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Primero de mayo

Más de cuatro años sin nada

Tres hombres y una mujer cuentan en primera persona cómo sobreviven como desempleados de larga duración, sin que les hayan llamado de ninguna empresa

Un hombre en la puerta del Servef. pilar cortés

La economía ya ha empezado a dar síntomas de recuperaciónrecuperación. Sin embargo, no ha llegado para todos. A estas alturas, la crisis sigue castigando con toda su ferocidad, rayando incluso la inhumanidad, a muchos alicantinos... A esos alicantinos que un día fueron expulsados del mercado laboral, y ahora, cuatro, cinco o algún año más después, ya no sólo están fuera de ese mercado laboral, sino que también se sienten fuera del sistema. O, al menos, ésa es la sensación que tienen. Al fin y al cabo, no pueden evitar sentir que todos les han dado la espalda. Todos, salvo la familia más cercana.

José Ramón Ibáñez tiene 55 años. Licenciado en Ciencias Empresariales, era el socio de una empresa familiar dedicada al comercio al por mayor de cuero. Incluso durante años compatibilizó esa labor con la de docente y la de asesor fiscal. Todo iba bien, tenía un trabajo y una vida, cuando, de pronto, llegó la crisis, y, con ella, los impagos de los clientes. Hizo todos los intentos habidos y por haber, pero nada. Se vio abocado al cierre en 2010.

Poco a poco tuvo que ir desprendiéndose de su patrimonio para ir pagando las deudas que él se había visto obligado a asumir mientras iba reclamando, incluso por vía judicial, lo que a él le debían, pero no recuperó nada. Fue así como acabó en las listas del Servef, con tres hijos, que ahora tienen 22, 19 y 16 años, todos ellos estudiantes bien en la Universidad bien de Secundaria. Su mujer, que es asistente social, sólo ha tenido algún contrato temporal en los últimos tiempos, pero también está en el paro. No obstante, por lo menos, ella sí llegó a cobrar un tiempo la ayuda de 426 euros, pero ahora ni eso. «Después de años y años pagando más de 900 euros al mes como autónomo, te ves en una situación como ésta y, precisamente por ser autónomo, no tienes derecho a nada», denuncia este alicantino.

El primer paso que dio fue recurrir a su círculo. «Lo primero que hice fue dirigirme al entorno en el que me había movido siempre, pero todos me dieron de lado. Sólo mi familia es la que ha estado ahí en este tiempo, y la que ha permitido que pudiéramos sobrevivir, sobre todo mi madre», precisa. «Fue como el hundimiento del Titanic. Recurres a quien crees que te puede ayudar y te dan la espalda. Ahí es cuando sufres el primer golpe en tu autoestima», dice.

Ahora bien, era consciente de que no había mucho tiempo para lamentaciones, se levantó y comenzó la segunda fase, la del reparto de currículums sin distinguir entre sectores u ocupaciones. «Lo más triste es ir a una empresa y ver que hay cola de gente con la misma carpeta que tú que sólo quiere dejar su currículum. Ahí te das cuenta de que la cosa está mal, y que con la edad todo se complica», señala. Mientras tanto, fue compatibilizando esa labor de búsqueda de empleo con la formación, con alguna que otra estafa de empresas privadas de por medio, que le impartieron cursos que resultaron no estar homologados. Fue así como acabó en CC OO y en cursos del Forem: «Por primera vez no me sentí como un bicho raro y me dieron un trato humanitario, sobre todo la responsable de orientación laboral, Asunción Candela, con quien no puedo estar más agradecido».

Sin titubear, afirma que «lo peor es que la autoestima se va hundiendo y siempre piensas en tus hijos y en que no eres un ejemplo para ellos, que no eres referencia de nada, y que el sistema continuamente te está diciendo que estás fuera y que no tienes nada que hacer». A pesar de todo, tiene claro que aún tiene un presente y un futuro: «No voy a tirar la toalla, y sigo siendo útil y válido. Por eso, estoy convencido de que, aunque cueste, acabaré encontrando un trabajo».

Fabián Jareño Sánchez es un parado «muy optimista» que ve el futuro «muy negro». Tiene 55 años y en los cuatro últimos no ha encontrado ningún trabajo a pesar de que es metalúrgico y ha aplicado, a rajatabla, todos y cada uno de los consejos que garantizan el éxito en las búsquedas activas de empleo.

«Yo lo único que he hecho en estos cuatro años es un montón de cursos del Servef, del Forem y de Coepa que, por desgracia, no me han servido de nada», comenta resignado para pasar a enumerar sus títulos formativos en materia de fontanería, docencia, informática, Photoshop y traslado de pacientes. El próximo curso, al que ya se ha apuntado, es el de tutor de teleformación. «Ya ves. Lo único que tengo son títulos, pero en estos cuatro años también he aprendido a ser mago. Sí, mago porque estoy consiguiendo vivir con los 426 euros al mes que me da el Estado por ser un parado mayor de 52 años», señala Fabián sin perder el sentido del humor y haciendo un alto para matizar sus palabras. «Bueno, en realidad, con poco más de 400 euros al mes y sin ningún dinero ahorrado no se puede vivir, sino sobrevivir». Y lo dice quien tiene más de 40 años cotizados a la Seguridad Social y sabe lo que es obtener cero euros de ingresos, «cero patatero», durante dos largos meses al haber agotado todas las prestaciones por desempleo.

Está divorciado y tiene un hijo de 28 años que vive con su exmujer y que también está parado. Fabián Jareño confiesa que lo ha pasado muy mal. Sobre todo al principio. Cuando perdió su trabajo al cerrar la empresa de mantenimiento en la que realizaba tareas de cerrajero. «Me sentía una persona inútil, un ser despreciado y rechazado por la sociedad, y menos mal que no tenía deudas porque si no ahora estaría viviendo debajo de un puente», comenta sin rubor.

Para él lo de que España va bien y se está recuperando la economía es pura falacia. «No se están creando puestos de trabajo dignos ni de calidad. Lo que te ofrecen ahora son contratos de 20 horas para que trabajes 80 y te paguen 30. contratos de 20 horas para que trabajes 80 y te paguen 30Así de claro. Y tengo además a varios amigos empleados en fábricas de calzado a los que les salen las horas a menos de tres euros. Eso es indignante, nos tratan como esclavos, y lo peor de todo es que si quieres llevarte un mísero sueldo a casa no te queda más remedio que arrodillarte y aceptarlo. Ésa es la realidad de la calle -subraya- la que los gobernantes no ven ni quieren ver desde sus escaños, y si España va bien es sólo para algunos».

Dice que las amargas vivencias de estos últimos años le han marcado la vida. «Soy muy optimista pero tengo 55 y mi futuro lo veo más negro que el carbón -insiste-, pero también me he vuelto más rebelde porque cuando lo pierdes todo como me ha pasado a mí, también pierdes el miedo, y me cabrean mucho todos esos casos de corrupción de los banqueros que juegan con nuestro dinero y de los políticos que nos gobiernan que nos han estado robando, a manos llenas, a los españolitos de a pie». Él es de la opinión de que, «con todo el dinero que nos han robado los ladrones de guante blanco, se podrían haber creado muchas empresas y muchos empleos». Y un empleo es, precisamente, lo que este eldense lleva buscando cuatro angustiosos años sin encontrarlo.

Las circunstancias, a veces, marcan un destino. Esto es lo que le ha sucedido a Modesto Soler Andrés, alcoyano de 51 años, que en 1991 dejó su empleo de electricista para cuidar a su padre enfermo. Más tarde tuvo que hacer lo propio con su madre, pero desde que falleció su progenitor en 1995 no ha podido reintegrarse al mundo laboral.

Modesto acabó la EGB, hizo primero de FP de Electricidad y «entré a trabajar en una empresa especializada», donde estuvo tres años. «Hasta nos ocupábamos de la enramada de las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy», dijo. Tras fallecer su padre, «no encontraba trabajo; sólo trapicheos aquí y allá», por lo que acabó cuidando también a su madre. «La realidad es que a partir de 2000 no se encuentra nada y más después de que se acabó la construcción y el textil se ha ido. No quedan empresas». Ahora, «me toca ir a Cáritas los jueves [a recoger comida] y gestionar ayudas. La incertidumbre del día a día es mortal». Modesto Soler no ha dejado de formarse ya ha hecho cursos de Informática, de música y de orientación laboral del INEM, entre otros. «Hay que moverse. No parar nunca», subraya.

Bienvenida Gil lleva cuatro años soportando en sus carnes los efectos de la crisis. A sus 46 años, esta auxiliar de Enfermería ha comprobado en primera persona la imposibilidad de encontrar un trabajo adecuado a su formación profesional, por lo que tuvo que optar por dedicarse a la limpieza doméstica para sobrevivir. «Entré en la bolsa de trabajo de la Conselleria de Sanidad para ver si me llamaban para trabajar de lo mío. Viendo que por ahí no había salida, empecé a trabajar como empleada de hogar en la casa de unos empresarios ilicitanos, donde estuve nueve años sin dar de alta». Bienvenida reconoce que entonces las condiciones laborales y económicas no eran muy ventajosas, pero al menos le permitían obtener una pequeña renta para sufragar los gastos de comida y manutención, «y menos mal que vivo sola y tengo la casa que me dejó mi madre».

Pero la mala suerte se cebó en esta ilicitana. «Tuve que someterme a una operación quirúrgica y cuando me recuperé las personas para las que trabajaba no me habían guardado el puesto de trabajo. De eso hace cuatro años y ya no he podido encontrar nada». En esta situación, Bienvenida se enfrenta cada día a un auténtico reto para poder salir adelante. «Estoy esperando desde enero la renta garantizada y en Servicios Sociales me dan una ayuda, después de mucho patalear, cada tres o cuatro meses. Pero son sólo 220 euros y con eso no se puede vivir. Subsisto gracias a la ayuda de mi familia, de los amigos... Pero la situación es insostenible. Esto es malvivir. Ahora mismo estoy a punto de que me corten la luz porque no tengo dinero para pagarla. Además, estoy enferma y necesito dinero para comprar los medicamentos». De hecho, explica que, «en mi situación, tienes que tragar muchos sapos. Para entenderlo hay que pasar por esto, porque hay muchas veces que te ves obligada a hacer cosas que no te gustan, pero hay que vivir».

Bienvenida reconoce que en los meses posteriores a quedarse sin empleo aprovechaba el tiempo para dedicarse a sus aficiones, para hacer cosas que antes no podía por falta de tiempo. «Pero ahora ya no me apetece hacer nada. Hay días que no me levanto de la cama porque no me apetece. Esta situación no sólo te merma en el campo laboral, sino a nivel social». Pese a todo, confiesa que aún «no he perdido la esperanza y voy a seguir luchando».

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