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¿Está «cambiando cromos» Macron?

Emmanuel Macron prometió reformar el mercado de trabajo francés y acaba de anunciar las grandes líneas de su proyecto

¿Está «cambiando cromos» Macron?

La reforma de la legislación laboral ha estado permanentemente sobre la mesa de los gobiernos franceses, pero ha sido un propósito destinado al fracaso, como consecuencia de las movilizaciones de los potentes sindicatos del país galo. Parece que ahora, el presidente francés podrá sacarla adelante.

El problema es que Francia tiene una tasa de desempleo muy elevada -pero tan solo algo más de la mitad de la española- y la receta para solucionar la enfermedad que, desde hace tres décadas, han dictado los organismos internacionales (FMI, OCDE, bancos centrales, Comisión Europea) es sistemáticamente la misma: flexibilizar el mercado de trabajo. Esa expresión, «flexibilizar el mercado de trabajo», es un eufemismo para eludir que, en la práctica, ese hecho se traduce en facilitar y abaratar el despido, y reducir el poder de negociación de los sindicatos.

Macron ha señalado que lo que pretende es dotar a la economía de mayor vigor y generar puestos de trabajo, y para ello basa la reforma, fundamentalmente, en: por una parte, facilitar la negociación directa entre las empresas y los trabajadores, al margen de los sindicatos, para las empresas pequeñas y medianas, que representan más de la mitad de la fuerza de trabajo, y, por otra, en hacer más sencillo y previsible el despido de los trabajadores, estableciendo unos niveles máximos de indemnización para los despidos improcedentes, eliminando la incertidumbre de las posibles decisiones que adopten los tribunales de arbitraje laboral, y suprimir el requisito, vigente hoy para las grandes empresas, de que los despidos colectivos estén condicionados a los resultados del grupo consolidado a nivel internacional, observando exclusivamente a su rentabilidad doméstica.

Esta reforma irá acompañada de otras en los sistemas que regulan el seguro de desempleo y la formación profesional, con un coste que ya veremos si es o no compatible con la también promesa del presidente de reducir significativamente el gasto público en los presupuestos del próximo año.

Desde una visión neoclásica de la economía, los argumentos favorables a una reforma, por el lado de la oferta, para flexibilizar el mercado de trabajo son impecables. Yo no me atrevería a negar que una norma que pretende facilitar el despido no sea capaz de crear más empleo que lo contrario. Valoremos que si los costes del despido son prohibitivamente altos, las empresas, incluso en un momento de expansión económica, se pensarán muy bien contratar a trabajadores adicionales, por si, cuando cambie la coyuntura, son incapaces, económicamente, de ajustar su plantilla.

Podríamos decir que cuando las cosas van bien, y las empresas quieren crecer, si el despido es relativamente sencillo, las empresas tendrán más incentivos para invertir. Pero en los momentos malos, un despido barato equivale, simplemente a que hayan más, como demostró sobradamente la reforma de la señora Báñez a principios de 2012. Y no existe suficiente evidencia empírica que permita establecer una clara relación entre el nivel de protección al empleo y la creación/destrucción de puestos de trabajo, lo que debería moderar el entusiasmo de los economistas neoclásicos y los políticos conservadores respecto a las virtudes de la flexibilidad del mercado de trabajo.

Pero es que, además, si los economistas fuéramos más modestos y consideráramos la cantidad de conocimiento y sabiduría que pueden aportar otras ciencias sociales, más o menos conexas, y tremendamente útiles para entender el comportamiento de las personas (que, en último término es lo que también pretende la Economía) tenderíamos a ser más prudentes. A este respecto resulta muy interesante la lectura de La economía del bien común, del Nobel Jean Tirole (no confundir con las tesis del economista austríaco Christian Felber).

Disponemos de estudios psicológicos, que demuestran que la regulación normativa del mercado de trabajo tiene una gran importancia en los procesos de aprendizaje y acumulación del conocimiento, lo que influye, de forma muy notable, sobre algo tan esencial para el crecimiento económico, como la capacidad de innovar.

Potenciar la innovación y, como consecuencia, hacer crecer la productividad, depende, por una parte de la tecnología de las empresas, lo que a su vez está en función de lo que popularmente conocemos como I+D+i, pero también del conocimiento y experiencia acumulados por las organizaciones.

Por ello, en mercados de trabajo extremadamente flexibles, como el estadounidense, es muy complicado acumular esos conocimientos, dado que la rotación del personal es muy elevada. Esta es una de las razones por las que la productividad en EE UU ha hecho que su economía haya perdido competitividad respecto a otras economías, como la alemana, particularmente en industrias que podamos considerar más o menos maduras.

Las altas tasas de rotación laboral destruyen la confianza y la lealtad de los trabajadores de las empresas y minan sus incentivos para colaborar en cómo mejorar los procesos, y alimentan que se reserven información para poder utilizarla en empresas de la competencia si son despedidos.

En otros términos, las rigideces en el mercado laboral tienen sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Facilitar y abaratar el despido de trabajadores hace que la innovación sea menos importante, porque permite que las empresas menos eficientes puedan sobrevivir durante más tiempo, sin necesidad de modernizar sus equipamientos y/o la oferta de productos. Mientras que algunas rigideces en el mercado de trabajo incentivan la adopción de procesos tecnológicos más avanzados.

Todo esto implica, en mi opinión, que Macron no tiene, en absoluto, garantizado que, mediante esta reforma estructural que flexibilice su mercado de trabajo, vaya a hacer crecer la economía lo suficiente como para reducir de forma significativa su tasa de desempleo.

Seguramente Macron lo sabe bien y, quizá, lo que realmente esté intentando es cambiar cromos con la señora Merkel para que, esta flexibilización, facilite que el gobierno germano se avenga a impulsar, junto al francés, una reforma importante de la UEM. El presidente francés aspira a implantar un cierto nivel de federalismo fiscal (con un presupuesto y un ministro de finanzas para la zona euro), a completar la unión bancaria, con la creación de un fondo de garantía de depósitos común y a la creación de un fondo monetario europeo, que sustituya al MEDE, dotándolo de suficientes recursos y capacidad de endeudaMi capacidad para confiar en que el mundo cambie a mejor es muy limitada, pero sí mantengo el deseo que no se pierda la oportunidad de que el tándem Merkel-Macron sea capaz de liderar un cambio para avanzar en la unión de los países europeos y, en particular, de los de la zona euro. Puede ser una de las últimas oportunidades.

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