Es el peor momento para acabar en el paro, cuando la jubilación aún queda demasiado lejos -son pocos los que pueden subsistir varios años únicamente de sus ahorros- pero los prejuicios convierten la edad en un obstáculo casi insalvable para encontrar un nuevo empleo. La crisis económica ha disparado la cifra de trabajadores mayores de 55 años que han pasado a engrosar las listas del Servef tras el cierre o la reestructuración de sus empresas y que, en muchos casos, acaban convertidos en parados de larga duración ante la actual falta de salidas laborales y los reparos de los responsables de personal para contratarles.

Sólo en la provincia de Alicante el número total de desempleados que superan esta edad ha pasado de los 18.800 registrados en 2006, antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, a los cerca de 40.000 que constan en el último informe del Observatorio Ocupacional del SEPE, referido al año 2012; mientras que en el conjunto de la Comunidad la cifra se ha incrementado de 42.318 a 90.502. De ellos, el 60% ya llevaba más de un año sin encontrar trabajo en el momento de realizar el estudio y el 48% superaba los dos años.

«El mercado laboral los ha expulsado, sobre todo en zonas como ésta donde se explota mucho al trabajador y se le exige estar muchas horas. Lamentablemente se ve a los mayores como un estorbo y no se valora nada la experiencia», se queja Óscar Ortega, psicólogo y orientador laboral de UGT que ha trabajado durante más de 15 años con este tipo de desempleados.

No obstante, Ortega distingue claramente dos tipos de perfiles entre los mayores de 55 años sin empleo: «Por un lado están los que ocupaban puestos de relevancia o tenían trabajos cualificados y se han visto afectados por ajustes de personal -son los primeros en irse porque son los que más cobran- y, por otro, los que trabajaban en la obra, la hostelería u otro tipo de trabajos de escasa cualificación», explica el experto. «Entre los primeros lo habitual es que acaben montando su propio negocio y he visto casos de gente que incluso le ha dado un buen bocado a su antigua empresa porque han sabido evitar los errores de sus antiguos jefes», señala el orientador.

Es, por ejemplo, lo que se está planteando Rosario -prefiere no dar su apellido ni mostrar su cara- que, superados los 50, se quedó en paro hace poco más de un año cuando el procurador para el que trabajaba le dijo que no podía continuar por el descenso de ingresos que iba a suponer el aumento de las tasas judiciales. «Me había quedado en paro otros veces pero nunca había estado más de unos meses. Ahora no lo veo nada claro: no hay nada», relata. Tras toda una vida de secretaria en despachos judiciales cree que su experiencia y sus conocimientos son un buen activo y, junto a otras compañeras en la misma situación, está pensando en montar «algo» por su cuenta.

«Más cuentas que Pitágoras»

Divorciada, con dos hijas a su cargo, Rosario asegura que hace «más cuentas que Pitágoras para llegar a fin de mes» y, aún así, tiene que recibir ayuda «de vez en cuando» de otro hijo que está independizado. «No me encuentro peor preparada que ningún joven pero las empresas les prefieren a ellos», sentencia antes de marcharse de la oficina del Servef donde ha ido a reclamar que le quiten una sanción por no renovar la inscripción a tiempo cuando estaba enferma.

Mucho peor lo tienen, según Óscar Ortega, aquellos que desempeñaban trabajos manuales o poco cualificados. «Lo tienen muy complicado y muchos acaban malviviendo del subsidio familiar por desempleo para mayores de 55 años -426 euros mensuales- hasta la jubilación», asegura el orientador. «Su única opción de conseguir un empleo es a través de un pariente o un conocido, por eso el consejo que siempre les damos es que tiren de todos los contactos que tengan. No se contrata a un portero de finca con una selección de personal, siempre entra el amigo o el hijo de alguien», insiste el experto.

Lo sabe bien Luis Beltrán, de 57 años, que ha intentado emplearse en alguna de las urbanizaciones de la Playa de San Juan de Alicante sin éxito. Al ser encofrador -responsables de construir la estructura de los edificios- fue uno de los primeros en verse afectados cuando el entramado inmobiliario que sostenía la economía saltó por los aires. Hace ya más de cinco años y reconoce que ya no sabe dónde buscar empleo. «Con esta edad ya no nos quieren en ningún lado», asegura con desazón. Su única esperanza, subraya, «es que la construcción vuelva a tirar y veremos». Sus hijos intentan darle ánimos y relata que «todos los días se meten en internet y me dicen que me presente a aquí o allá, pero no sale nada». Va trampeando como puede para llegar a fin de mes pero admite que no siempre puede pagar todos los recibos. Le preocupa y mucho qué ocurrirá cuando llegue a la jubilación: «Tras tantos años cotizando a saber qué pensión se me queda, no hay derecho».

También los hay que intentan conformarse y sobrellevar la situación «sin amargarse demasiado», asegura Bernardo Alcaraz, un ilicitano de 62 años que hace seis años decidió dejar el sector del calzado «harto del clandestinaje y de ver muchas cosas que no me gustaban». Afiliado histórico de CC OO, tuvo suerte y a través de un familiar consiguió un empleo para descargar mercancía en unos grandes almacenes y, más tarde, estuvo trabajando en un cámping que el sindicato tiene en la localidad valenciana de Enguera. Ahora lleva ya varios años parado. «No nos podemos permitir un viaje, no me puedo ir de copas, pero con los 800 euros que ingresamos entre mi mujer y yo podemos vivir porque tampoco tenemos deudas», explica Alcaraz, convencido de que ahora nadie le contrataría: «¿Con 62 años?», responde se le pregunta al respecto.

Miedo a los recortes

Por suerte, las hijas de Bernardo Alcaraz pueden echarle una mano si le hace falta y ha decidido pasar el tiempo cultivando un pequeño huerto. Eso sí, reconoce que tiene «miedo» de que el Gobierno siga recortando y retrase más la edad de jubilación o reduzca las pensiones.

No es la misma situación de Macu, una administrativa de 57 años que tampoco quiere revelar su apellido ni su rostro para el reportaje. Vive sola y se le acaba de agotar el paro. Lleva los tres últimos años alternando trabajos que le duran dos o tres meses con el cobro de la prestación pero reconoce que se está «comiendo los ahorros de toda una vida» y que no ve un futuro despejado. «Cuando vas a una empresa el currículum te lo cogen pero ya no me hago ilusiones, nunca llaman», afirma con tristeza. Tampoco tiene «medios» para montar su propio negocio ni confía en que el Gobierno encuentre una solución para personas como ella. «Se preocupan mucho por los jóvenes pero no de los mayores. Piensan que ya nos apañaremos y no es así», sentencia para despedirse.