Carlos Solchaga (Tafalla, 1944), ministro durante más de una década -primero de Industria y luego de Economía y Hacienda bajo la presidencia de Felipe González-, socialdemócrata templado que exasperaba al guerrismo y a los sindicatos, atisba un punto de inflexión en la crisis financiera aunque anticipa un largo período con el desempleo en niveles difíciles de soportar. Políticos y gobiernos tienen, a su juicio, una responsabilidad directa en la prolongación y virulencia de esta crisis. Ahora, ya completamente alejado de la política -fue el sucesor como gran responsable de la economía socialista de Miguel Boyer en 1985 y dejó el testigo del cargo en 1993 a Pedro Solbes- está dedicado a la asesoría de las grandes corporaciones.

¿Lo que quedará después de este vendaval económico se parecerá en algo a lo que teníamos?

En casi todas las crisis hay una especie de nostalgia general por los buenos tiempos. Que vuelva la normalidad, dice la gente. Pero de ninguna crisis, y más si es prolongada como ésta, por ser financiera, se sale igual. Mucho menos si la crisis va acompañada de cambios tecnológicos muy profundos, como está pasando. El mundo será distinto, con un peso decrecido de la industria, un peso mucho mayor de los servicios y una gran importancia del conocimiento y su integración en las formas de producción de las empresas. Para bien o para mal, seguirán existiendo las entidades financieras. Pese a este desarrollo de las finanzas de los últimos años, desbocado y carente de regulación suficiente, ese mundo financiero complejo responde a las necesidades que se han ido creando en la economía global. Por eso es muy importante que hagamos el esfuerzo por acabar de transformar nuestro sistema financiero y sanearlo. Sólo sobre esa base podemos tener un flujo de crédito continuado y un crecimiento sostenible de la economía.

¿Acudir al rescate de la banca era entonces obligado?

Está demostrado que es un error castigar primero a los culpables, dejar que se hunda la entidad financiera y luego ver cómo se arregla la situación. Estados Unidos, el país más liberalizado del mundo, no tuvo dudas en 2008, a la vista de lo ocurrido con Lehman Brothers, en nacionalizar la mitad de la banca. Lo hicieron de manera transitoria, pero convencidos de que primero había que evitar el daño sistémico y luego exigir responsabilidades. Había que hacer lo que se ha hecho y la cuestión es saber si se hizo de la mejor de las maneras, con el menor de los costes y a su debido tiempo.

¿Cuánto puede resistir este país con más de seis millones de parados?

Es algo especialmente preocupante. En la medida en que empiece una recuperación, quizá a finales de este año, quizá a principios del que viene, el crecimiento del paro se detendrá. Pero, desgraciadamente, la experiencia en España demuestra que el paro crece mucho en los momentos de crisis, pero tarda mucho en decrecer en los de auge. En parte eso se debe a la propia desconfianza de los empresarios, que les lleva a esperar a que los primeros síntomas de recuperación se consoliden. Estamos condenados a vivir durante un tiempo relativamente prolongado con altas tasas de desempleo. Tenemos que buscar mediante el diálogo procedimientos para evitar que esta situación dramática se convierta en un disparadero de acción política inadecuada. Para eso es necesario que Gobierno y oposición vayan buscando posiciones comunes en torno a este problema y encontrar paliativos al mismo porque no es previsible una reducción de la tasa de desempleo en los próximos meses e incluso en años.

El elevado número de parados se agrava con la merma de dos colchones, el de la familia y el del Estado del bienestar.

Y un tercer factor: el nivel de sobreendeudamiento de las familias. Cuando los padres tenían un poco de dinero podían ayudar al hijo si éste quedaba sin empleo, pero ahora quizá tengan que dedicarlo a pagar la hipoteca. Como siempre pasa cuando se entra en un proceso de deterioro, conforme transcurre el tiempo, si no hay un cambio las cosas acumulan y son notablemente peores. Y eso está pasando ahora en nuestro país.

¿La reforma laboral era la manera de atajar ese desempleo creciente?

Si lo es sólo se verá en el largo plazo. La reforma se ha hecho para tratar de evitar el ajuste a la baja de la demanda de empleo en la actividad económica en las primeras fases de la crisis. Hay que darle a esta reforma laboral el tiempo suficiente para probar si está o no bien orientada. Creo que en general está bien orientada aunque quizá la aplicación de la misma esté siendo poco sensible por parte del Gobierno.

¿Una medida como ésta no habría requerido de mayor consenso o un gran pacto?

Quizá se pudiera haber logrado una actitud menos beligerante por parte de los sindicatos, pero con consenso, honestamente, creo que era imposible conseguirlo. La prueba es que los intentos de reforma laboral por consenso que hizo el PSOE, mi partido, concluyeron en agua de borrajas.

Usted, que siempre ha sido muy crítico con los sindicatos, ¿a qué atribuye esa imposibilidad de reformar con acuerdos?

A que el sistema jurídico español, el que se hizo durante la Transición, consagraba un poder de representación de los sindicatos incluso por encima del que sus propios afiliados le reconocían, lo que constituyó un esquema muy desequilibrado, que concentraba mucho poder en la negociación colectiva frente a la patronal. Tras éstos subyacía la idea de que las relaciones en el mundo laboral son asimétricas y que el poder del empresario para imponer condiciones era mucho mayor que el de los trabajadores. La legislación de aquel momento trataba de mantener el empleo a toda costa y dificultaba los ajustes de plantilla. La realidad demostró que, cada vez que había un recesión económica o de reajuste importante como fue la reconversión industrial, no se podían mantener los empleos. Al final pasaba que el ajuste era demasiado caro y muchas empresas se quedaban en el camino. Aunque sea doloroso para algunos, y poco grato para los que obtenían un poder político importante con la anterior normativa, la experiencia indica que esa reforma laboral era inevitable.

¿En el empecinamiento en mantener la austeridad a toda costa, cuando se ha demostrado que no era la receta apropiada para superar la crisis, hay una razón ideológica?

Para algunos la austeridad es pura ideología y, si con ella además se consigue una reducción del papel del Estado, hay quien la mira con simpatía aunque no lo reconozca. Al margen de eso, hay que reconocer que cuando se tiene un nivel de deuda muy alto, y se carece de capacidad para aumentarla si no es pagando una alta prima de riesgo, resulta obligatorio proceder a un ajuste. La cuestión está en decidir cuál es la gradualidad de ese ajuste. Es evidente que los países prestamistas, fundamentalmente los del norte de Europa, han impuesto a los que tienen desequilibrios fiscales unas cargas demasiado elevadas. La consecuencia de esto, peor incluso que el sacrificio de la población, es que este exceso de restricción en la primera fase ha llevado a que la recuperación económica sea imposible y, como consecuencia de ello, ese ajuste se ha hecho por debajo de los objetivos previstos. Nos hemos metido en un círculo vicioso del que incluso los que son muy partidarios de imponer ajustes fiscales reconocen que es muy difícil salir. Hay un énfasis puritano en castigar a quien lo ha hecho mal olvidándose de que antes tenemos que tomar otras medidas.

¿En algún momento habrá un cambio de directrices respecto a este ajuste a muerte?

Creo que sí. Aunque no se haya reconocido existe un consenso bastante mayoritario sobre la necesidad de bajar el pistón en el proceso de ajuste en países como Portugal, España y otros. Quienes exigen los ajustes empiezan a ser conscientes de que a este ritmo nunca volverá el crecimiento económico, lo que al final les llevará a sufrir las consecuencias de la falta de crecimiento de sus mercados de exportación. Mi preocupación es que ya hemos hecho mucho daño por mantener esa política tan rígida. No va a ser fácil restaurar la senda de crecimiento con unos cambios de rumbo pequeños. Además creo que la política fiscal aunque sea menos exigente por sí misma no puede ser expansiva. Esto implica que tendremos que seguir ajustando el déficit y eliminando el crecimiento de la deuda. Por ello, necesitamos más crédito, que la política monetaria ayude con tipos de interés bajos, por parte del Banco Central Europeo (BCE), y liquidez suficiente. Esas dos cosas se cumplen, pero para que se traduzcan en crecimiento del crédito es necesario que los bancos empiecen a verse unos a otros como solventes y a aceptar de nuevo riesgos. Hay señales de que este proceso puede estar empezando.

¿Estaríamos entonces cerca del punto de inflexión en la parte financiera de la crisis?

Tengo la impresión de que sí. Veremos si se consolida porque salidas falsas en este terreno ya las hemos sufrido alguna vez. Tenemos por delante un proceso complicado y que llevará bastante tiempo.

El horizonte temporal de la crisis, lo que nadie se atreve a marcar.

Estaría encantado de la vida si el año próximo una parte importante de estas dudas financieras de las que estamos hablando se han despejado y empezamos a registrar tasas de crecimiento de la actividad, aunque sean modestas. Estaremos enfocando la salida, pero lo que desgraciadamente no podremos decir es que el año que viene disminuirá el desempleo en este país.

Lo que sí han quedado en evidencia son las deficiencias de la construcción europea, el fracaso del euro.

Los que firmamos el Tratado de Maastricht vimos la constitución del BCE y la moneda única como una situación en un proceso dentro del cual se iría a la armonización de las políticas fiscales y a una mayor unión política. Pero ese proceso no se produjo así y lo que nunca pudimos prever es una crisis financiera tan grande como ésta. Si reconstruyo mis impresiones, cuando se habló la primera vez de una quiebra de Grecia me pareció imposible. Eso ocurría en países de América Latina o de África. Aquello se evitó, pero de una manera equivocada, insistiendo en que los tomadores de la deuda pública perdieran una parte de su dinero. Los mercados, que son muy temerosos, empezaron a temer que eso ocurriese en otros países y esto es lo que ha hecho que la crisis financiera en Europa se haya agravado mucho más. Una vez más, ese puritanismo de castigar a los aprovechados nos pasa factura.

Está diciendo que en esta crisis hay un componente moral.

Sin duda. Aquí se escucha decir que "estamos pagando nuestros excesos". Y muchos responderán "¿qué excesos?". La gente estaba haciendo uso del crédito cuando los tipos de interés eran extremadamente bajos. Y hay esa consideración moral de estar siendo castigados por nuestra alegría y falta de previsión. En los países nórdicos y Alemania existe esa visión del castigo como elemento purificador de los comportamientos, que tiene un componente muy puritano.

Aquí lo que se perdona con más facilidad es el incumplimiento fiscal, defraudar a Hacienda no tiene reproche social ninguno.

No sé si aquí pasa con más frecuencia que en otros países. Uno se sorprende con lo que está ocurriendo en Francia con miembros destacados del Gobierno socialista. Las sociedades europeas de la posguerra tenían una idea más cabal de lo que eran los sistemas fiscales. A partir de los años 70 sube la marea liberal y los impuestos empiezan a considerarse un ataque a la propiedad individual y se presentan como un riesgo de asignación inadecuada de recursos. Eso no deja de ser verdad, pero si queremos una convivencia sostenible y, como en el caso de Europa, compartimos la idea de un Estado del bienestar, tendremos que hacer un esfuerzo por extender la cultura del pago de los impuestos y persuadir a los ciudadanos de que éstos se distribuyen de la manera más justa posible.

¿Los economistas salen mal parados de esta crisis?

Los economistas han hecho esfuerzos importantes por entender la crisis y también han hecho análisis históricos para comparar esta situación con las anteriores. Creo que difícilmente se les puede culpar de no haber advertido la posibilidad de que la crisis se desencadenara. Salen mucho más perjudicados los banqueros y, en general, aquellas personas que se han dedicado a posicionar el riesgo ajeno. No saldrán nada bien, y la historia me acabará dando la razón, los políticos y los gobiernos. En algún momento saldremos de la crisis, pero el hecho de que se haya prolongado excesivamente y con un coste social tan elevado es algo que hay que achacar a la incompetencia y al oportunismo de los políticos.

¿Esto que vivimos ahora es también el naufragio de las políticas socialdemócratas?

Según. Eso no es verdad en Suecia o Dinamarca. No hay nada conceptualmente en la crisis que tenga por qué terminar con las políticas socialdemócratas. Al contrario, si se hubiera elegido un enfoque más keynesiano como respuesta a la profundidad de la crisis financiera es posible que esas políticas estuvieran ahora en pleno vigor. Esta crisis ha pillado a los países con unos niveles de deuda que históricamente no existían. Pero esos niveles de deuda son una exigencia de los mercados. Todo aquel que tiene una cartera de inversiones quiere contar con algunas de ellas muy seguras y eso es la deuda soberana. Para que se vea la paradoja: si en un momento determinado todos los países del mundo decidieran una política de superávit fiscal y se redujera la deuda de los inversores, porque no se renovara a su vencimiento, tendríamos un problema financiero grave para sustituir esos activos por otros, que tendrían que ser de mucho mayor riesgo. No se me entienda mal. Esto no es una alegato en favor del endeudamiento elevado, pero hay que dejar constancia de que la deuda pública es un activo más.