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El futuro de la UE, en juego

El futuro de la UE, en juego

El 1 de marzo último, la Comisión Europea presentó el libro blanco sobre el futuro de Europa; algo a lo que se había comprometido Jean Claude Juncker en el último discurso sobre el estado de la Unión, como consecuencia de la salida del Reino Unido.

Juncker ha optado por no mojarse, presentando cinco escenarios distintos y alternativos. En el primero de ellos se plantea «seguir igual», de forma que la UE a 27 se centraría en el programa de reformas de acuerdo con las orientaciones de la Comisión dictadas en 2014. El escenario 2 contempla una marcha atrás, consistente en que, ante la evidencia de que los estados miembros no alcancen acuerdos en un número creciente de materias, regresemos al «mercado único». En el tercer escenario, Juncker plantea que «los que deseen hacer más, hagan más», esto implicaría que la UE, como tal, seguiría funcionando como en la actualidad, pero permitiendo que los estados miembros que así lo deseen puedan avanzar en los ámbitos específicos que deseen y acuerden. El escenario 4 se plantea la hipótesis de que la UE a 27 centre su atención en aumentar y acelerar los logros en lo que defina como ámbitos de actuación prioritarios, pasando a intervenir menos en aquellos en los que considere que la unión no aporta valor añadido; es lo que se ha definido como «hacer menos, pero de forma más eficiente». Por último, el quinto escenario es el que anima a un mayor nivel de integración: «hacer mucho más conjuntamente», porque los estados miembros decidieran compartir más competencias, recursos y toma de decisiones, con mayor rapidez y aplicándolas con mayor prontitud.

Mucho se ha criticado a Juncker por no defender, como presidente de la Comisión, la opción que considere más válida, pasando la «patata caliente» a los jefes de estado y de gobierno de los miembros. Hace tiempo que la Comisión no tiene un presidente con suficiente altura política y capacidad de liderazgo, pero los líderes de los estados miembros tampoco ayudan demasiado, así que su posición es realmente delicada.

Creo que resulta un poco optimista esperar que la próxima cumbre de Roma, en la que se conmemorará el 60 aniversario de los tratados originales, constituya realmente una gran ocasión para relanzar con mayor fortaleza las ideas de los padres fundadores.

Quienes debieran impulsar el proyecto, liderándolo sin complejos, los países más poblados y aparentemente pro europeos -Alemania, Francia, Italia y España- se reunieron el 6 de marzo en Versalles, para intentar tomar una posición común que ofrecer al resto, el próximo día 25. El presidente francés saliente, y anfitrión, dijo, tras la reunión, que «unidad no es uniformidad»: un mensaje para defender la «Europa a varias velocidades», lo que, con distintas palabras, fue suscrito por el resto de los asistentes, en lo que ya podemos considerar como una propuesta para la cumbre.

Se trata de un escenario ampliamente criticado, pero que, quizá y de forma lamentable, sea el único realista en el momento presente.

Todo esto viene a cuento de la anunciada salida de Reino Unido de la UE; pero hay mucho más mar de fondo. Si se tratara, exclusivamente, del Brexit, podríamos tener una visión más relajada sobre el futuro de la Unión. Al fin y a la postre, la salida del Reino Unido podría hacer que la toma de decisiones dentro de la UE pudiera ser mucho más fácil y ágil. Pero, como decía, hay mucho más que la simple salida. Lo primero que debemos tener claro es que quienes votaron a favor del «Brexi» -como quienes han elegido a Trump como presidente de EE UU- son aquellos que se sienten perdedores de la globalización y de las políticas económicas desarrolladas desde los años 80 del pasado siglo. Estamos hablando, simple y llanamente, de los trabajadores. Y no es un fenómeno exclusivo del Reino Unido. Repasemos lo sucedido en Austria o lo que, con alta probabilidad se prevé para Holanda o Francia.

En mi interpretación, el movimiento a favor del desmantelamiento de la Unión, viene a simbolizar una revuelta contra unos mercados desregulados, la desprotección social y el aumento de las desigualdades. Durante demasiado tiempo, por miedo a que los críticos pudieran ser tachados de antieuropeos, ha existido un cierto pacto de silencio contra las políticas que han venido desarrollándose. Pero esto ha constituido un inmenso error, porque la ausencia de crítica por parte de los europeos bienintencionados ha dado lugar a que ese hueco lo hayan rellenado los partidos populistas, que han ido reforzándose. Si el proyecto europeo hubiera reafirmado su credibilidad fortaleciendo a sus bases sociales, entonces los populistas no tendrían fundamento para sus argumentos.

Soy de los partidarios de un rápido crecimiento de un estado federal europeo, porque me parece la perspectiva más atractiva. Sin embargo resulta evidente que, hoy, es muy poco probable que exista un consenso general al respecto, lo que explica la propuesta alemana de una Europa a varias velocidades.

Creo que la inmensa mayoría espera que los populismos nacionalistas de derechas sean derrotados, pero también caben escenarios de auténtica pesadilla: es muy posible que el Partido de la Libertad sea el más votado en los Países Bajos; nadie duda que Marine Le Pen pasará a la segunda vuelta de las presidenciales francesas, y tampoco sería de extrañar que en unas hipotéticas elecciones anticipadas en Italia, el Movimiento Cinco Estrellas fuera el partido más votado. De concretarse los malos augurios, se instaurará un nacionalismo económico, mercantilista y proteccionista, absolutamente dañino. En ese contexto, no es de extrañar que en Alemania, que también celebrará elecciones generales el próximo otoño, existan muchas dudas sobre las campañas que desarrollarán los principales partidos, tanto la CDU de Merckel, como el SPD, en relación con un hipotético cambio de las políticas económicas y la voluntad, o no, de impulsar el proyecto de integración europea. Véase, si no, al ministro Schäuble, volviendo a agitar el fantasma del «Grexit», ante las negociaciones sobre cómo avanzar en el tercer programa de rescate. Para muchos resulta casi increíble que Alemania utilice este delicado asunto, cuando la propia idea europea está en juego.

Hace falta un fuerte liderazgo para demostrar que existen políticas económicas alternativas, que conduzcan a mejores resultados, en términos de crecimiento, empleo y distribución de la renta. El problema no es la UE, el problema es que resulta imprescindible modificar la arquitectura de la construcción del euro, y nos enfrentamos a una Alemania obstinada en considerar que la austeridad es el camino imprescindible para la estabilidad.

Más que nunca, el futuro de Europa está en juego.

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