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Hubo tiempos mejores

Si no fuera porque cualquier situación es susceptible de empeorar, deberíamos brindar más por el final de 2016 que para dar la bienvenida a 2017. Pero quizá lo prudente sea no brindar.

Hubo tiempos mejores

El año que finaliza nos deja perlas como el voto favorable a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, la elección de Donald Trump como presidente de EE UU y un incesante aumento de las opciones de los partidos populistas y xenófobos, en un ambiente que, lamentablemente, cada vez recuerda más la historia del primer tercio del siglo XX.

Las previsiones más solventes apuntan a que la economía española registrará, en 2016, un crecimiento del PIB del 3,2 por ciento, en línea con lo esperado, y más del doble de lo que lo hará el conjunto de la zona euro. Sin duda, un muy buen dato, para un año en el que hemos vivido sin Gobierno, y en el que diversos aspectos del entorno, que escapan totalmente al control del ejecutivo, han resultado muy favorables, como la ultra expansiva política monetaria del Banco Central Europeo, que ha mantenido a cero los tipos de interés a corto plazo, la depreciación del euro frente al dólar, que ha favorecido las exportaciones, y la caída del precio del petróleo, que ha abaratado los costes y ha cooperado al aumento del consumo privado. Un conjunto de elementos ajenos que han hecho que, como se ha acuñado, viajáramos con viento de cola.

Los presupuestos generales del Estado para 2016, aprobados con anticipación para poder formalizar ofertas electorales, también han contribuido a esa expansión, al reducir el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, e incrementar los gastos corrientes de las administraciones. Por eso, en 2016 incumpliremos, de nuevo, el objetivo de déficit, como en 2015 y como en todos los años previos de gobierno de Rajoy, quien se afana en afirmar que las reglas están para cumplirlas, aunque posiblemente, al decirlo, y a la vista de sus reiterados incumplimientos, esté pensando en Grecia y en las sanciones que, a ésta sí, se le imponen.

Existe un amplio consenso respecto a que el ritmo de crecimiento se desacelerará en 2017, a lo que contribuirá esencialmente la demanda interna, y en particular el consumo privado, así como por una política presupuestaria restrictiva con la finalidad de intentar cumplir, de una vez, con el objetivo de déficit. Empezaremos el nuevo año con presupuestos prorrogados y la intencionalidad declarada es que los que se elaboren sean moderadamente restrictivos; pero de confirmarse esa «moderación», es muy probable que los ajustes no sean suficientes para alcanzar un déficit del 3,1 por ciento del PIB. Todo ello apunta a que el ritmo de creación de puestos de trabajo también se ralentizará, por lo que continuaremos manteniendo una muy elevada tasa de desempleo, que proseguirá castigando a los parados de larga duración y a los jóvenes. Con todo, parece que la economía española volverá a crecer por encima de la media de nuestros vecinos y socios europeos. El problema es que, a pesar de la bondad del crecimiento económico, la desigualdad continúa creciendo en España, para situarse en los primeros lugares de la Unión Europea, y es que, a los estragos ocasionados por la crisis, ahora se suma que encontrar uno de los trabajos generados por la reforma laboral ya no es garantía de poder llegar a fin de mes.

Además, 2017 abre una ventana de gran incertidumbre. Según lo anunciado, Gran Bretaña activará el artículo 50 del Tratado de Lisboa y comenzará una larga negociación para establecer los términos concretos de la salida y, por tanto, la mayor o menor repercusión que la misma tenga sobre la economía del Reino Unido y, por supuesto, del resto de los países de la UE y más allá. No será una negociación fácil, porque los británicos intentarán conservar todas las ventajas del mercado único, sin que ello sea realmente posible, ni conveniente. Las libertades del mercado único -de mercancías y servicios, de capitales y de personas-- son un conjunto indivisible: no se pueden mantener las ventajas de la libertad de movimiento de mercancías, servicios y capitales, rechazando, al mismo tiempo, el de las personas, aspecto este último que fue determinante en el voto a favor del Brexit.

A esa inquietud hay que sumar la derivada de las posibles consecuencias de las políticas económicas de Donald Trump. Como es lógico, los mercados financieros parecen estar descontando los previsibles efectos sobre los distintos sectores de las propuestas que realizó, durante la campaña electoral, el presidente electo, y ello a pesar de la vaguedad con la que, por lo general, se expresaron, sin que, desde entonces, se haya avanzado mucho en su concreción. Por ello, no sería de extrañar que los mercados se equivocaran, porque a la elevada incertidumbre que provocan las propuestas, hay que añadir la que generan las dudas sobre su puesta en práctica real.

En esencia, en campaña, Trump anunció un recorte de los impuestos, que afectará esencialmente a las personas más ricas y a las empresas; y, para completar la política fiscal, un aumento del gasto de inversión en infraestructuras y en defensa. Todo ello debería suponer, de llevarse a cabo, una fuerte expansión fiscal con efectos beneficiosos, a corto plazo, sobre el PIB y la inflación.

Otro elemento fundamental de su política económica hace referencia al comercio, con un claro aumento de la orientación proteccionista. Según ha anunciado, se negará a ratificar el Acuerdo Transpacífico, abandonará la pretensión de Obama de alcanzar un acuerdo de similares características con la Unión Europea, renegociará los términos del NAFTA e incrementará los aranceles a aplicar a China, a la que acusa de manipular su tipo de cambio. Si realmente su política comercial finalmente fuera esta, cabría esperar que ello se tradujera en un freno a la actividad económica y a la creación de empleo, y posiblemente a la adopción de medidas de castigo por parte de los países que se vieran más directamente afectados. China ha venido financiando el déficit exterior de la economía estadounidense durante muchos años, por lo que tiene en sus manos golpear duramente a EE UU, con la posible inestabilidad financiera global que ello podría originar.

Lo que parece incuestionable con todas estas medidas anunciadas, es que la inflación norteamericana continuaría aumentando, por lo que, sin duda, la Reserva Federal proseguiría normalizando su política monetaria, aumentando los tipos de interés, de lo que cabría esperar nuevas apreciaciones del dólar.

Y en este ambiente, tres pesos pesados de la UE, Francia, Alemania y Holanda, celebrarán elecciones, bajo la amenaza de crecimiento de sus partidos euroescépticos, por lo que no cabe esperar que se produzcan giros significativos en la apatía y las dudas que parecen estar guiando los destinos de la Unión.

Hubo tiempos mejores. Para recuperarlos se necesitaría una visión y una capacidad de liderazgo a los que, de momento, no se espera.

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