también de todas las especialidades médicas.

Protagonistas

Maruja Ballester fue una de las primeras enfermeras que llegó al ambulatorio procedente de la "casa" de salud que entonces funcionaba en la calle Sagasta (hoy Hospital). "Era una maniática del orden y me decían que era muy recta, pero las relaciones con los demás siempre han sido excelentes", asegura Maruja, quien ocupó durante siete años el puesto de enfermera jefe.

También Jaime Antón se incorporó a los pocos días de la apertura al ambulatorio como asistente (para convertirse hasta su jubilación en celador) y Concha López se convirtió en una de las primeras médicos de familia de San Fermín. "Teníamos una pileta de agua en el patio y venía un señor de Orihuela periódicamente con un sarnacho para traernos las ranas con las que se hacían las pruebas del embarazo, y la calefacción se encendía con cáscara de almendra hasta que llegó el gasoil", recuerda Jaime.

La doctora López afirma que, "al principio de la apertura, no había avalancha de pacientes como pudiera pensarse porque la gente prefería ir a las consultas privadas aunque tuviera que pagar. Estaba mal visto que la clase media fuera allí y al principio daba vergüenza". Concha López recuerda que fue duro ser la primera mujer médico en el centro y que, como mandaban los cánones, se prohibía a las enfermeras acudir pintadas o con pantalones al trabajo.

En San Fermín se hacía Cirugía. Por ejemplo, Jaime Antón recuerda cómo cogía a los niños inmovilizándolos con una sábana para operarlos de amígdalas o el modo en el que el neuropsiquiatra aplicaba a sus pacientes terapias de electroshock en la consulta, "algo que como yo era muy niño me impactaba".

Tanto Concha como Maruja y Jaime destacan la excelente dotación material que el ambulatorio tenía en aquellos años y la vocación de servicio del personal que se incorporó al centro. Sin embargo, todos ellos tienen una cierta espinita clavada considerar que, con los años, el ambulatorio ha sido bastante "maltratado" por todos.