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Digitalización y dignidad

El desarrollo de la nueva revolución tecnológica sugiere que podremos vivir un futuro brillante

Digitalización y dignidad

Sin duda tenemos motivos para alegrarnos. Pero esta es solamente una cara de la moneda. Además, incorpora riesgos para el mundo del trabajo. El debate en torno a los efectos de la automatización sobre el empleo se inició, como mínimo, con el movimiento ludista, hace algo más de doscientos años. Actualmente es uno de los temas que ha cobrado nuevo impulso y es de los de mayor difusión; el Foro de Davos lo eligió como el principal tema para su reunión del pasado año.

Los políticos se muestran muy cautelosos sobre las políticas que deben desarrollarse y los científicos sociales intentan «descontar» el alcance de lo que podría constituir una «ruptura social» a gran escala y cómo deberíamos ajustar nuestras estrategias.

El informe «Tecnology at work», de la Universidad de Oxford, cita tres razones por las que se considera que, en esta ocasión, los cambios tecnológicos tendrán efectos diferentes sobre el conjunto de la economía. En primer lugar, porque el ritmo del cambio tecnológico se ha acelerado; pensemos que, en el pasado hicieron falta decenios para lograr difundir algunas importantes innovaciones, mientras que internet se ha extendido a todo el mundo en tan solo siete años, y el abaratamiento de los teléfonos inteligentes va a permitir que en los próximos 13 años se incorporen a la red unas 4.000 millones de personas. En segundo, porque también ha aumentado el alcance de los cambios: las mejoras en los algoritmos posibilitarán que más puestos de trabajo puedan ser totalmente reemplazados por la tecnología, incluyendo tareas que, hasta ahora, se han considerado esencialmente humanas. La OCDE ha estimado que, en promedio, el 57% de los empleos son susceptibles de ser automatizados, porcentaje que se eleva hasta el 77% en el caso de China. Esto implica que los países con salarios relativamente bajos podrán perder su ventaja competitiva, lo que puede animar a las empresas a mantener los procesos de producción «más cerca de casa», dando lugar a nuevos cambios de ganadores y perdedores.

Y en tercer lugar, porque, a diferencia de lo sucedido en el pasado, los beneficios de los cambios tecnológicos no están siendo ampliamente compartidos; durante los últimos 30 años, a pesar de los avances tecnológicos, los salarios medios reales han disminuido, a pesar del aumento de la productividad, dando lugar a un aumento de las desigualdades.

Como resumen, apunta el informe, cabe esperar que, del ritmo, el alcance y la desigual distribución de los beneficios, los cambios tecnológicos generen un gran desafío para las sociedades occidentales.

Aunque no exista unanimidad, podríamos decir que sí hay un cierto consenso en que el efecto neto de la creación/destrucción de empleo será negativo; es decir, la automatización destruye más puestos de trabajo de los que crea. Numerosos autores prevén que prácticamente todos los servicios que no requieran un contacto humano, cara a cara, serán digitalizados o bien «reestructurados», aumentando los freelancers (trabajadores por cuenta propia), generando un ejército formado por millones de personas que, desde cualquier lugar del mundo, están dispuestos a trabajar para las plataformas tecnológicas, desarrollando tareas simples, a cambio de retribuciones muy bajas y sin ningún tipo de protección (salario mínimo, horario, seguridad social, permisos familiares o médicos, etc.), generando una borrosa frontera entre la vida privada y el trabajo, intensificando la actitud para trabajar en cualquier momento.

Ello conduce a una polarización extrema de la sociedad. El debilitamiento de las clases medias y el inherente aumento de la desigualdad no son algo nuevo, pero los efectos laborales de la revolución digital amenazan con que el fenómeno gane vigor. La digitalización puede traer consigo una economía cada vez menos intensiva en mano de obra de nivel, cualificación y retribución media, amplio colectivo que es el que se prevé que pueda sufrir, en mayor medida, expulsiones del mercado de trabajo. Esto, sin duda, contribuye a ir vaciando, cada vez más, a las clases medias, con unos relativamente pocos trabajadores privilegiados con altas retribuciones, y una «masa» mucho más precarizada y con niveles salariales muy bajos.

Otros economistas, como Branko Milanovic, no se muestran tan pesimistas. Apoyándose en el hecho de que las máquinas han venido reemplazando trabajos repetitivos, a gran escala, en los últimos dos siglos, considera que no estamos ante un cambio de civilización, aunque sí habrá perdedores. Es evidente que, a corto plazo, el número de empleos es limitado y, por tanto, si más puestos de trabajo son ocupados por robots, resulta evidente que habrá menos personas trabajando; pero si miramos a más largo plazo, entonces el número de puestos de trabajo es una variable.

En el momento presente no podemos imaginar ni cuáles, ni cuántos, serán los nuevos empleos, pero la experiencia nos resulta útil para saber que, históricamente, cuando han surgido temores similares, siempre han resultado injustificados. Las nuevas tecnologías, con el tiempo, han terminado por crear más y mejores puestos de trabajo, y, además, desde que se iniciara la Revolución Industrial han conseguido acortar la jornada laboral.

Milanovic señala que los temores proceden de un error, cual es considerar que las necesidades humanas son estables, las que hoy sabemos que existen, sencillamente porque somos incapaces de conocer cuántas nuevas surgirán precisamente como consecuencia de la aparición de las propias tecnologías: hace quince años no pensábamos que necesitaríamos un teléfono inteligente; hace cuarenta años no precisábamos un ordenador personal para cada uno de nosotros, y hace algo más de cien era impensable que todas las personas quisieran un automóvil, porque ninguna de esas máquinas existía previamente. ¿Cuántos puestos de trabajo se han creado en torno al automóvil, a los ordenadores personales o a los teléfonos inteligentes? La pregunta no se refiere exclusivamente a los puestos «directos» generados para su producción, también están, en mayor número, los de las otras muchas actividades que, gracias a su existencia, han podido desarrollarse.

El debate continuará. Por supuesto sería totalmente absurdo abogar por la interrupción del progreso tecnológico, como en su momento fue un error que el movimiento ludista destruyera las primeras máquinas; pero no sobra que estemos vigilantes para anticipar los posibles efectos perversos que la La polarización extrema es un escenario que la política puede evitar; una mayor flexibilización económica, favorecida por la tecnología, es posible, pero para que sea positiva habrá que proporcionar, al mismo tiempo, un cierto nivel de seguridad a los trabajadores para que puedan mantener una vida digna, con más tiempo de ocio y una adecuada retribución. Una sociedad decente no debe permitirse menos.

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