Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Querrá Merkel gobernar para Francia?

¿Querrá Merkel gobernar para Francia?

Marine Le Pen afirmó durante el debate a dos, previo a la segunda vuelta de las presidenciales, que Francia sería gobernada por una mujer: los electores tendrían que decidir entre ella y la alemana Angela Merkel.

En alguna medida, si valoramos tal afirmación de forma indirecta, no se trata de algo tan descabellado como podría parecer a primera vista.

Afortunadamente, dos tercios de los franceses optaron por la sensatez y la defensa de los valores democráticos, pero la batalla contra el populismo de extrema derecha está muy lejos de ser ganada. Ahora Merkel -o, en su caso Martin Schulz„tendrán que decidir si colaboran a que las propuestas de reforma de la Unión Europea y de la zona euro, que formaron parte del programa electoral vencedor de Emmanuel Macron puedan hacerse, al menos parcialmente, realidad, o si prefieren que éste fracase y el xenófobo Frente Nacional de Le Pen pueda tener muchas más opciones de ganar las elecciones en 2022.

La oferta electoral de Macron, con un gran componente económico, se soporta sobre dos pilares: uno interno, mirando a la propia Francia: propone realizar reformas estructurales, con la finalidad de mejorar la competitividad y, de esta forma, estimular el crecimiento, más una moderada consolidación fiscal que permita reducir los niveles de endeudamiento público. El otro cimiento de su proyecto consiste en reformar profundamente la gobernanza económica europea.

Los planes económicos internos del joven presidente francés tienen un cierto sabor neoliberal: reducir el impuesto de sociedades, recortar puestos de trabajo públicos, mantener el déficit presupuestario por debajo del 3% del PIB y flexibilizar aún más el mercado de trabajo. Más de lo mismo. Paralelamente también ha prometido mantener las pensiones y establecer un modelo de flexiseguridad al estilo nórdico; en otros términos, introducir incentivos basados en el funcionamiento de los mercados, pero combinándolos con un alto nivel de seguridad económica para los ciudadanos.

Si convenimos que el principal problema al que se enfrenta la economía francesa es el de la creación de empleo, que constituye la principal preocupación del electorado francés y que debiera ser la máxima prioridad de la nueva administración, podríamos concluir que sus propuestas «internas» poco podrán hacer en la dirección adecuada, al menos a corto plazo.

Ni tan siquiera establecer, como pretende, un plan de estímulo inversor, en infraestructuras y en medio ambiente, dado lo limitado de su tamaño, conseguirá aumentar el empleo de forma significativa.

Consciente de ello, la aspiración más relevante de Macron es una gran reforma de la gobernanza económica de la eurozona, con un importante salto hacia la unión fiscal, con un tesoro común y un único ministro de hacienda. Un presupuesto común significativo en términos de PIB, financiado con las aportaciones de los Estados miembros y un parlamento para la zona euro que pudiera supervisar la gestión de dicho presupuesto común.

Macron sabe que sin una mayor flexibilidad fiscal en la zona euro y sin transferencias dentro de la misma, es muy poco probable que su programa económico pueda llegar a tener éxito, y también es consciente de que una unión fiscal solamente es posible con un mayor nivel de integración política.

Este programa es, al menos, un camino perfectamente coherente, que permitiría salir de la situación de impasse en la que ha vivido la eurozona, y la UE en general, durante la última década. Pero, ¿es ello posible sin la decidida colaboración de Alemania? Obviamente no y, hasta el momento, el país germano ha venido negándose a cualquier paso hacia la unión fiscal y a mayores niveles de solidaridad para compartir riesgos. Por tanto, si se mantienen las circunstancias actuales, es muy poco probable que el programa funcione.

El problema grave no es lo que piensan los políticos alemanes, sean democratacristianos o socialdemócratas, sino lo que éstos le han inculcado a la población alemana, que ha interiorizado una gran mentira. La opinión pública alemana, mayoritariamente, no considera que la crisis de la zona euro sea un problema de interdependencias, sobre el que los alemanes también tienen una elevada responsabilidad, sino que estima que la crisis está provocada por diferencias «morales»: la virtud de los ahorradores alemanes frente al pecado de los deudores despilfarradores del sur.

No son capaces de entender que es precisamente el exceso de su nivel de ahorro sobre el de inversión, el que origina problemas en otros países. Su sistemático e inmenso superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, hace que sus socios comerciales tengan que sufrir, estructuralmente, un elevado déficit comercial: se trata de un juego de suma cero.

Pero la señora Merkel dice que no puede hacer absolutamente nada para reducir el superávit de la balanza por cuenta corriente, ya que éste depende de elementos que están fuera de su control, como la excelencia de las empresas alemanas y la política monetaria del Banco Central Europeo.

Si ella, o su ministro de finanzas, hubieran leído a Keynes, sabrían que incrementando el gasto de inversión de forma significativa -lo que por otra parte resulta muy necesario para los propios alemanes„mejorando las pensiones y las prestaciones sociales e impulsando un significativo incremento salarial (los salarios, allí, llevan muchos años creciendo por debajo del aumento de la productividad), haría que el nivel de ahorro disminuyera y se incrementara el gasto agregado, por lo que, inevitablemente, se reduciría su superávit, de lo que se beneficiarían sus socios comerciales. O sea, sí pueden hacer ustedes bastante, señora Merkel.

En el caso que nos ocupa: entre colaborar, o no, para reformar profundamente la gobernanza económica de la zona euro y dar un nuevo impulso de integración europea, debieran ser conscientes de que se está jugando con el futuro de Europa. Si Macron fracasara y Le Pen pudiera tomarse su venganza dentro de cinco años, el problema no sería exclusivamente de los franceses, sino de todos los europeos, con un Frexit en alto riesgo.

Las políticas alemanas para hacer frente a la crisis en Europa han fracasado y la mayoría de los ciudadanos europeos está muy cansada de ellas. Si la CDU no está por la labor de cambiarlas, quizá la gran oportunidad de Schulz sea dejar de hacer seguidismo y configurar una oferta electoral, valiente y atractiva, basada en un mayor nivel de inversión, que mejore las deterioradas infraestructuras públicas alemanas, en un significativo aumento de los salarios y en impulsar la integración europea con una reforma de la gobernanza de la zona euro.

Siendo muy optimistas deberíamos esperar, al menos, hasta el próximo otoño para soñar que todo eso puede convertirse en una realidad.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats