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Clase media

Durante décadas, la clase media española representó el auténtico músculo de este país, con sus aportaciones mayoritarias a la caja de la Seguridad Social, su contribución con mayoría absoluta al IRPF, los pagos del IVA o el mantenimiento de la hucha de las pensiones. En buena parte, la clase media sigue ejercitando ese músculo, pero la última crisis económica acabó dañando de tal modo sus tejidos que ha acabado diluyéndose en la enorme brecha social que supura en España. Los menos de aquella portentosa multitud lograron saltar a la casilla de los poderosos; otra parte logró mantenerse y muchos otros, miles de familias, descendieron a los umbrales de la pobreza. El informe de la Oficina de Comercio y Territorio confirma esa terrible distancia. Entre los pocos gastos habituales que casi equiparan a quienes disfrutan del privilegio de un empleo con quienes tienen a la familia en paro, figuran el pan y el embutido (en realidad, bocata de ibérico contra sándwich de chopped). El resto de parámetros de consumo constituyen la radiografía de la diferencia. La herida es muy profunda si hablamos del gasto en ropa, artículos de viaje o complementos del hogar. No crean a ningún gobernante cuya prioridad no sea devolver a los pobres al sitio que les corresponde, que no es otro que el de vivir con dignidad. Resulta sencillo el paralelismo entre esa radiografía de la diferencia y esa otra de la indiferencia que perciben los ciudadanos de sus gobernantes, pero 56.000 embargos hipotecarios en Alicante en menos de una década deberían ser suficientes. La clase media llevó a España a punto de quitar a Italia de un puesto en el G8. Ahora somos la duodécima economía mundial, lo que viene a ser la Segunda B. Y de esta categoría, bien lo sabe el Hércules, no sólo cuesta mucho salir, sino que se corre el riesgo de entrar en liquidación y desaparecer.

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