Baste decir que el auténtico ganador de las mismas ha sido el partido, populista y extremista, denominado Alternativa para Alemania (AfD), que ha entrado, por primera vez en el parlamento federal. Un partido fundado por un grupo de académicos contrarios al euro, y que, tras ir nutriéndose de neonazis, anti inmigrantes y anti islamistas, es hoy un conglomerado heterogéneo y xenófobo, de marcado carácter nacionalista y anti europeo. Que haya conseguido una representación significativa es particularmente relevante en un país tan marcado por el drama de su historia reciente. Alemania ha dejado de ser «la excepción» y, como en otros lugares de Europa, crece la extrema derecha sin complejos.

Los dos partidos centrales del tradicional espectro político alemán, los demócrata cristianos de la CDU/CSU, liderados por la canciller Merkel, y los socialdemócratas del SPD, han obtenido el peor resultado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aun así, es cierto que ambos podrían mantener una gran coalición -la opción más estable de gobierno- pero el candidato del Partido Socialdemócrata se apresuró a anunciar que el SPD pasaría a la oposición.

Seguramente, desde la perspectiva del SPD, esa es la opción más racional, porque pondrá en serias dificultades a los demócratas cristianos, que sólo podrán, en su caso, formar un gobierno débil, y a ellos les permite intentar renovar su discurso, y presentar una auténtica alternativa para 2021, o antes si Merkel no puede finalizar la legislatura.

Descartado el mantenimiento del pacto de la última legislatura, las opciones se reducen a dos: o bien un acuerdo entre demócrata cristianos, liberales y verdes, o bien un gobierno en minoría. La primera de ellas, conocida popularmente como coalición Jamaica, será difícil de articular, si tenemos en cuenta las notables diferencias -incluso abiertas contradicciones- entre sus respectivos programas electorales. Los liberales del FDP, que tradicionalmente han sido europeístas, ahora tienen un líder que se está refugiando en posiciones muy defensivas y se manifiesta abiertamente contrario a cualquier posible avance en la integración política y financiera de Alemania en la UE. Por el contrario, los Verdes son partidarios de una Europa Federal.

Si no fuera posible formar esta coalición, la CDU/CSU no podrá tener mayoría en el Bundestag y, acechados por AfD en su flanco derecho, ante unas próximas elecciones en Baja Sajonia (este mismo mes) y en Baviera (el próximo año), es muy previsible que ese gobierno alemán en minoría girara a la derecha y se alejara de las posiciones que está manteniendo el presidente francés, Emmanuel Macron, cuyo proyecto de mayor integración se vería seriamente dañado.

¿Cómo nos afecta todo esto?

El que la economía de la eurozona esté funcionando mejor de lo esperado puede llevarnos a la confusión. Es cierto que el crecimiento está siendo, ahora, más fuerte en todos los países, incluyendo a Grecia, que ha pasado a registrar números positivos. Podemos quedarnos ahí, o profundizar en la valoración, para comprobar que la situación económica sigue estando lejos de resultar realmente atractiva. Han pasado diez años desde que se iniciara la crisis financiera internacional, y los bancos de la eurozona siguen siendo relativamente débiles, lo que perjudica a las familias y a las empresas, la inflación subyacente está todavía lejos del objetivo de «casi» un dos por ciento, el crecimiento potencial se ve limitado por la evolución demográfica y el irrelevante crecimiento de la productividad.

La mayoría de los europeos sufren una década de pérdidas en sus salarios, porque éstos o se han estancado o han disminuido, con la excusa de buscar competitividad en precios para exportar más. El desempleo, particularmente el juvenil, sigue siendo muy elevado.

Que el nivel de vida medio de los europeos, medido por el PIB per cápita, no se haya recuperado o que la evolución de la zona euro haya sido mucho peor que la de EE UU, no es una casualidad, sino el resultado de una política económica errónea y una gobernanza muy defectuosa. El euro, nuestra moneda común, que nació con la vocación de promover la convergencia europea, lo que realmente ha hecho es incrementar la divergencia, con unos países más ricos y otros más pobres, y, además, generar divisiones políticas.

No estamos igual de mal que estábamos hace cuatro años, pero las políticas económicas y la gobernanza de la eurozona siguen siendo disfuncionales, como consecuencia de la defectuosa arquitectura del euro y del corsé fiscal que, a través de la Comisión Europea, ha venido imponiendo Alemania, impidiendo que un gobierno nacional pueda estimular suficientemente su economía si la situación así lo requiere.

El llamado Pacto Fiscal, trata a cada uno de los países de la zona euro como si fuera independiente del resto, cuando, en realidad, la moneda única nos interrelaciona poderosamente, pero sin que pueda existir una contrapartida fiscal igualmente unificada. En definitiva, el ajuste ha sido profundamente asimétrico, obligando a los países deudores a que corrijan el déficit de su balanza por cuenta corriente, mientras otros han podido registrar, de forma persistente, elevados superávits, sin que se les haya obligado a enmendar tal desequilibrio, ni sean sancionados por ello.

El resultado está a la vista de todos: el capital político del proyecto de unificación europea, que se fue construyendo, paso a paso, durante décadas, está erosionándose a gran velocidad en estos años de crisis, y resulta evidente que se despiertan viejas y lamentables diferencias entre los europeos.

Todo esto es un tremendo error, provocado porque los encargados de la gobernanza europea se están comportando como unos incompetentes, irresponsables y egoístas, lo que ha permitido revivir sentimientos nacionalistas que alimentan populismos destructivos que, si nadie lo corrige a tiempo, terminarán por acabar con el proyecto europeo.

Macron ha vuelto a lanzarle el guante a Merkel para refundar la UE. Está acometiendo profundas reformas en Francia para que su país sea más compatible con el modelo alemán de competitividad, pero a cambio necesita que Alemania modifique sus posiciones, para avanzar en la integración; su gestión será juzgada por su capacidad para flexibilizar las posiciones germanas. Y eso no parece que vaya a suceder con una coalición de la que formen parte los liberales. Creo que solamente resultará viable si, finalmente, fuera posible repetir una gran coalición. Obviamente no a cualquier precio, pero el SPD está en condiciones de exigir la muy importante cartera de finanzas --más ahora que Schäuble ha anunciado que se retira de ese frente, para intentar presidir el Bundestag-- y un mayor nivel de integración en la zona euro.

Complicado, muy complicado; pero deseable.