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Miguel Rosique

«La ausencia de poder es peligrosa, genera corrupción»

El experto presenta su nuevo libro el jueves 29 de octubre en Alicante

«La ausencia de poder es peligrosa, genera corrupción» PILAR CORTÉS

¿Por qué un libro sobre poder precisamente en un momento como éste?

Porque tenemos que poner en valor la función directiva otra vez. En las empresas nada se consigue sin el uso adecuado del poder basado en la influencia y la autoridad. No puedes hacer una gestión de cambio en una empresa o poner en marcha decisiones si no tiras del poder, de lo que es mandar o dirigir. ¿Por qué ahora? Porque estamos envueltos en una ola de liderazgo del buenismo o del management del buenismo. Estamos en la era del buen rollo, y esto tiene un gran peligro, que es la ausencia del poder. Las decisiones que toma un directivo son democráticas, son colegiadas, y eso, contrariamente a lo que parece, genera ausencia de poder. La ausencia de poder es más peligrosa que el mal uso del poder, porque genera corrupción o abuso.

¿Y poder, influencia y autoridad siempre deben ir de la mano?

Siempre deben ir de la mano. Para llegar a lo más alto en una empresa y hacer un uso correcto de la función directiva, es imprescindible generar la autoridad y gestionar la influencia.

¿Qué es lo que marca la diferencia entre poder, influencia y autoridad?

Influencia es el arte de que las cosas funcionen, es hacer que tu equipo, gracias a que te has ganado la credibilidad y la confianza, realice las tareas que le encomiendas sin que se las ordenes. De hecho, ésa es una de las claves del libro: cómo dirigir sin dar órdenes, sin usar el poder tal y como lo tenemos todos concebido. El poder del que no hablamos aquí es el poder personal, es decir, al autoritarismo. Aquí se habla del poder social, que se basa en esa influencia y en la autoridad. ¿Qué es la autoridad? La autoridad es aquéllo que le dan los empleados a un directivo que genera confianza. El gran reto que tiene la autoridad es que tú no la puedes imponer, sino que son los empleados quienes te la deben dar y tú te tienes que hacer merecedor de ella por un comportamiento ejemplar, por tener una correcta capacitación, por el uso de la firmeza y la lealtad, y por la atracción personal y el carisma. Por eso, el poder mal usado no es el poder bueno de un directivo. El directivo que no tiene influencia ni autoridad sólo manda a base de imponer normas y leyes, pero eso no es dirigir un equipo, eso es ser un dictador. En este libro hablamos de directivos y no de mandatarios.

¿Y cómo se consigue eso cuando las empresas cada vez tienden más a estructuras muy horizontales?

Precisamente otra de las cosas a las que nos aboca este management del buenismo es que ya no hay casi escalones en las empresas, y eso hace que las luchas de poder en las empresas sean más encarnizadas porque sólo hay un puesto al que ascender. Por eso, ahora es más necesario que nunca tirar de la influencia y de la autoridad. Al final, estamos hablando siempre de liderazgo, que es una de las palabras más manoseadas a lo largo de los últimos años, y, por eso también, lo que reivindico es el «poderazgo», que es un estilo de liderazgo que parte de que a un directivo se le paga para que tome decisiones y las ponga en marcha, y ahí entra la firmeza.

¿Por qué el poder tiene tan mala prensa últimamente?

Porque las bases fundamentales del poder son la influencia y la autoridad, y la autoridad se basa en el comportamiento ejemplar. ¿Qué es lo que está pasando ahora? Que vivimos en una crisis absoluta de ejemplaridad. No son buenos tiempos para citar a gente que ha dirigido de forma ejemplar, y los ciudadanos, por tanto, no les damos ninguna autoridad a esos políticos o a esos directivos, y lo único que pueden hacer es imponernos las cosas. Utilizan la potestas en lugar de la autoritas. La crisis política actual, de hecho, es una crisis de autoridad. Si cuando empezó la crisis nos hubieran planteado subir los impuestos porque es bueno y quien nos lo pide hubiera tenido un comportamiento ejemplar, no hubiera pasado nada, pero lo que se ha hecho es imponerlo. Es una crisis de ejemplaridad y autoridad, y, por eso, el poder cae mal.

El poder es necesario, pero, ¿está exento de riesgos?

Para nada. El poder tiene riesgos también. Tener el poder está bien, pero tiene el riesgo de que se puede perder el sentido de lo humano. De hecho, el poder es una especie de droga y eso se ve en una empresa y en un presidente del Gobierno. A eso, se suma otro riesgo, que es la visibilidad. Según vas subiendo en una empresa, sube el grado de visibilidad, y una de las consecuencias es la generación de enemigos. Por el mero hecho de salir en una entrevista, yo ya me estoy generando enemigos.

Una de las claves que da es la de rodearse de buenos profesionales, sin temor a que alguien pueda hacerle sombra. Sin embargo, en la práctica, suele pasar lo contrario...

Ahí hay dos errores: hacerse imprescindible, y, en ese caso, acabas convirtiéndote en un tonto útil porque nadie va a ascender a alguien imprescindible. El buen directivo delega y genera autonomía en sus empleados. El segundo error es lo que denomino la gestión de los jefes celosos, y hago una similitud con «Otelo», de Shakespeare. El directivo inteligente que asciende es el que sabe gestionar bien a un jefe celoso, y ojo con los jefes celosos porque siempre tienen un Yago, un chivato, y es más peligroso el pelota que el propio jefe. Al final, todo se debe a que la motivación inicial es errónea, y el management del buenismo es ansiedad para lograr que los demás nos quieran y eso lleva a tomar decisiones para caer bien. Al final, el uso del poder es poder hacer.

¿En qué medida sería aplicable a ese poder que usted defiende esa máxima de que el poder corrompe?

El poder social del que yo hablo es ético y no corrompe, lo que corrompe es la acumulación de poder personal. Cuando damos mucho poder a una persona, no a una organización, hay riesgo de que esta persona no tenga una arquitectura mental adecuada. Además, corrompe aún más la ausencia de poder. El dirigente que no usa correctamente el poder sólo se puede basar en leyes y normas, y eso es un foco potencial de corrupción.

¿Tiene límites el poder?

El poder no es medible, pero sí se puede decir que nunca tienes todo el poder necesario y, de ahí, la importancia de manejar la influencia, ya que donde no llega el poder llega la influencia.

¿Cuándo se sabe que alguien ha llegado a lo más alto?

El máximo poder es cuando a un directivo no le hace falta usarlo, porque se ha ganado la autoridad entre el equipo, que confía en él, ejerce la influencia, y sus sugerencias se convierten en órdenes.

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