Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El síndrome Juan Belmonte

El síndrome Juan Belmonte

Dicen los entendidos que una de las mejores biografías escritas en castellano es «Juan Belmonte, matador de toros» de Manuel Chaves Nogales. Obra escrita en 1935 que ha interesado tanto a los aficionados taurinos como a los que no lo son. En uno de los capítulos sucede un hecho que me impactó cuando leí el libro. Era una tarde de toros en Madrid donde compartían cartel Juan Belmonte, Joselito y Rafael «El Gallo». El non plus ultra de los carteles taurinos. Aquella era una época en la que España se dividía en dos bandos: Belmonte o Joselito. La innovación taurina del primero, o el toreo clásico llevado a la perfección del segundo. Y cuenta Chaves Nogales que aquella tarde de mayo de 1917, a la muerte del quinto toro, el público estalló en éxtasis colectivo ante las faenas de Joselito y Rafael «El Gallo». Tanto que obligaron a ambos a dar varias vueltas al ruedo. Una tras otra.

Mientras, Juan Belmonte esperaba torear el sexto y último toro de la tarde. Y esperaba sentado en el estribo del burladero. Cabizbajo. Algunos revisteros de la época escribieron que Belmonte estaba abatido ante la imposibilidad de mejorar las lidias anteriores. Preguntaba Chaves Nogales a Belmonte qué pasó por su mente en ése momento. Y respondía el torero que mientras el público aclamaba a sus compañeros de terna, él estaba atareado observando cómo un pelo de la pantorrilla se había salido de la media, y ahí estaba intentado meter el vello rebelde de nuevo en su sitio. Pero lo mejor es la explicación posterior que Belmonte daba de este suceso. Y es que Belmonte, aparte de ser quizás el mejor torero de la historia -de hecho es quien introdujo el estilo de torear que conocemos hoy en día- era una especie de filósofo, y recordaba aquel gesto explicando que las personas, cuando se ven abrumadas o sobrepasadas por una situación, se aferran a cosas o tareas nimias para no hacer frente a las importantes.

Lo mismo sucede en el mundo de la empresa. Conocemos casos de directivos que tienen decisiones graves que tomar y andan enfrascados en cuestiones menores. Y siempre nos hacemos la misma pregunta ¿Es que no se dan cuenta? Pues no. Los acontecimientos a veces superan al directivo y lo bloquean. Ante la decisión de declarar Concurso de Acreedores de su compañía, un empresario me comentaba el cambio que había hecho en los uniformes de sus empleados, tarea a la que había dedicado todo su afán. Daba lo mismo lo que le aconsejara, él estaba solucionando el pelo de la pantorrilla. El «Síndrome Belmonte» podemos bautizarlo. Intentar que estos directivos asuman la realidad es casi siempre un vano empeño. La única solución pasa por apoyar al directivo en sus decisiones intrascendentes mientras se le busca un sustituto que gestione la crisis, si es que todavía queda algo que salvar. Hemos visto a empresas caer porque su máximo directivo ha padecido el «Síndrome Belmonte». Y no hemos podido hacer nada, ya que entramos en el terreno de la psicología clínica. Lo importante es detectar el síndrome y pararlo a tiempo, y para ello basta con analizar el nivel de las decisiones que se han tomado en los últimos tiempos, pero sobre todo las que no se han tomado.

Aquella tarde en Madrid salió el sexto toro, Belmonte saludó de capa a su oponente y empezó a tejer la que los cronistas de la época recuerdan como la mejor faena de Belmonte en su carrera como matador de toros, superando a las que hicieron Joselito y su primo Rafael.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats