Comenzada a levantar en las últimas décadas del siglo XVII por un arquitecto viejo, italiano, asentado bastantes años atrás en España, Francesco Verde, en la concepción de Santa María convergen las dos grandes líneas que conforman la arquitectura barroca española.

La primera, el inmovilismo, la secular tendencia a repetir lo que otros hicieron. En este caso, en la nave, la vieja planta del Gesú, ideada por Vignola casi cien años antes, pero tan cercana visual y constructivamente a las del gótico de estas tierras, que se podían hacer sin cambiar nada; con galería alta y ¡girola! (un elemento medieval que estaba muerto y enterrado desde hacía cien años). En definitiva, copiemos San Nicolás de Alicante, ¡trazada setenta años antes! Eliminemos la más nimia insinuación de decoración, cuando el mundo se estaba llenando de ella, y mantengamos el estilo de Serlio, nacido casi ciento cincuenta años atrás.

Concepción

Como signo de modernidad, modifiquemos tan sólo la relación arco sobre arco en las capillas y la galería alta por dintel sobre arco. Estos son los mimbres que la arquitectura mantendrá vivos en Santa María ¡hasta 1727!

Era tan antigua su concepción que le parecerá moderna a un arquitecto neoclásico, Marcos Evangelio, treinta años después de haberse terminado. Como en el caso de San Nicolás de Alicante, era tan grande el edificio y tardó tanto tiempo en construirse, que rubricó este rumbo arcaizante como rasgo distintivo del barroco en la diócesis.

La segunda, la decoración. Lo opuesto a la arquitectura. La modernidad más radical.

Si el primer ejemplo arquitectónico del empleo en España de la columna salomónica (la maravillosa invención de Bernini en el baldaquino de San Pedro) es el altar mayor de la catedral de Valencia, la gran obra de Juan Pérez Castiel -realizada entre 1674 y 1682- coincide en las fechas con la portada de los pies de nuestra iglesia, obra de ese estraburgués, Nicolas Bussy, que se autoproclama discípulo de Bernini, pero con la diferencia a favor de Santa María del buscado efecto de sorpresa (tan querido por el barroco) de una fachada retablo, esbelta, con las columnas del primer cuerpo en triángulo buscando el efecto de sorpresa, cuando se accede a ella desde las estrechas callejuelas que arrancan del carrer Major de la vila, hoy en parte perdido por esa horrorosa Plaza del Congreso Eucarístico, que se cargó la visión de la Santa María barroca, al igual que hizo su maestro con la elipse de la Piazza San Pietro, antes que desgraciadamente Mussolini abriese ese horror que es la Via della Consiliazione.

Por último, una feliz coincidencia, la rococó y maravillosa doble cúpula que diseñó Lorenzo Chápuli -mirando al presbiterio de Santo Domingo de Orihuela- para la entonces anodina capilla de comunión, que ideó Juan Fauquet y comenzó a levantar Evangelio; y que la convierte en uno de los mejores ejemplos de arquitectura española del XVIII, pese a los adornos neoclásicos que impuso José Gonzálvez de Coniedo, que por cierto no le sientan nada mal.

Rafael Navarro Mallebrera es archivero municipal