Muchos grandes logros, en el deporte y en la vida, dependen con frecuencia de los pequeños detalles. Sin caer en el victimismo arbitral, será muy recordada en Elche la anulación del gol legal a Pelegrín que habría supuesto el empate poco antes del descanso. Ocho minutos antes, el auxiliar sí dejó seguir la jugada en el arranque del tanto del Granada cuando la línea del fuera de juego -que tampoco existía- era casi idéntica a la de la acción invalidada. Son cosas del fútbol, un deporte incomparable en el que una delgada línea roja separa la gloria de la decepción. Decepción que no fracaso porque el Elche cayó de pie, luchando hasta el final con orgullo y respeto por el escudo y la afición. En un partido volcánico y desbordante de emoción, se quedaron los de Bordalás a un centímetro del cielo después de remar contracorriente durante la última hora del partido tras el gol visitante. Fue un ejercicio agónico el de los franjiverde, más encomendados a la fe y al coraje que al fútbol de elaboración y al rigor táctico. Comenzó bien el Elche, con las líneas adelantadas y Kike Mateo en el enganche para dar más vuelo al juego, pero su dominio fue engañoso: los ilicitanos tenían el balón, pero la sensación de peligro la daba el Granada, muy ordenado en el repliegue y con mucha pólvora en la media punta -Collantes, Orellana y Benítez-. Como suele ocurrir, el gol visitante descolocó al Elche, que se volvió más impreciso, atenazado por los nervios y la presión, pero no se rindió. Ganó enteros el equipo con la entrada de Palanca y, alentado por un espectacular Martínez Valero, se hizo con el mando del partido y acorraló al Granada, aunque con más corazón que ideas. Frente a la amenaza de la contra, los franjiverde se volcaron y Xumetra logró el gol de la fe y el empuje, pero esta vez la suerte no acompañó en 10 minutos finales de infarto. Maldita línea roja.