Mucho se ha escrito y se ha hablado del desequilibrio que ha sufrido el Real Madrid con las salidas de Di María y Xabi Alonso. Cayó con estrépito en San Sebastián y se mostró impotente en el Bernabéu ante un Atleti dominante. Las alarmas se encendieron en el club de la Castellana. Críticas a la planificación, al banquillo. Resultaba extraño ver que el campeón de la Champions solo había cosechado tres puntos de nueve. El lavado de imagen comenzó con el Basilea y concluyó el sábado pasado en Riazor. Nada como lograr seis puntos metiendo 13 goles (de 22 remates) en dos partidos para apaciguar los ánimos del respetable. El 2-8 frente al Dépor es la mayor goleada blanca a domicilio en la historia de la Liga. El potencial de la joven plantilla (con una media de edad de 26 años) es descomunal. Si deciden ponerse a jugar como equipo pocos rivales les podrán hacer frente. Ahí reside el reto más importante al que se enfrenta Carlo Ancelotti: lograr el equilibrio en un colectivo de estrellas. En Coruña lo consiguió, situando a Illarramendi en la medular, pasando de un 4-3-3 a un 4-4-2. Habrá que ver si Modric se pone a tono y es capaz de dotar de pausa al once. El croata dispone de una panorámica del juego mágica. Otra cosa es su rendimiento defensivo. Si le meten en cintura, Illarra se lo cree y Kroos asimila los mecanismos que posee Alonso, la sombra del tolosarra se disipará. Lo que es evidente es que la plantilla del Madrid rezuma talento. Además, catorce de los veintiún integrantes poseen contratos para cuatro, cinco y seis años. Es decir, si la cosa no se tuerce en la convivencia y el entrenador no se acomoda este equipo puede marcar una época. Sí, los demás también juegan, pero los mejores futbolistas están en el Real.