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Rebelión contra el empleo Low-Cost

Hay camisetas que cuestan cinco euros. Sabemos que hemos comprado low-cost y por ese precio no esperamos derechos que antes teníamos por seguros

Visto así, hasta puede parecer bueno. La Encuesta de Presupuestos Familiares del INE indica que en una década hemos perdido más de 3.500 euros de nuestro presupuesto anual, al tiempo que los gastos en salud han aumentado un 10%. Al mismo tiempo, al transporte dedicamos un 12% de todo el presupuesto familiar, y un tercio se destina a vivienda, agua y electricidad. Por eso, con lo poco que queda, damos la bienvenida a los calcetines a un euro, a la ropa de usar y tirar, al alojamiento sin factura y al transporte sin seguro.

Pero con ello también nos llevamos a casa las condiciones de empleo low-cost: trabajos temporales, contratos precarios y derechos menguantes. Reproducimos condiciones que se pretendían superadas, como el trabajo a destajo, la dependencia respecto a la producción y las comisiones por venta. El empleo de bajo coste, además, se dirige preferentemente a los sectores que más han sufrido la crisis y los recortes: jóvenes que acceden a trabajos de baja cualificación, gran estacionalidad y plena disponibilidad hacia la empresa, mujeres que copan hasta el 90% de la plantilla en cadenas de distribución, y mayores de 45 años que encuentran en esta forma de economía la manera de obtener algún ingreso.

Nuestras compras ya son low-cost, pero también los son cada vez más nuestras condiciones laborales y la economía en general. Hoy, 1 de mayo, es momento de plantearnos de qué manera estamos logrando que, al tiempo que cada vez producimos en mayor cantidad y a menor importe, nuestras rentas aminoren, el trabajo se vuelva escaso, perdamos seguridad y nos volvamos mucho más vulnerables. Si es verdad que se está llegando a algún tipo de recuperación económica, ciertamente no se nota en la reducción de la desigualdad laboral y salarial. Todo lo contrario.

La política no está ausente de estas condiciones, evidentemente. Las medidas en materia de empleo emprendidas hasta ahora, en particular la Reforma Laboral, pretenden aumentar el nivel de vida adoptando políticas concebidas precisamente para disminuirlo. Así, en materia de empleo se ha impulsado con una constancia sobrecogedora el modelo basado en el uso intensivo de puestos de trabajo que requieren de baja cualificación en áreas de actividad de limitado valor añadido, como son la labor comercial o el turismo estacional y masivo, por señalar ejemplos cercanos.

Por ello en estos años el empleo a tiempo parcial involuntario no ha dejado de crecer, alcanzando los 400.000 puestos en la pasada legislatura. Se trata de trabajo low-cost, aquel que devuelve a la persona trabajadora al desempleo después de haberla usado temporalmente y pagado poco. En definitiva, algo más de empleo pero de menor calidad y menos productivo. Un círculo que debemos ser capaces de romper con herramientas a nuestro alcance.

¿Qué hacer entonces? Sin duda, volver la vista a esos elementos que nunca debimos abandonar ni someter a la oferta temporal. Uno de ellos es la formación como factor determinante a la hora de lograr un puesto de trabajo, mantenerlo y aumentar su valor. Lo es tanto para la empresa como para la persona trabajadora: la formación aumenta el valor de la actividad económica, favorece los cambios tecnológicos, incorpora la innovación en la empresa y permite aumentar los precios. Sí, aumentar. Las buenas empresas lo saben: tener miedo al incremento de la formación de las personas empleadas, en virtud a que puedan marcharse de la misma, facilita algo peor, que se queden porque carecen de la formación para hacer otra cosa.

Precisamente la innovación y la tecnología es otro de los factores determinantes. La revolución digital está aumentando las transacciones que escapan de las formas tradicionales de economía, creando, en algunos casos, condiciones laborales difusas, inconsistentes, precarias. Innovar en turismo y comercio, gestionar los nuevos fenómenos, regular en materia digital con satisfacción por encontrarse ante un hito histórico para la renovación y fortalecimiento de sectores económicos tan importantes, representa una oportunidad sobre la que nos debemos adelantar con decisión.

Finalmente, la generación de una conciencia trabajadora global que nos proteja e interrelacione resulta imprescindible ahora más que nunca. Hay puestos de trabajo que, al igual que algunas camisetas, se valoran muy poco, por mucha novedad que impliquen o el uso que se les dé durante algún tiempo. Competimos en un mundo globalizado y también universales deben ser nuestras condiciones de trabajo, alejándolas de la explotación y el abuso. Si no es así, si la ventaja competitiva sólo radica en un precio bajo, nuestras condiciones serán tan low-cost como para no esperar nunca más derechos que antes dábamos por seguros.

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