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Que viene el lobo...

El Elche ha flirteado en varias ocasiones con los puestos de descenso sin ningún atisbo de cambio. La luz roja todavía no se ha encendido, pero el color ambar de precaución empieza a deslumbrar

Que viene el lobo...

Hay una fábula muy famosa para niños sobre un pastor que estaba cuidando las ovejas en el monte y alertó gritando: «El lobo, que viene el lobo...». Sin embargo, cuando otros pastores y los vecinos del pueblo acudieron a la montaña en su ayuda se lo encontraron acostado placidamente bajo la sombra de un árbol y argumentó que había sido una broma. La historia se repitió por segunda vez y, de nuevo, resultó ser una gracia. Hasta que en la tercera ocasión apareció el lobo de verdad, nadié acudió a socorrerlo, y mató a las ovejas.

Ojalá esa fábula no tenga parangón con lo que está sucediendo en el Elche. Son ya varias ocasiones en las que el conjunto ilicitano está flirteando con acercarse a los puestos de descenso, aunque, de momento, la luz roja no se ha encedido, pero la de color ambar ya ha avisado en más de una ocasión.

Los directivos del Elche no se han decidido a dar un paso drástico (llámese destituir al entrenador Alberto Toril), a pesar de que ha rondado su cabeza en varias ocasiones. Incluso, algunos consejeros como Jaime Oliver viene reclamando un relevo en el banquillo desde hace tiempo. De momento, el presidente, Diego García, y el directivo, Ramón Segarra, han frenado los atisbos de cambio, aunque no esconden que tienen el miedo en el cuerpo.

Su razonamientos son: Primero y principal porque no encuentran en el mercado un técnico de confianza al que vean capacitado para cambiar la dinámica y la mentalidad de la plantilla. Y cualquiera que pueda llegar ahora va a exigir una temporada más de contrato. Segundo, porque ven a los futbolistas del lado de Toril. Y tercero porque no quieren endolsar el «marrón» al preparador del filial, Vicente Parras, al que ven un técnico de futuro y que todavía tiene al Ilicitano con posibilidades de alcanzar la promoción de ascenso después de una remontada espectacular con seis victorias consecutivas.

El pasado sábado se estuvo a punto de colmar el vaso de la paciencia. Incluso Diego García, Segarra y el director deportivo José Luis «Chuti» Molina bajaron al vestuario del propio entrenador y mantuvieron una charla con él.

La imagen ofrecida por un equipo que ya no tiene ningún patrón de juego, que se viene abajo al mínimo golpe y al que a la presión empieza ha hacer templar las piernas preocupa y mucho. Más si cabe todavía sin ver al pastor (Toril) arengar a sus ovejas (futbolistas) desde el banquillo.

El técnico cordobés ha demostrado ser una buena persona, educada y correcta. Pero en el mundo del fútbol se requieren más cosas y más en Segunda División. Se viene viendo desde hace mucho tiempo y así lo estamos reflejando en esta páginas -algunos (la mayoría) se están subiendo al carro últimamente porque no pueden negar la evidencia, a pesar de su defensa a ultranza del fútbol «preciosista» de Toril- que al Elche de la presente temporada, a pesar de tener un buen elenco de mombres le faltan muchas cosas que son perentorias en Segunda División.

En esta categoría es fundamental no encajar goles (recuerden el Elche de los récords de Esbribá), es imprescindible el equilibrio defensa-ataque (recuerden las palabras de Jagoba Arrasate el pásado cuando desveló que sabía que podía hacer daño por el medio), saber jugar un tipo de partido en los que jugar mejor o peor no importa y el resultado está por encima de los románticos del balón (recuerden los halagos tras la victoria en Reus), saber derribar los esquemas de equipos que se encierran atrás (comparen los partidos del Sevilla Atlético y del Numancia». Todo ello ha sido algo que este Elche no ha sabido hacer o sólo ha hecho en mínimas contadas ocasiones, a pesar de que, y hay que reconocerlo, ha deslumbrado en algún que otro encuentro con buen fútbol y goles.

Una categoría traicionera

La categoría de plata del fútbol español es muy traicionera y, normalmente, hay equipos que cuando se meten en una situación difícil, a la que no están acostumbrado, les cuesta sangre, sudor y lágrimas salir.

De momento la soga no aprieta mucho. Pero quedan todavía ocho jornadas y 24 puntos por disputar. El sábado, los ilicitanos visitan al Valladolid, que tampoco está para tirar cohetes y después del varapalo de ayer frente al Sevilla Atlético (6-2) se juega su última bala para alcanzar la promoción de ascenso, algo que voló de un plumazo de la cabeza de los franjiverdes, a pesar de haber tenido innumerables ocasiones de meterse de lleno por la pelea.

Nadie quieren pensar en llegar a las últimas jornadas jugándose la vida. Un descenso podría ser un golpe mortal para la entidad. Los avisos han sido varios y esperemos que, a diferencia de la fábula del pastor y el lobo, al final, quede en una broma y el animal feroz no aparezca, porque estonces de nada servirá lamentarse y la dentellada sería mortal y el futuro del club ilicitano estaría en peligro.

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