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Tribuna

Cara y cruz

Varias personas, con bolsas, tras las compras que acaban de hacer. Balazs Mohai / efe

Ahora, con el Gobierno en funciones, en la víspera de la Nochebuena, ha dado la cruz al publicitar la lista de los 4.855 morosos que adeudan al fisco más de un millón de euros cada uno por un total de 15.600 millones de euros, de los que apenas podrá sacar tajada, pese a que en ella están muchos famosos de la «beautiful people», grandes constructoras y deportistas a los que parece difícil poderles hincar el diente ya que la mayoría están tiesos o tienen litigios pendientes.

Sin embargo, no debe apesadumbrarse Hacienda, porque el año fiscal ha ido bien, y como si se tratase de un gran almacén, ha hecho en diciembre su agosto: primero con la excelente venta de la Lotería, después, con el desorbitado consumo navideño, donde se ha comprado a manos llenas; y comido y bebido hasta la saciedad con el regusto del fisco, que a lo suyo, recauda sin cesar el IVA; y los impuestos especiales, cuando se trata de bebidas alcohólicas, tabaco y carburantes. Añádase la llegada de Papá Noel cargado de regalos no exentos de impuestos y, más tarde, la de los Magos de Oriente, a los que tampoco les libran del IVA, ni de los derechos aduaneros de importación, si su procedencia es foránea, y verán la causa de su satisfacción.

La Navidad es el mejor detonante para favorecer el funcionamiento del motor de explosión que es la economía, gracias al imparable crecimiento de la demanda ante el exceso de consumo. Este año el consumo ha crecido un 3,9%, después de siete años de caída, y lamentablemente ha causado un menor ahorro y mayor endeudamiento de las familias debido al despilfarro. Aunque la mayor adquisición de productos y utensilios para consumo propio y el regalo exijan aumentar la producción, favorezcan el empleo, como lo hace la mayor concurrencia a bares, cafeterías, restaurantes, pastelerías, y cuantas instalaciones están relacionadas con la hostelería, lo cortés no quita lo valiente, pero la moderación debiera ser la norma antes que el dispendio que conduce al endeudamiento, que tan malos recuerdos nos trae.

El fisco, ante una explosión tan enfervorizada, vive en un estado de exaltación por el placer recaudatorio que conlleva el consumo. El exceso comprador raya en derroche incontrolado, porque las normas españolas son incapaces de frenar ni de poner coto a él, produciendo el abandono de los desperdicios, sin que nadie obligue, como sí se hace en Francia, a que los supermercados donen a las ONG, a los bancos de alimentos o asilos los productos restantes, o a las empresas para que los conviertan en abono, en vez de llevarlos a los vertederos donde los fabricantes y distribuidores, incluso, han de pagar para poder abandonar las toneladas de productos que al pudrirse contaminan el medioambiente por la emisión de metano en su proceso de descomposición.

Es este lamentable dispendio al que se incorpora el descontrol de los propios ciudadanos que producen un exceso de productos sobrantes, nuestro país es el séptimo más derrochador de los de la Unión Europea, desechando cada año, 7,7 millones de toneladas de alimentos, porque cada español desecha una media de 167 kilos de alimentos al año, lo que hace imprescindible que quienes gobiernan, en contraste con la virtud del valor incentivador y recaudador del consumo, aprueben las normas en las que se fijen los protocolos a las empresas de alimentos para que la producción, distribución y el consumo sean más responsables.

Y si el desorbitado consumo produce un subidón recaudatorio durante estas fechas, el fenómeno de la eclosión fiscal se perfecciona cuando, con el acorde de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, en la noche del 31 de diciembre, se van devengando, uno tras otro, los principales impuestos directos con los que el fisco nos mantiene entretenidos de punta a cabo de año para que nadie se aburra en el placentero vivir ni se le formen telarañas en su bolsillo. Con cada campanada, con cada grano de uva engullida, se produce el nacimiento de una obligación tributaria. Bien estatal, IRPF, impuesto sobre sociedades, sobre la renta de los no residentes; o autonómica, como el impuesto del patrimonio, y de los municipales: IBI, impuesto sobre vehículos e impuesto sobre las actividades económicas (IAE) y así sucesivamente. No entiendo cómo más de uno no se atraganta al tomarlas sin comedimiento.

A esa misma hora 180 inmigrantes saltaban la valla de Ceuta huyendo de la pobreza y la miseria, y muchos otros miles intentaban escapar de la ruina de sus pueblos, del hambre que les atenaza. Mientras los países llamados civilizados son incapaces de frenar su gula frente a la abundancia, el resto del mundo pasa un hambre atroz, se debate entre la vida y la muerte por poder sobrevivir, lucha sin éxito por alcanzar algún alimento que llevarse a la boca, sin que el mundo de la opulencia les preste atención, sin que favorezca ni viabilice que a ellos les lleguen las cuantiosas sobras que a diario se producen.

En estas Navidades, como en tantas otras, se han hecho cenas y celebraciones para ayudar a los más necesitados. Gestos de solidaridad, que no ocultan la realidad obscena que vivimos, porque el mundo civilizado debería ocuparse del día a día, empezando porque cada país cumpla con su compromiso de destinar a la solidaridad con el mundo subdesarrollado el 0,7% de su presupuesto estatal, algo a lo que solemnemente se comprometieron todos los países desarrollados, con tanta ceremonia como desvergüenza tienen, para incumplirlo sistemáticamente.

Son muchos los errores en los que de forma continuada incurrimos, pero los de impedir que la pobreza siga avanzando entre los más necesitados, que la desigualdad aumente cada día más y más, que se permanezca impasible ante la hambruna infantil, que las mujeres sufran el machismo fundamentalista y la violencia de género, y que los ancianos sean abandonados en cualquier país lejos del cariño que merecen, exigen respuestas inmediatas antes que palabras grandilocuentes faltas de la debida acción.

Como expresó el expresidente de Uruguay, José Mujica, «nuestra civilización cristiana y occidental es un gigantesco fracaso, porque ha transformado la vida en una apelación para gastar, consumir y acumular, despilfarrando horas de vida arriba del planeta».

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