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Salir del rebaño

Hubo un tiempo donde no existían los teléfonos móviles, donde para comunicarse con la novia había que bajar a la cabina. O peor, los disgustos del cabeza de familia cuando llegaba la factura de Telefónica: «Te lo voy a descontar de la paga». Pero no era el dinero lo que más nos molestaba, no, era la falta de intimidad a la hora de hablar. Y es que sólo había un teléfono, de esos de disco color marfil, que por lo general se encontraba en la estancia más lujosa de la casa: el salón. Allí estaba, sobre un mantelito de ganchillo al lado del portarretratos con la foto de su hermano en la jura de bandera. Y usted hablando con su padre a la izquierda, viendo la tele, y su madre a la derecha, cosiendo un bajo de pantalón. Son escenas olvidadas, repetidas tantas veces, que decía una canción de Golpes Bajos. Pero vayamos al grano. ¿Sabe lo que tiene en común la escena de un salón de los ochenta con lo que ocurre en el salón de una casa actualmente? Que todo gira en torno a Telefónica. Antes con el teléfono de disco, ahora con la tele digital.

Telefónica es esa empresa que sin necesidad de ser un experto en bolsa, casi todo mundo diría que va bien. Hemos visto cómo se ha ido adaptando a las nuevas necesidades en materia de comunicación, que sin duda ha sido uno de los sectores que más ha cambiado en los últimos años. Y excepto el bluf de Terra, en casi todo han acertado. La noticia económica de los últimos días ha sido la retirada de su actual presidente, que deja una organización totalmente transformada, y en puertas de otro salto estratégico importante como es la era digital, de la que ya hemos comentado en varias ocasiones en esta tribuna.

Conozco a algunas de las personas que más cerca han trabajado con César Alierta en los últimos tiempos. Alierta, me cuentan, no es un líder mediático, de hecho hay algunas anécdotas muy divertidas con sus discursos, entren en YouTube y verán a un tipo que habla sin complejos y a su aire. Un tipo al que le importaba un pito sobresalir del resto y lo que pensaran de él. Pero sobresalir -al contrario de la opinión más extendida- es un problema que atenaza a muchos de los profesionales que tienen responsabilidades en las empresas: es más sencillo seguir el camino conocido. Es el síndrome de Solomon (por el psicólogo estadounidense Solomon Ash) o el miedo a que los éxitos puedan ofender al resto en una sociedad donde el logro ajeno no está bien visto ni se valora.

Resulta muy difícil reconocer que aquel directivo tiene mejores cualidades que nosotros mismos. Juzgamos y criticamos. Eso sí, la estantería de casa está llena de libros con las biografías de Steve Jobs, Amancio Ortega o Warren Buffet, pero admitir que Pepe o Manolo, compañeros de trabajo, lo han hecho estupendamente, de eso nada.

Un buen directivo tiene que tener personalidad y no dejarse influir por el resto, no atribularse con lo que los demás van a opinar de él, es decir, salirse del rebaño. Y ya que hablábamos de YouTube, entren y tecleen las palabras: experimento, elevador, Solomon, Ash; pinchen en el vídeo en blanco y negro y ríanse un poco de cómo somos.

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