Casi la mitad de la energía que gastan las familias españolas se utiliza para calentar la vivienda. Por esta razón, es fundamental adoptar ciertos hábitos que permitan reducir la factura de calefacción sin prescindir del confort.

Una de las primeras medidas que sugieren desde el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) es disponer de un sistema de regulación que adapte las temperaturas del hogar a las necesidades de sus inquilinos, ya que no son constantes ni a lo largo del año ni a lo largo del día, y además hay espacios, por ejemplo la cocina, que tienen sus propias fuentes de calor y requieren menos calefacción. En este sentido, la legislación actual exige que las instalaciones individuales tengan un termostato colocado en la estancia principal, por ejemplo, el salón.

Por su parte, las instalaciones colectivas de calefacción central han de tener para cada circuito de zona del edificio un sistema de control de la temperatura del agua, en función de la temperatura exterior, y válvulas termostáticas en todos los radiadores situados en las estancias de la vivienda, exceptuando aseos, cocinas, vestíbulos y pasillos. Estas válvulas tienen varios niveles de ajuste, en función de la temperatura deseada, abriendo o cerrando el paso de agua caliente al radiador, según corresponda. Además, aprovechan las ganancias gratuitas de calor emitidas por cocinas y baños o, simplemente, del calor transmitido a través de los acristalamientos.

Si la vivienda está vacía durante un elevado número de horas al día, es recomendable sustituir el termostato normal por uno programable, que permita fijar las temperaturas en diferentes franjas horarias o incluso para fines de semana o vacaciones.

Con este sistema es posible ahorrar entre un 8 y un 13% de energía. Si no se puede hacer esta sustitución, un procedimiento sencillo al alcance de todos consiste en bajar la temperatura en 4 o 5º C cuando no vayamos a estar en casa por un periodo prolongado de tiempo y volverlo a subir cuando lleguemos.

Temperatura de confort

Es preciso tener en cuenta que la temperatura a la que programamos la calefacción condiciona el consumo de energía, ya que por cada grado que la aumentemos, se incrementa el gasto en un 7%. Así, aunque la sensación de confort sea subjetiva, una temperatura entre 19 y 21º es suficiente para la mayoría de las personas. Además, por la noche en los dormitorios basta con una temperatura entre 15 y 19º para sentirse cómodo.

Para ahorrar energía, también es aconsejable revisar el sistema de calefacción antes de que empiecen los meses fríos, ya que un adecuado mantenimiento de la caldera puede implicar un ahorro de energía de hasta el 15%. Asimismo, hay que revisar las unidades terminales y, si es el caso, purgar los radiadores, ya que si la presencia de burbujas de aire en el circuito dificulta la transmisión de calor desde el agua caliente al exterior.

Apagar la calefacción mientras se duerme y, por la mañana, esperar a ventilar la casa para encenderla; no cubrir los radiadores ni colocar objetos al lado; o cerrar persianas y cortinas por la noche para evitar pérdidas de calor son otros pequeños hábitos que nos permitirán reducir nuestra factura de calefacción.

La importancia de un buen aislamiento

La cantidad de calor necesaria para mantener el hogar a la temperatura confort depende, en buena medida, de su nivel de aislamiento térmico. Una vivienda mal aislada necesita, además, más energía, ya que en invierno se enfría rápidamente y puede tener condensaciones en el interior.

Por la cubierta exterior de un edificio es por donde se pierde más calor si no cuenta con un buen aislamiento. También se escapa el calor por ventanas y acristalamientos, marcos y molduras de puertas y persianas, cajetines de persianas enrollables sin aislar, tuberías y conductos, chimeneas, etc.

Alternativas cómodas y sencillas

Calor verde: radiación infrarroja que calienta del mismo modo que lo hace el sol con la tierra. El rayo infrarrojo no caldea el aire, sino que calienta los cuerpos con los que entra en contacto (suelo, paredes, muebles, seres vivos), siendo estos los que transfieren su calor al ambiente. Con los sistemas tradicionales el aire caliente sube al techo y el frío desciende al suelo, donde es más necesario. La tecnología infrarroja se vale de un panel de aluminio de un milímetro de espesor por el que pasa un hilo calefactor que lo calienta. Por la otra cara, la placa tiene un doble recubrimiento de cerámica que al calentarse emite radiación infrarroja. Estas placas tienen forma cuadrangular, plana y delgada y se pueden instalar en huecos abiertos y en los techos de escayola por lo que no es necesario acometer obras. Consume entre un 30 y un 50% menos que los sistemas de calefacción actuales.

Calor azul: consiste en emisores térmicos que utilizan la mínima potencia necesaria para alcanzar la temperatura deseada. Estos radiadores eléctricos utilizan aluminio extruido para su carcasa, que une a su resistencia a la corrosión un excelente coeficiente de transmisión térmica, por lo que consiguen trasmitir la temperatura al exterior con el mínimo de pérdida de energía. Este sistema requiere en torno a un 30 ó 40% menos de potencia que otros calefactores eléctricos y tiene un rendimiento superior del 50%.