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El fin de la política del hijo único

Las autoridades chinas hicieron público un breve comunicado que han puesto fin a la política del «hijo único»

Después de muchos años con crecimientos de su PIB a tasas de dos dígitos, parece que el temido gigante chino está relativamente cerca del estancamiento; ya que si bien la previsión oficial de crecimiento para 2015 la han situado muy próxima, al 7 %, aunque por debajo, son muchos los que desconfían de las estadísticas que publica el gobierno chino, y algunos analistas se inclinan más por una estimación entorno al 4 % o incluso menos.

Esta evolución del PIB, junto con otros acontecimientos relevantes, como la explosión de sus burbujas, la inmobiliaria y la bursátil, y las devaluaciones practicadas en el mes de agosto sobre su moneda, el yuan, han hecho que los mercados se pusieran muy nerviosos y ha generado preocupación en los gobiernos de los países occidentales.

Resulta evidente que no hablamos de un país transparente y, por tanto, lo que sucede allí se presta a mucha especulación, particularmente en momentos de turbulencia como los actuales. Frente a lo anteriormente señalado, no faltan quienes, desde posiciones occidentales, remarcan que un crecimiento del 7 % puede ser decepcionante respecto a las tasas que han registrado en el pasado reciente, que situaron a la economía china como la segunda potencia mundial, por delante de Alemania y de Japón, pero no deja de ser cerca de tres veces más que el crecimiento de EE.UU. y casi cuatro del que probablemente registrará la UE. En otros términos, hay analistas que, sin restarle importancia a la evolución de la economía china, consideran que no hay tanto problema y, sobre todo, no el suficiente como para que pueda repercutir en el crecimiento de EE.UU. o de Europa. Como es habitual entre los economistas, opiniones para todos los gustos.

En cualquier caso, lo que no puede obviarse es que China se enfrenta a problemas de caída de la inversión y cambio de modelo, problemas de exportaciones y asociados a la devaluación del yuan, problemas de deuda y, finalmente, de desempleo.

El modelo de crecimiento chino ha estado basado en la inversión interna y en las exportaciones; más en lo primero que en lo segundo, por relevantes que hayan sido sus exportaciones. Pensemos que la inversión, que ya en el año 2000 representaba el 35 % de su Producto Interior Bruto, en 2009, tras el inmenso esfuerzo inversor realizado en el peor momento de la recesión mundial posterior a la caída de Lehman Brothers, llegó al 50 %.

Sabemos que una economía que se basa tanto en la inversión se enfrenta a la posible formación de burbujas, inmobiliarias y de otro tipo de activos, que además hay que financiar, alcanzándose niveles de endeudamiento difícilmente sostenibles.

Ante tales problemas, básicamente a partir de 2010 las autoridades chinas decidieron iniciar una transición hacia otro modelo basado más en el crecimiento del consumo interno. Pero es mucho más fácil decir lo que hay que hacer que hacerlo realmente con éxito; por ello deberíamos esperar que, si persisten, el cambio tomará mucho tiempo.

Como decía, uno de los problemas más peligrosos asociado a un modelo tan basado en la inversión, es el crecimiento del endeudamiento. Tan solo dos pinceladas: la deuda total, pública y privada, ha alcanzado el descomunal porcentaje del 280 sobre el PIB; el saldo de los préstamos morosos en los balances de los bancos chinos se ha incrementado, en el último año, en un 35 por ciento.

En este marco, el banco central, esto es el Banco Popular de China, decidió, en pleno verano, reajustar el valor del yuan al del dólar estadounidense, produciendo sucesivas y controladas devaluaciones. Muchos consideran que este movimiento está justificado para fomentar sus exportaciones -en claro declive- mientras que otros, sin negar que la devaluación favorezca la exportación, se inclinan más por interpretarla como una manifestación del gobierno chino de reposicionar al yuan como una moneda de reserva, incorporándola a las monedas con derechos especiales de giro del FMI. Hay argumentos en todas las direcciones; desde luego, no podemos olvidar que cuando estalló la crisis financiera internacional, China dejó que su moneda se apreciara un 50 % respecto al dólar, en referencia a los valores de 2005. Con un yuan «atado» al valor del dólar, hay que tener en cuenta que China ha encarecido su moneda al tiempo que se iba revalorizando la norteamericana.

Pero no cabe esperar que el banco central chino continúe devaluando el yuan, porque eso haría absolutamente insostenible su ya muy elevado nivel de endeudamiento. De hecho, lo que ha venido haciendo ha sido vender enormes cantidades de reservas para sostener el tipo de cambio, con el consiguiente coste sobre otras economías: el 35 % de las reservas exteriores del Banco Popular de China están materializadas en bonos del Tesoro estadounidense, de forma que, este país esta contrarrestando de alguna forma la política monetaria de la Reserva Federal, a través de lo que podríamos denominar una QE «inversa».

Este debilitamiento del yuan está haciendo daño a las exportaciones de la zona euro, particularmente a las alemanas. De esta forma se pone en riesgo la recuperación de la economía europea que preveía el BCE; y aunque no nos lo digan de una forma explícita, no sería de extrañar que detrás de un posible reforzamiento de las facilidades cuantitativas del BCE, puesto encima de la mesa, como una opción por Draghi, se encuentre realmente los problemas derivados de la crisis china.

El principal desafío para el país asiático será estimular la demanda interna, esencialmente mediante el consumo privado, a lo que, sin duda, ayudará a medio y largo plazo el fin de la política del hijo único. Si no lo consiguen, la situación sigue empeorando y el desempleo se convierte en un problema que desate conflictos sociales, la tentación de volver a impulsar la inversión puede ser muy fuerte.

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