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Brexit, patada a seguir

Si fuera un británico partidario de la salida del Reino Unido de la UE, no estaría muy contento en este momento.

Brexit, patada a seguir

Empezábamos la semana con el anuncio de que se ha alcanzado un acuerdo político para establecer un periodo de transición, entre finales de marzo de 2019 y el 31 de diciembre de 2020, tras la salida de Gran Bretaña de la UE.

Eso puede parecer una buena noticia, pero depende de para quién, porque el Reino Unido, para conseguir «ganar» 21 meses adicionales como si, en la práctica continuara en la Unión, ha tenido que ceder en todo aquello que le ha planteado Bruselas: deberá pagar la factura de su salida, aceptar las demandas sobre los derechos de los ciudadanos europeos (lo que también será de aplicación, en las mismas condiciones que tienen los que ya están, a quienes lleguen al Reino Unido durante el periodo transitorio), deberá cumplir estrictamente la normativa europea, sobre la que ya no podrá decidir y, al menos transitoriamente, aceptar el no establecer una frontera dura entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, lo que, de hecho, significa que la primera permanece en el mercado único y en la unión aduanera. En definitiva, un auténtico varapalo para los «hooligans brexiters».

¿Qué es lo que puede motivar tanta concesión por parte del gobierno conservador, que, sin duda, generará problemas en su grupo parlamentario y que pone en riesgo el apoyo de los unionistas del DUP, necesarios para lograr la mayoría?

Es difícil estar completamente seguro, pero no parece demasiado arriesgado aventurar que Theresa May está «comprando» tiempo. Necesita mostrar que se avanza hacia una solución especial que garantice un estatus singular de relación entre Gran Bretaña y la UE, una vez que la primera abandone a la segunda. Pero no será sencillo, más bien todo lo contrario. Este acuerdo político no es más que «una patada a seguir».

Sin duda, el asunto más difícil de resolver finalmente será el de la frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda. El gobierno irlandés, con el claro apoyo de la Unión, exige que se respeten los acuerdos de Viernes Santo, que pusieron fin a un largo y sangriento conflicto. Pero es muy difícil cumplir con esta exigencia sin que Irlanda del Norte, de hecho, no tenga un estatus jurídico distinto del resto de Gran Bretaña, y eso es algo que, a su vez, debilitaría la posición de los unionistas norirlandeses, ya que éstos exigen, como es lógico desde su posición política, que exista igualdad en la regulación para el conjunto del Estado.

Pero tampoco será fácil que, como pretende la primera ministra británica, pueda alcanzar un acuerdo comercial singular antes de que finalice el periodo transitorio ahora acordado, o incluso antes de que termine marzo del 19. Sin embargo, la mayoría de los 27 restantes miembros de la Unión, con Alemania y Francia a la cabeza, consideran que si el Reino Unido se autoexcluye de la unión aduanera y del mercado único, la única relación posible es aquella que esté basada en un tratado de libre comercio entre las partes, como por ejemplo, el suscrito con Canadá, cuya negociación y acuerdo costó bastantes años. Si uno lee detenidamente los discursos de la señora May desde diciembre del pasado año, se da cuenta de que, implícitamente, está reconociendo que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea sólo puede causar daño, para todos, pero particularmente para el Reino Unido, y por ello todos sus esfuerzos se dirigen a intentar minimizar el daño. ¿Dónde están, pues, las grandes ventajas económicas que le iba a reportar el Brexit?

Todo parece indicar que, a medida que va pasando el tiempo, una parte cada vez mayor del pueblo británico se está dando cuenta de que la campaña del referéndum de 2016 desarrollada por los partidarios de salir, fue un gran engaño, diseñado de forma consciente. Quienes prometían el paraíso al salir de la UE, decían que liberados del proteccionismo burocrático de ésta, el Reino Unido volvería a ser un gran imperio comercial, contradiciendo todos los datos históricos. Efectivamente hubo una época en la que el Reino Unido fue la primera potencia comercial del mundo: una época en la que eran ellos los que imponían las reglas, perjudicando al resto de los países y, particularmente, a sus colonias. Pero desde el final de la II Guerra Mundial, las normas básicas ya no las han dictado los británicos, y su comercio fue un auténtico fracaso hasta que, precisamente, se incorporaron a las Comunidades Europeas. Incluso en el supuesto de que finalmente consigan un buen acuerdo comercial con la UE, seguro que será mucho peor que la relación actual, con un acceso absolutamente privilegiado a un mercado de casi 500 millones.

Es falso que el Brexit vaya a generar un beneficio económico a Gran Bretaña; antes al contrario sufrirá una pérdida significativa. Y, consciente de eso, la señora May quiere llegar a alcanzar la mejor posición dentro de lo que, de por sí, será malo. Es difícil de comprender este absurdo, salvo que lleguemos a la conclusión de que la primera ministra es muy débil, tanto personal como políticamente, y por tanto no sea capaz de dirigirse a su pueblo con franqueza y plantearle las «verdades del barquero»: cuando uno se equivoca, lo mejor es rectificar.

¿Es inevitable que, finalmente, culmine el Brexit? Según la primera ministra, seguro: sin complejos tautológicos lo ha explicado con una simplicidad aplastante: «El Reino Unido va a salir de la UE, porque va a salir de la UE». Visto muy desde fuera, creo que aún a estas alturas están abiertas todas las opciones: desde que finalmente pudiera haber un segundo referéndum, hasta que la salida se produzca sin ningún tipo de acuerdo.

El gobierno está obligado a someter a la ratificación del parlamento los acuerdos a los que finalmente llegue con la UE, o bien, la ausencia de tales. ¿Qué sucede si no se produce esa ratificación? Los conservadores no tienen mayoría Lo dicho: el acuerdo de esta semana, no es más que una patada a seguir.

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