Arquitecto y

académico

S on de otro tiempo. En todos los países pobres ganan partida estos primeros tanteos de la arquitectura, hasta que una esponja inmensa los borra del mapa, cuando el ser humano encuentra mejores técnicas constructivas.

El tapial se da en porciones de caliente presencia allá en los sitios donde los desiertos campan y no existe la piedra. En España, en el campo de la meseta castellana y, en el Norte de África, junto a la blanda llanura del Magreb. Es un muro que se levanta sólo con tierra apisonada, muro que guarda el color siena tostado del campo y que nos recuerda a cada instante la tenacidad del hombre. Extenso y vertical se va rindiendo poco a poco, y hoy día quedan pequeños vestigios de su presencia, cual esos seres viejos que pretenden todavía mantenerse en pie.

De semejante técnica primitiva se pasa luego al muro ejecutado con tabletas, logradas amasando tierra y secadas al sol. Fábrica que se anuncia como el muro de adobes.

Mas recurramos a la piedra. La albarrada, por otra parte, aparece donde imperan los canchales. Blande su omnipotencia como pared de piedra colocada en seco. Arranca su cuerpo bajo la estabilidad tranquilizadora de sus mampuestos. Todo en ella resulta potente y marcando equilibrio. Pero, con el correr de los tiempos, ha perdido su uso constructivo y descansa en el olvido.

Cito todos estos ejemplos porque deseo llegar a un nombre, perdido también en la historia de la arquitectura: el «trespol». Es más, voy a persistir en su técnica, dado que la palabra suena en algunos escritos como cierto modo de construir el terrado, en la zona levantina. Aunque también dicho nombre significa, para el pueblo valenciano antiguo, simplemente la referencia al techo de una casa.

Debo ahora confesar, como arquitecto observador, que he tenido alguna ocasión de tropezarme con viviendas veteranas del barrio del arrabal de Elche, las cuales mostraban desafiantes aún, su cubierta de trespol. Y entonces comprobé que se trataba de una argamasa hecha de cal y gravilla, con la que se cubría la cubierta leñosa, para formar un techo pisable.

Quiero, pues, limpiar este nombre «trespol», porque adivino que os aparecerá muchas veces en los libros que hablen de las construcciones antiguas valencianas. Sin ir más lejos, cuando se describe la iglesia gótico-renacentista donde se representaba nuestra Festa en los siglos XVI y XVII.

Dice Pomares Perlasia , tras el conocimiento recibido de los libros de Juntas Parroquiales existentes en el archivo de Santa María, que «la nave era rectangular y al fondo existía el presbiterio hexagonal elevado, donde había un retablo para el altar mayor; las capillas laterales y el presbiterio tenían columnas nerviadas que se dirigían hacia arriba terminando con arcos apuntados y tramados y, entre ellos, bóvedas de piedra plana y yeso; unas cubiertas de tramado de madera y una terraza de "trespol", a donde se llegaba a través del campanario».

Luego tal párrafo confirma lo usual que resulta la palabreja. Así que, a partir de ahora, ya podremos mascullar la palabra «trespol», con plena y clara conciencia.

Y ahora me pregunto: ¿Cómo sería la representación en esa iglesia citada. Se sabe que en ella ya se utilizaban los aparatos aéreos, así que la tramoya obligaría a taladrar el «trespol» -que luego se cerraría con adobes- y a perforar también la bóveda gótica colocando en el hueco una trampilla que lo cerrara. Así lo describí en un dibujo pertinente. Por eso he recordado hoy, esta tercera iglesia gótico-renacentista que estaba cubierta con trespol. q