El Cementerio Viejo de Elche es un camposanto singular desde el punto de vista arquitectónico y cultural. Su historia arranca en 1811, cuando la fiebre amarilla obligó a abrir zanjas a las afueras de lo que entonces era la ciudad para poder sepultar a quienes morían masivamente a diario. Casi doscientos años después, el Ayuntamiento trabaja en el acondicionamiento no sólo del recinto, sino también de nichos y panteones de ilicitanos ilustres, cuyo recuerdo permanece silencioso en letra grabada sobre lápidas de mármol.

El concejal de Servicios, Carlos Ávila, se convierte por un día en cicerone improvisado por el Cementerio Viejo, descubriendo la última morada de 33 nombres destacados de la historia de la ciudad. El recorrido bien podría ser una ruta de personas ilustres y no se descarta que en el futuro se puedan editar folletos en los que señalizar dónde están las tumbas de personalidades locales como el historiador Pedro Ibarra Ruiz, a la entrada, a la izquierda, o Luis Gonzaga Llorente, alcalde de Elche, fallecido en 1895.

A estos nombres se suman los de Blas Valero, en la calle San Salvador, hijo ilustre de Elche; o el de Sor Josefa Alcorta y Uranga, fallecida en 1925, superiora durante 49 años en el Hospital de la Caridad. El camposanto cuenta con su héroe particular, Ramón Lagier, el capitán Lagier, medalla de plata de Francia por sus servicios y distinguido por Guillermo de Prusia por su heroísmo marítimo.

El músico Alfredo Javaloyes descansa en un nicho de la calle Santa María en el que no hay referencia alguna a su composición del Abanico, algo similar a lo que sucede con el conocido anarquista "Germinal", Domingo Miguel, cuyos restos también reposan en Elche. Estando vivos forjaron la historia contemporánea de la ciudad, muertos son un testigo mudo para todos aquellos que quieran recordarles.