Si Baleària ya lo tenía complicado para convertirse en la primera naviera en operar una línea regular entre Cuba y Florida por la reticencias de las autoridades de la isla -que llevan más de un año y medio pensándose si conceden los correspondientes permisos-, el cambio de inquilino en la Casa Blanca no parece favorecer, precisamente, los intereses de la compañía dianense. Los responsables de la firma viven estos días con un ojo pendiente de las noticias que aparecen en los medios sobre Donald Trump a la espera de que el magnate clarifique cual será su política con respecto al régimen castrista. Reconocen que una marcha atrás en el proceso de deshielo iniciado por la administración Obama supondría un auténtico revés para sus planes, que tienen en las conexiones de Cuba con sus vecinos uno de sus puntos estratégicos para crecer internacionalmente.

Lo más curioso del tema es que Baleària ya había conseguido todos los permisos de las autoridades estadounidense para operar una línea de ferries de pasajeros y carga entre La Habana y Florida, por lo que había centrado todos sus esfuerzos en convencer al gobierno cubano. Así, hace un año ya planteó la posibilidad de invertir 35 millones de euros en la construcción de una nueva terminal específica en La Habana y en poner marcha un sistema de interconexión dentro de la propia bahía que acoge la capital cubana. Además, el presidente de la naviera, Adolfo Utor, fue uno de los empresarios más destacados que participó en la misión comercial que el pasado mes de octubre lideró el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, con destino a la isla caribeña.

Todo esto podría ahora haber sido en balde si, como muchos temen, Trump endurece su política con Cuba y, como ya ha señalado su secretario de Estado, Rex Tillerson, decide revisar la salida del país de la lista de países considerados terroristas.