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Dinero inmortal

El Banco Central Europeo (BCE) ha atendido sólo en parte la demanda de numerosas instituciones para eliminar del mercado los billetes fantasma de 500 euros

Un hombre sostiene en una mano billetes de 500 euros. LEONHARD FOEGER / REUTERS

Consideran los expertos que nuestro país es un nicho en el que se esconde una buena parte de estos billetes morados; algo que no sorprende, porque el nivel de posesión y ocultación de ellos, como el de cualquier otro elemento de gran valor y reducido tamaño, guarda una relación directamente proporcional con el volumen de fraude fiscal, y sabido es que el fraude en España goza de buena salud, por tradición y por devoción.

Según datos del Banco de España en los últimos años de la inmensa y falsa bonanza, en España se encontraba el 60% del total en circulación de ellos, por valor de 209.680 millones de euros, mientras que con la crisis ha quedado reducida a 34.000 millones, el 11,4% del total puesto en circulación. Claro que es una falacia el hablar de «en circulación» porque, como bien se sabe, estos billetes apenas circulan: sus poseedores los tienen en una especie de guarda y custodia, escondidos y encerrados bajo llave.

La decisión de las autoridades europeas para poner solución al mal que procuran ha sido ecléctica: acabará de emitirlos a partir de 2018, sin suprimirlos ni impedir su empleo, que continuará «sine die». De modo que siempre se podrán cambiar y adquirir en los bancos centrales de cada país, y pese a que por su perversidad se recomendaba recuperarlos para evitar que no cumplieran su cometido de participar en la corriente financiera, podrán seguir jugando al escondite.

Lo deseable habría sido obligar al cambio, y así se acabaría con su virtud para los acaparadores: el poco espacio que ocupan para su gran valor, y su facilidad para transportarlos y esconderlos. Con su reintegro se podría actuar en beneficio del control tributario. Algo similar a lo que en la antigüedad llamaban los atenienses «hacer escupir el dinero», practicado para que los taberneros y negociantes soltaran el dinero que habían guardado en su boca, sin impedirles hablar. Tan asquerosa costumbre también estaba enraizada entre los judíos, buhoneros y gitanos, según las comedias griegas. Hoy, como se sabe, está más enraizada entre los millonarios, que se sirven de otra clase de monederos.

Pero como «lo mejor es enemigo de lo bueno», la medida de supresión se ha quedado en «un quiero y no puedo».¡Tantos años esperando para esto!, dirán algunos; porque la intención de aflorar lo oculto viene de muy atrás. Siendo Mario Draghi su presidente, el Banco de Italia, redactó un informe sobre el indeseable uso de estos billetes. Ahora, ya presidente del BCE, los quería eliminar, y había confesado su «compromiso a que el papel moneda no se convierta en un refugio para los criminales». No lo ha conseguido al encontrar la oposición de Alemania, expuesta por los dirigentes del Bundesbank y, también, la del Banco Central austriaco, cuyo presidente habló del riesgo que se corría de «comenzar un debate general sobre la abolición del dinero en efectivo».

El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, ha mostrado su rechazo a la muerte del billete, e igualmente a la idea de limitar a 5.000 euros los pagos que se realicen en efectivo en el país germano, porque en su opinión sería catastrófico crear la impresión en los ciudadanos de que el dinero real, el efectivo palpable, se va a suprimir poco a poco. La cuestión no es baladí, porque el número de billetes morados en circulación es de 614 millones, y su valor de 307.000 millones de euros, así que la mayoría de las instituciones económicas y Gobiernos europeos querían acabar con esta lacra.

Por el contrario, quienes defendían su continuidad, -no los pobres precisamente-, contraponían, además de lo dicho, que estos billetes son garantistas, actúan como salvavidas, porque son un importante depósito de valor a la vez que un último recurso, como refugio de activos. Y alegaban que la muerte súbita o a corto plazo, supondría una quiebra al derecho de privacidad; una especie de ruptura de la libertad personal que terminaría dañando el valor del dinero.

Pero ni siquiera se ha acordado cambiarles el color a los billetes para obligar a que aflorasen y se gastasen; todo ha quedado en una pantomima que no va a impedir su almacenamiento ni ayudar a que en algunos casos se puedan destapar sus antecedentes. Se ha creado, eso sí, una fuerte atadura a su expansión, en la medida que se interrumpirán las nuevas emisiones... pero a partir del final de 2018. Seguirán guardados y encima, por la ley de la oferta y la demanda, aumentará su cotización en el mercado, tras incorporarse a su reclamo los coleccionistas, como ha pasado en EE UU con los billetes de 1.000 y 500 dólares, que se suprimieron en 1969 ¡Vaya invento!

En España, ya el Ministro en funciones, Cristobal Montoro, limitó el importe de los pagos a toca teja, como en los países nórdicos de Europa, donde los pagos en efectivo están restringidos a niveles mínimos. La idea de suprimir los pagos en efectivo por las compras, inversiones, y gastos, es también una medida dentro del ideario de países como Dinamarca y otros nórdicos, en los que el empleo del dinero virtual, mediante tarjetas de crédito o transacciones electrónicas, es elevadísimo y ejemplar, en comparación con su escasa utilización en España, (los responsables de los medios de pago en tarjetas lo cifran en tan sólo el 20%, porque el 80% del consumo privado se paga en efectivo). Da risa pensar que no moleste cargar con el efectivo a cuestas, cuando en Finlandia, Suecia y Dinamarca se paga con dinero real sólo el 20% de las compras y en Reino Unido y Alemania el 60%, algo que en Francia baja hasta el 45%.

La tendencia española a ir al cajero, incluso a hacer cola en ellos, para sacar dinero con destino a compras y al pago de los gastos, puede parecer chocante, pero lo demuestra el hecho de que, según cifras del año 2014, facilitadas por el Banco de España, en este país retiramos 111.000 millones de euros de los cajeros cuando las compras realizadas alcanzaron el importe de 105.000 millones.

Poderoso caballero es don dinero, decía Francisco de Quevedo, pero los tiempos cambian y a la pieza más noble, pero más cercana al vicio de todas ellas, -los billetes de 500 euros-, se le va a dar un largo sepelio del que sólo con el paso del tiempo acabará en la tumba. Sus dueños actuales los podrán guardar hasta que la muerte los separe, hasta que estén durmiendo el sueño eterno; pero convencido estoy, visto el gran amor que les tienen, de que, como expresó el genial escritor, estarán diciendo que entonces, «polvo serán, mas polvo enamorado».

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