Ramón Cotarelo, Catedrático de Ciencias Políticas de la UNED. Ramón Cotarelo es un polemista en el sentido griego: un combatiente que lo cuestiona todo. Ayer abrió el seminario de la Universidad CEU Cardenal Herrera sobre «Crisis y revitalización de la ciudadanía: de la democracia de masas a la democracia deliberativa». Confía en el poder de la calle para la revolución.

¿Por qué sostiene que la ciudadanía aún está pendiente?

La ciudadanía es una carrera por la cual la gente tomamos el control de nuestros propios destinos, y todavía nos falta terreno para llegar a dominar las condiciones de nuestras vidas. Aún dependemos de muchas decisiones que se toman fuera de nuestro control.

¿Dónde se toman?

En los bancos, en los mercados internacionales, en los despachos de los políticos, en las sacristías de las iglesias€ En definitiva, en todos los ámbitos cerrados vetados al escrutinio público y al debate ciudadano. Nuestra condición de ciudadanos está mermada por decisiones que nos afectan pero que no tomamos.

¿Y no es utópico creer que podemos llegar a todas esas instancias, que podemos controlar toda nuestra vida?

En tiempos de Jerjes y de Darío [siglo VI a.C.] se hubiera dicho que lo que hoy vivimos es utópico, pero lo vivimos, ¿no?

Eso es ser optimista...

¡Claro! Tenemos tantas razones para ser optimistas como pesimistas, pero nos interesa ser optimistas.

El «gobierno por consentimiento» es más cómodo que la democracia participativa. ¿Realmente quiere la gente molestarse en participar más?

No, está clarísimo que la gente no quiere molestarse. Incluso aunque le demuestren que en juego están sus intereses, prefiere votar a un partido y olvidarse. Hay un proceso de dejadez y de abandono muy impropio de los humanos.

¿El decreto-ley del Gobierno sobre desahucios, con sus limitaciones de contenido, es una batalla «ganada» por la ciudadanía?

Está claro que si no hubiese habido movilización social, el Gobierno no habría reaccionado, porque los partidos dependen de los bancos. Sin embargo, no está ganada la lucha, porque el Ejecutivo no ha hecho más que vestir al santo y poner un parche. Pero cuidado: los tres suicidios por desahucios son el tipo de chispazo que puede prender un movimiento serio, una insurrección.

¿En qué desembocará la desafección actual hacia los políticos: en más democracia directa, en populismo o en renovación de los partidos?

Democracia directa ya tenemos. Existe una ley de Iniciativas Legislativas Populares „aunque imperfecta„, pero no la usamos. El populismo es un riesgo, pero resulta que ya se ha trasladado a la política más respetable: el alcalde de Londres es un populista, Berlusconi lo era, Artur Mas lleva el camino del populismo€ Por tanto, me inclino por la opción de renovar los partidos, que es más tangible.

¿Cómo?

Hay que revisar el sistema electoral, la legislación de partidos, su modo de financiarse€ Los partidos son imprescindibles y yo no concibo ningún sistema de democracia que no tenga partidos. Del mismo modo, las decisiones que nos afectan a todos han de adoptarse en en un Parlamento, no en una asamblea en la Puerta del Sol. Pero una cosa es que los partidos sean imprescindibles, y otra cosa es que sean los únicos actores.

Usted destaca que la «masa» ha ganado reputación y ya es vista como «multitud inteligente». ¿Qué puede conseguir?

¡Todo!

¿De qué manera?

Como lo están haciendo. Fíjate en el 15-M. Tenemos un problema de legitimidad del sistema político, cuestionado por una gente muy civilizada cuya fuerza principal es su carácter pacífico. Se comunican por internet, se reúnen pacíficamente, aguantan los palos y están dando un ejemplo moral ante el cual toda la población se rinde. Nuestra preocupación es por qué no hacen más y cómo van a articular el movimiento. Porque todos estamos de acuerdo en lo que proponen: que el sistema sea más democrático, que los políticos rindan cuenta de sus actos, que no tengan privilegios...

Pero mientras las calles se llenaban con los activistas del 15-M, ganó con arrolladora mayoría un PP que predicaba lo contrario.

Es que es un movimiento tan nuevo y reciente, tan apartado de la política convencional, que era difícil que tuviera un reflejo electoral en tan poco tiempo. Además, el año pasado no se votó a favor del PP, sino contra el PSOE. El 15-M es el adelanto del tiempo que está por venir, forzadamente encajado en este tiempo nuestro que es víctima de las cadenas del pasado. ¡Si los mismos Rajoy y Rubalcaba son del siglo pasado! No son más que dos segundones que no han hecho nada. Rubalcaba todavía ha acabado con ETA, ayudado por el juez Garzón y la sociedad. Pero a Rajoy lo puso a dedo Aznar.

Y ahora ha de gestionar la crisis. ¿Qué es lo que ve detrás del «austericidio» y los recortes?

El objetivo que persigue Alemania y los que sostienen su política es convertir el sur de Europa (es decir: Grecia, Portugal, España, Italia, Malta y Chipre) en la China de Europa. Es decir, aplicar una división internacional del trabajo en la cual los europeos podamos competir con los chinos en su propio territorio. ¿Cómo? Fabricando barato a base de pagar salarios de hambre. Eso pasará aquí.

¿Seremos los chinos de Europa?

Ésa es la finalidad. Durante los años 80 y 90, nuestra economía crecía y conservamos un Estado del bienestar basado en fuerte demanda, salarios altos, materias primas a precios razonables y alta productividad. Teníamos que competir con los tigres emergentes, que a su vez se basaban en salarios bajos, jornadas laborales intensivas, ausencia de derechos sociales, etc. Eso les permitía poner en venta productos muy baratos. Tanto es así que deslocalizamos allí nuestras industrias y competimos contra nosotros mismos: fabricábamos en Oriente nuestros productos para vendérnoslos aquí. Así arruinamos nuestras empresas.

¿Y ahora qué ocurrirá?

Para vencer a los países emergentes en competitividad se ha de fabricar productos mejores y/o más baratos, lo cual se logra aumentando la productividad. Los países que pueden aumentar la productividad, como Alemania, Finlandia o Austria, la aumentan. A los demás nos están empujando a ser competitivos a base de despedir mano de obra, quitar derechos sociales y tener salarios de hambre.