Si algo dejó claro el Gran Premio de Argentina de MotoGP es que los reglamentos están, pero están para ser interpretados de cualquier manera y si a eso unes la «trifulca» final entre los pilotos Valentino Rossi (Yamaha YZR M 1) y Marc Márquez (Repsol Honda RC 213 V) y sus «séquitos», pues la polémica está más que servida y deja al aire una herida todavía abierta y hasta sangrante.

La actitud de Marc Márquez resulta lógica. Se ve sancionado por algo que no entiende, pues el oficial de pista no le mando a la calle de talleres, y sabedor de la importancia de un buen resultado, protagoniza una de sus siempre espectaculares remontadas pero con una pista que no estaba para demasiadas florituras por las numerosas zonas encharcadas.

El propio Márquez lo reconoce en sus declaraciones y no le falta razón, reconoce que entra mucho más deprisa que Espargaró en la zona en la que se tocan y el errores es suyo, que no espera que su rival de Aprilia frene en el punto en el que lo hizo, pero pidió disculpas, mientras que al llegar a Valentino Rossi la situación fue distinta pues se intentó colar un poco más por el interior, en una zona que podía, pero había agua y la rueda de su moto deslizó, tocándose con Rossi. Ambos intentaron evitar la caída pero Rossi acabó en la hierva mojada y ahí la caída fue inevitable.

Las declaraciones de Rossi se antojan excesivas para la situación vivida y en realidad dejan entrever que las heridas abiertas en 2015, al menos para él, continúan abiertas y sangrando, pues no hay un momento oportuno en el que aproveche para volver a revivir todo. Márquez tiene culpa, sí, pero no más que aquella que su combativo espíritu de deportista con 25 años a sus espaldas le «incitó» a intentar remontar todas las adversidades que se le plantearon en unas condiciones de carrera que, desde luego, no son las mismas que se dan en una partida de ajedrez en casa.