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Incierto futuro

Para el tiempo que nos está tocando vivir muchos no estaban preparados

Las bolsa muestran la inquietud de los inversores.

Las continuas y denostadas luchas en las que se enfrascan los políticos, como si estuviesen en un patio de corrala, provocan a la vez que el desasosiego, muy negativos efectos sobre la economía española que vive con sobresalto las continuas bajadas del IBEX, que la prima de riesgo alcanza el diferencial de 160 puntos y que se noten atisbos de desaceleración en la recuperación de empleo, después de las leves mejoras que tanto habían costado alcanzar. Es verdad que a ello contribuyen también las tensiones internacionales que llevan la incertidumbre a los mercados financieros y hacen temer el amago de una réplica de la Gran crisis nacida en 2008 y todavía hoy no superada, pero nuestro problema interior, ya de por sí es un buen drama.

Y es que ante el cúmulo de basura, muchos ciudadanos se sienten acosados y desconectan o se encapsulan como si fueran crisálidas, huyendo del daño que mella su bienestar, o merma sus esperanzas para salir de la miseria, a la vez que condiciona gastos e inversiones, porque al perjuicio anímico y económico que provocan los delitos patrocinados por los gestores políticos, hay que añadir el de las tensiones económicas, que remiten a una incertidumbre amenazante para la ya de por sí débil recuperación.

Tras casi dos meses, después de un horrible año electoral por sus luchas para alcanzar los gobiernos autonómicos, municipales y europeos, en este país aún siguen pintando bastos, y pese a las razones de Estado que debieran pesar más que sus propios intereses, los políticos, ante la panoplia de opciones salida del 20-D, subyugados por la posibilidad de ser protagonistas en un futuro gobierno, se crecen, no para encontrarse en los objetivos comunes y necesarios, sino para tramar la exclusión de los demás. En este empeño, se dedican a juzgar el pasado y el presente, cuando lo que más debería de importarles es «el futuro, el lugar en el que pasaremos el resto de nuestras vidas», como dijo Woody Allen, y lo hacen con tan diferentes criterios que hunden al pueblo en dudas interminables.

El desconcierto ante tan distintas y opuestas versiones aumenta, porque si para unos España va muy bien, y por ello hay que profundizar en la ruta mantenida, para otros, sin negar la mayor, lo atribuyen al influjo favorable de los vientos favorables del exterior, como el apoyo del Banco Central Europeo (BCE), la caída de los precios del petróleo, la caída de intereses, la cotización del euro, etc. Para los más rupturistas, antaño antisistemas, y hoy reclamantes de las mejores plazas, esto es el caos y dejan todo manga por hombro, empeñados en derribar cuanto les huele a casta, en tanto que los más prudentes, se alejan del protagonismo y se aprestan a proponer reformas involucrándose en buscar solución que calme a tantos rebeldes con causas.

Nadie desconoce que a la economía le afectan tales patrañas, y ya tenemos muestras de cómo ofrece su peor cara: la Bolsa se desploma mientras la inversión extranjera se aleja o se relaja al no atreverse a colocar su dinero. Ni siquiera los inversores nacionales se animan a iniciar un negocio porque, como todos saben, el dinero es muy cobarde y necesita antes de situarse, confiar en el futuro, y se exige siempre que estén las aguas en calma. De ello han alertado a nuestro país los responsables económicos de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional y otros organismos internacionales, así como los del Banco BBVA y del Popular, incluso en sus últimas declaraciones, Guindos, el ministro de economía en funciones.

Y si esto ocurre en nuestra casa, en el exterior, se están produciendo situaciones perversas que no ayudan y, al contrario, lo agravan: a la desconfianza sobre China y demás países emergentes lastrados por el derrumbe del precio del petróleo, se ha unido el detonante del peligro en el sector financiero causado por los problemas del Deutsche Bank alemán, de la banca italiana y de Sociètè Génerale de Francia, mostrando que, en general, la banca europea se encuentra infracapitalizada y con márgenes de rentabilidad cada vez más estrechos que ya alcanzan valores negativos perjudicando su rentabilidad que se sitúa en torno a un 5%, insuficiente, porque se entiende que no debería bajar del 10%.

No basta ya con la labor emprendida y continuada del BCE de suministrar dinero gratis al mercado como ayuda para salir de la crisis, y como estímulo para incentivar la demanda, que ni siquiera provoca la subida de los precios y, por ello, no alejan del riesgo de deflación que amenaza al quedar en la mayoría de los países sus índices generales (IPC), influidos en gran parte por el derrumbe de los precios del petróleo, con niveles estancados y muy cercanos al 0%. La estanflación puede ser el umbral de la deflación, no por infrecuente, menos peligrosa que la inflación. De modo que toma cuerpo en Bruselas la conveniencia de sujetar amarras y volver a la exigencia de avanzar en la consolidación fiscal, para contener el déficit, un esfuerzo en el que últimamente los países se relajan.

Así las cosas, se debe exigir a nuestros políticos, enzarzados en alcanzar acuerdos sin éxito, que sean capaces de pactar, consensuar y emprender actuaciones que resuelvan el suspense para poder avanzar. No debieran de importar tanto los protagonismos de quién es el que presida, cuando es deseable una coalición sensata en la que participen casi todos, ya que está en juego el futuro de España. Puesto que se sabe qué es lo que debe mejorar, y no es difícil de colegir el cómo, nuestros representantes podrían atender la sugerencia del proverbio chino «qué más da que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones». Sin embargo, carecen de altura de miras, y frente al pragmatismo oriental, se devanan los sesos día tras día discutiendo a la británica, sobre si debieran de ser galgos o podencos, los que participen en la caza.

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