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Visto así...

Un poco de amor propio por favor

a gran final de la NBA fue sin duda la de 1984. Los Celtic contra los Lakers. Larry Bird contra Magic Johnson. El baloncesto tradicional de los de Boston frente al juego rápido y técnico de LA. La eliminatoria iba empatada a uno después de los dos partidos en el Garden de Boston. Ya con el factor campo a favor, el equipo de Magic y Kareem Abdul Jabbar ganó el tercer encuentro. Dos a uno en la eliminatoria. Los Lakers dieron un repaso a los Celtics en aquel tercer partido ganando por más de veinte puntos. Y fue entonces, al acabar el partido, cuando Larry Bird, - ese jugador casi albino con bigotito poco aficionado a hacer declaraciones a la prensa- soltó aquello de que «Hoy hemos jugado como una banda de nenazas».

En inglés, compromiso se puede traducir con dos palabras: commitment y engagement. Pero el significado es diferente si lo aplicamos al compromiso de un empleado con su empresa. El commitment en un empleado es el apego y lealtad a la empresa, sentirse orgulloso de ir a trabajar. Según Porter, el commitment es la fuerza relativa de la identificación del individuo con una organización y su implicación en ella. Pero el engagement es un paso más. El engagement en un empleado es cuando éste muestra interés en su trabajo y está dispuesto a realizar un esfuerzo extra para obtener los resultados requeridos, que proviene de su motivación interna, y sin embargo los beneficios llegan a la organización. Sí, han leído bien, dar cosas a la organización sin exigir nada a cambio. Hacer lo que hay que hacer porque sí, porque es lo que toca. Suena raro decir esto cuando llevamos años envueltos en la cultura hedonista del empleado, donde se habla más de derechos que de obligaciones, que ha eliminado cualquier sentimiento de amor propio. ¿Quién intenta dar lo mejor en sus empresas porque tiene el amor propio de que las cosas vayan bien? Amor propio es engagement.

Reconozcamos que hoy en día una arenga a lo Larry Bird no tendría cabida, le caerían tuits por todos lados. Pero surtió efecto. En el cuarto partido los Celtic iban perdiendo a minutos del final, y es cuando Bird dijo «ni una bandeja más». Los bostonianos, heridos en el amor propio porque su líder que les había llamado nenazas, se pusieron manos a la obra, y al acabar el tiempo muerto se pusieron a dar estopa. «Todo consistió en el trabajo en equipo, los esforzados mineros nos enfrentamos a los millonarios en sus Mercedes, a los abogados en sus trajes de tres piezas y a las estrellas de Hollywood y los derrotamos obligándolos a ensuciarse las manos» dijo Kevin McHale, pívot de los Celtic. El resto ya lo conocen, los siguientes partidos fueron una batalla campal y los Celtic consiguieron ser campeones de la NBA aquel año, a costa de la voz de Ramón Trecet.

Hay que revindicar el estilo Celtic en las organizaciones. Hablar claro a los empleados. Hay que perder el miedo a la equidistancia. Hay que coger banderas y tomar partido. Ya lo dijo Gabriel Celaya en uno de sus poemas: «Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse». A mancharse tocan, señores expertos en recursos humanos.

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