Noche de caras largas en Can Barça. El equipo, eliminado de Copa por el Novelda, un Segunda B respondón que ya había eliminado el año anterior al Valencia y Las Palmas. El vestuario, un páramo con Van Gaal aún presente. Suena la puerta. «¿Me podéis dar una camiseta?», pregunta alguien. Gerard mete la mano en el saco de la ropa y le lanza una. «¡Ostras, la de Mendieta!», celebra entre dientes el joven. Es Toni Madrigal (Alicante, 1976), el delantero que acaba de dejar en la cuneta a los culés con un hat-trick historia del fútbol español.

«Todos los del equipo acordamos pedir la camiseta a un jugador del Barça al descanso. Yo hablé con Riquelme y me dijo que al final, pero como le ganamos luego se negó a dármela», cuenta el ariete.

Quince años después del partido que cambió la vida al Novelda y a Madrigal todo parece seguir igual. El delantero, hoy preparador físico del filial del Celta, entra al estadio La Magdalena en olor de multitudes. El conserje le para y le saluda efusivamente, en su garita guarda enmarcado el cartel de aquella eliminatoria copera contra el Barça y acude raudo a por él. Mientras, un par de señoras tampoco esquivan a Madrigal. Una de ellas ahora es la utillera del equipo, pero Toni le conoce como miembro de la Demencia Rabúa, ilustre peña del club.

«Fue inolvidable, a los lados había gradas supletorias, pero en los fondos la gente estaba de pie y no se veía el final», confiesa Madrigal al pisar de nuevo el terreno de juego donde en septiembre de 2002 le cambió la vida. El guión era el que presuponía el Barça: dominio del partido, un rival de Segunda B bien plantado y victoria por la mínima al descanso. «No hubo charla ni pócima mágica en el vestuario. No se veía que podíamos hacer algo, nos felicitamos por haber competido bien, pero no dijimos 'vamos a ganarles' ni nada por el estilo», cuenta Madrigal. Hasta Teixidó, el técnico del Novelda, había llegado a afirmar en la previa que prefería perder contra el Barça y ganar el domingo en Liga al Palamós. Pero tras el comienzo de la segunda parte nada iba a volver a ser como antes.

Tres goles para el recuerdo

El empate llegó en el 59', una falta lateral de Mullor que empuja Madrigal a la red. «En ese momento pensé: 'He metido gol al Barça, es la hostia'. Pesaba más el ego propio que el colectivo», sostiene Madrigal. Pero no le dio tiempo a masticar demasiado esa teoría, el 2-1 llegó seis minutos después. «Ahí ya pensamos todos: 'Podemos ganar, si les apretamos, podemos'». De aquel segundo gol Madrigal guarda el mejor recuerdo: «Fue una jugada rápida e intuí dónde iba a caer el rebote, me anticipé a De Boer y Reiziger y se la crucé a Enke». El alocado partido volvió a las tablas, pero a falta de diez minutos para el final Madrigal impuso su ley con un cabezazo picado. «Era tal la sensación que decíamos que si nos volvían a empatar, marcábamos el cuarto». Pero así terminó. 3-2, el Barça eliminado y Madrigal, en las portadas de medio mundo.

Un pospartido frenético

El éxtasis invadió Novelda aquella noche de septiembre, cinco mil personas saltaron al campo tras el pitido final y sacaron a hombros a los jugadores. Era la mayor gesta de la historia del club. Una hora después del partido la madre de Madrigal consigue superar la barrera policial y entrar al vestuario para felicitar a su hijo. «Tienes que ir a rueda de prensa», le dice el delegado del club al delantero. «Cuando salí había mil cámaras, algunas me siguieron a casa para ver cómo era mi día a día; me llamaron hasta de Argentina. Una locura, pero atendí a todos. Lo llevé bien porque era algo que no tenía todos los días, aunque me sentí como Hugh Grant en Notting Hill», explica.

Tras unas semanas de euforia, Madrigal recuperó la calma e hizo una buena carrera en el grupo III de Segunda B. Hoy, tras semejante éxito, habría jugado en Europa. «Eran otros tiempos, sin apenas internet, yo no tenía ni representante. Hoy podría haber vivido de ello echándole cara, pero ahora aquellos goles no están ni en YouTube», lamenta.

Desde su retirada en 2012 va de la mano del técnico Ruben Albés como preparador físico y sonríe humildemente cada vez que alguien le reconoce por su hazaña. «De aquella tarde no tengo ni fotos, al día siguiente la gente fue a casa del fotógrafo, las cogía y se las llevaba y muchos jugadores nos quedamos sin ninguna», explica un Madrigal que echa de menos el partido único en Copa, el torneo que le guardó para siempre una página para la historia.