No está teniendo suerte en la última década el Fondo Monetario Internacional (FMI) con las personas que Europa le ha enviado para dirigirlo. Por diversos motivos, los tres últimos directores gerentes de este organismo -un francés, un alemán y un español (no hay chiste a la vista)- han abandonado su cargo antes de que finalizara su mandato. El último en hacerlo, el pasado jueves, ha sido el galo Dominique Strauss-Kahn, quien el sábado 14 de mayo fue detenido en el avión que debía trasladarlo desde Nueva York a Europa para asistir el lunes a una crucial reunión junto a los ministros de Economía de la UE para aprobar, como se hizo, el plan de rescate de Portugal y analizar cómo se suaviza el programa de Grecia para facilitar que el país heleno pueda hacer frente a sus deudas. Ese sábado, antes de dirigirse precipitadamente hacia el aeropuerto, Strauss-Kahn parece que tuvo inquietudes de otra índole que la económica, como se deduce del hecho de que la policía le arrestara acusado de una agresión sexual a una de las camareras del hotel neoyorquino donde se alojaba. Strauss-Kahn acabó encarcelado y se enfrenta a una posible pena de 25 años de prisión.

A los cinco días de ser detenido presentó su dimisión después de que las voces más autorizadas, como la de Estados Unidos, le instaran a hacerlo. El político francés, sin embargo, no tenía intención de concluir su mandato, previsto para octubre de 2012, dado que era el candidato con más apoyos entre los socialistas galos para disputar la presidencia el año que viene a Nicolás Sarkozy. Y parecía que iba a ganarla. En los últimos días, Europa ha alzado su voz, frente a los países emergentes, reclamando su "derecho" a nombrar al nuevo director gerente del FMI, como ha venido haciendo desde la creación en 1944 de este organismo -la presidencia del paralelo Banco Mundial siempre ha correspondido a Estados Unidos- surgido de las llamas de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la gran mayoría de los últimos responsables designados por Europa para dirigir el FMI han ocupado el cargo con la vista puesta en una posterior promoción personal o como una estación de paso hacia destinos inciertos tras haber tocado la cumbre con anterioridad.

Los precedentes

Es el caso del antecesor de Strauss-Kahn, el español Rodrigo Rato, quien accedió al cargo en junio de 2004 tras ocho años como vicepresidente económico en los gobiernos de José María Aznar y después de que éste le relegara en favor de Mariano Rajoy a la hora de designar al nuevo líder del PP. Rato apenas superó tres de los cinco años de mandato previstos y dimitió en octubre de 2007 alegando problemas familiares y en medio de la incomprensión general, en especial en España, que era la primera vez que colocaba a un autóctono en tan alto cargo. Tras regresar a su añorado país, pasó dos años de plácido retiro en varios consejos de administración de relevantes empresas hasta que en enero de 2010 se consumó lo que se venía anunciando desde muchos meses antes: accedió a la presidencia de Caja Madrid, desde donde ha ascendido a un cargo de mayor enjundia como máximo responsable del tercer grupo financiero del país -Bankia- tras engullir a Bancaja y otras cinco cajas de ahorros de menor tamaño.

Además de sus méritos personales y de la voluntad de Aznar de compensarle por el desaire de la sucesión, lo cierto es que si Rato llegó al FMI fue principalmente porque la persona que dirigía este organismo en aquel momento, el alemán Horst Köhler, presentó su dimisión, sin haber llegado a los cuatro años de mandato, en marzo de 2004. Como pretendía hacer Strauss-Kahn, Köhler dejó el FMI llamado por los conservadores germanos para ocupar la presidencia de Alemania, en la que fue reelegido en 2009. Los tres casos mencionados tienen un precedente de entre los diez europeos que han dirigido el FMI. Se trata de Jacques de Larosière, quien en 1987, en el ecuador de su segundo mandato al frente del organismo, dejó al cargo para convertirse en el nuevo gobernador del Banco de Francia.

La actitud de estos cuatro dirigentes, sin lugar a dudas, no es una buena carta de presentación, en cuanto a compromiso, de las aspiraciones europeas a seguir contando con uno de los suyos al frente del FMI con el argumento de que son los principales financiadores de la institución. Los emergentes creen que ha llegado su hora. Lo mismo opina el director del Observatorio de Coyuntura Económica Internacional (OCEI) de la Universitat de València, Vicente Pallardó, quien asegura que el Fondo se apresta a ser objeto de una nueva definición sobre su función en un mundo que ha cambiado radicalmente en los últimos años, en especial con la actual crisis, y el "símbolo" de ese cambio debe ser un director procedente de las no tan futuras potencias económicas. Los europeos tercian que los principales problemas a nivel internacional se dan precisamente en el seno de la UE -con la posibilidad de que Irlanda, Grecia y Portugal arrastren al euro al abismo- y que por ello se requiere, al menos en esta ocasión, a alguien con sensibilidad europea.

Sea el resultado el que sea, la paradoja es que, a pesar de que Strauss-Kahn se ha hundido por sus debilidades personales, hay coincidencia en que su gestión en el FMI ha sido más bien positiva. No falta quien apunta que su mediación se ha revelado fundamental a la hora de templar los planes de ajuste a los países periféricos de la UE y, en consecuencia, los mismos temen que su ausencia pueda ser un obstáculo para la salida de la crisis en Europa. Vicente Pallardó se encuentra entre quienes destacan la contribución del político francés a impulsar una flexibilidad en las directrices del organismo -y una mirada más atenta a las consecuencias sociales de sus postulados- que en otras etapas dieron lugar a agudas críticas contra la institución. Con sus sombras personales, Strauss-Kahn ha aportado cierta luz desde la dirección del FMI durante esta etapa de crisis e incluso avaló a principios de año un informe interno que supuso un ataque devastador al mandato de su antecesor Rato por no haber advertido con suficiente antelación de la crisis. El informe era crítico con el funcionamiento de una institución que aplicaba en algunas ocasiones dobles raseros y en otras, simplemente, la máxima arbitrariedad respecto a sus asociados.

No han sido las únicas críticas que ha recibido desde su fundación en 1944 en la conferencia de Bretton Woods. Como explica Pallardó, en sus orígenes y para evitar los sucesos económicos que contribuyeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial -depreciaciones competitivas, protección arancelaria, etc- las naciones europeas capitaneadas por Estados Unidos diseñaron un organismo con funciones "muy definidas de control de los desequilibrios exteriores y de supervisión de las paridades de las monedas". Fue, en su opinión, "un rol que cumplió de forma razonable". En aquel mundo postbélico de intensa guerra fría, el Fondo era el encargado de autorizar devaluaciones de las monedas ateniéndose siempre al patrón dólar/oro. Ese modelo inicial se rompió a principios de los setenta, cuando el surgimiento de potencias como Japón y Alemania y el elevado endeudamiento generado por la guerra de Vietnam, impidieron a EE UU "asumir el coste de mantener ese patrón".

Se abre a partir de entonces una nueva etapa en la que el FMI se reconvierte y empieza a ejercer como "agencia supervisora o de evaluación y a marcar directrices sobre lo que deben hacer los países en desarrollo y emergentes para seguir la senda del despegue económico". A partir de aquel momento, el Fondo desarrolla unos principios, que luego se conocerán como Consenso de Washington, que incluyen una serie de medidas homogéneas a aplicar por aquellos estados que requirieran la ayuda del FMI. Disciplina presupuestaria, privatizaciones, reforma fiscal y apertura comercial fueron cuatro de los diez principios establecidos. El director del OCEI considera que esas directrices "eran buenas, pero dio problemas su aplicación universal". Al respecto, apunta que hubo países como Brasil, a partir de la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, que hicieron una aplicación correcta de las medidas y se vieron muy beneficiados. A Argentina le fue bien al principio, "pero prolongó en exceso la paridad peso/dólar y acabó en el corralito". El informe del profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Pablo Bustelo, Desarrollo económico:Del Consenso al Post-Consenso de Washington y más allá, pone de manifiesto que las zonas que aplicaron "más nítidamente" las recomendaciones del FMI, como Rusia, la Europa del Este y toda África, registraron entre 1991 y 1995 tasas de crecimiento negativas "o bien positivas pero bajas (América Latina y el Caribe)", mientras que las que "se mantuvieron al margen, como Asia central y, en menor medida, Asia meridional, crecieron deforma sostenida". El autor concluye que "las graves crisis asiáticas de 1997-98 acabaron de dar la puntilla a un enfoque que había insistido mucho en la liberalización como requisito esencial del desarrollo".

Según Pallardó, el punto de inflexión generado por la crisis de los tigres orientales ha dado lugar a otra etapa en el FMI "de una mayor flexibilidad en algunos principios para adaptarlos a cada país y tener en cuenta los aspectos sociales", que fue una de las críticas que hizo a la institución el Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Como de alguna forma se está viendo ahora en Europa, se intenta hacer planes que tengan en consideración las peculiaridades de cada país. Pero el director del OCEI considera que el Fondo, en un mundo globalizado, debe buscar un nuevo papel. Pallardó habla de un FMI reconvertido en una "agencia supranacional para coordinar esfuerzos en regulación financiera, evitar manipulaciones de las divisas o coordinar los principios macroeconómicos". Sea lo que sea, lo cierto es que Strauss-Kahn no lo verá desde el puesto de mando. Y si le sucede un europeo, es de esperar que aguante los cinco años de mandato, pero sobre todo que no se desboque en los hoteles.