Llevaba un folio en la mano con algunas anotaciones que no le hizo falta consultar. Cuando la presidenta del tribunal, Ángela Murillo, ofreció a los acusados su derecho a pronunciar la última palabra antes de dar por finalizada la vista oral, todos lo declinaron con un «no, gracias» excepto la exdirectora general María Dolores Amorós. Visiblemente afectada, la exejecutiva se levantó de lugar que en estas semanas ha venido ocupando en el banquillo de los acusados y se situó ante el tribunal al que aseguró que «siempre» creyó·en la CAM, «en su solvencia y en su potencial». «Durante treinta años me sentí orgullosa de pertenecer a una entidad que destinaba parte de sus fondos a obras sociales. Siempre me esforcé en cumplir con mis funciones siguiendo las directrices del Banco de España y seguro que en este tiempo tomé decisiones equivocadas, pero nunca pensé que estuviera cometiendo un delito», explicó. Prueba de su lealtad a la entidad, dijo, «son los 60.000 euros en cuotas que tengo, que nunca vendí y que no entiendo que se valoraran a cero cuando la caja tenía un patrimonio de mil millones que no afloró». Amorós también quiso que constara su opinión acerca del dinero del que se nutre el Fondo de Garantía de Depósitos, «que no es público sino de entidades bancarias». Y concluyó: «Es muy duró estar ahí, les agradezco el trato que me han dispensado».