La caída de las exportaciones a la que el Gobierno ha fiado la recuperación de la economía española se ha visto en parte compensada por el crecimiento de la demanda interna, abonada por una caída de los precios que ha favorecido a los agotados bolsillos de los ciudadanos, sacudidos por el paro, la moderación e incluso bajada de salarios y pensiones y la subida de impuestos.

El IPC ha regresado al terreno negativo por tercera vez en diez meses y sólo un trimestre después de exiguos crecimientos. Esta caída de los precios -que situaron la inflación en junio en el -0,3% en términos interanuales- favorece el consumo a corto plazo y mejora la competitividad de las empresas con el exterior, lo que impulsa a su vez la creación de empleo. Pero, si la tónica se mantiene, puede suponer un gran problema para la economía nacional.

España acumula ya 15 meses de baja inflación y el riesgo de una deflación continúa en el centro del debate, pese a que el Gobierno insiste en que estos retrocesos estaban previstos y que el IPC repuntará en otoño.

La deflación no es más que una caída continua y sistemática de los precios que puede perjudicar la economía en lugar de impulsarla, y más con la enorme deuda que acumulan las arcas públicas, las familias y las empresas, y el elevado paro. Cuando los precios bajan permanentemente los consumidores optan por no gastar, a la espera de que sigan bajando todavía más. Las empresas se ven obligadas a reducir sus márgenes, y con ello la inversión, lo que acaba dañando a la creación de empleo.

A esto se suma el enorme apalancamiento de España. Si la inflación es moderada se mantiene la demanda interna y por tanto el consumo, lo que permite generar ingresos que favorecen el pago de la deuda, tanto pública como privada, que además deja de crecer y, por tanto, se amortiza antes. Si no hay gasto, no hay ingresos, y es muy difícil reducir la deuda. Los expertos señalan además otro dato: cuando la inflación es baja durante mucho tiempo, significa que la inyección de liquidez que trata de impulsar el BCE no llega a la economía real, o no en la medida suficiente.

Una vez que se entra en la espiral de la deflación, es difícil salir.