La peor pesadilla para los aficionados británicos devino en cruda realidad la noche del 5 de agosto: un viejo con dos sanciones por dopaje a sus espaldas, el mismo a quien abuchean cada vez que asoma por la pista, arruinó la escena tantas veces soñada de su ídolo en lo más alto del podio como remate a su última carrera individual de 100 metros.

Doce años después de ser campeón del mundo en Helsinki, Justin Gatlin obtuvo el premio a su constancia con un nuevo título universal, pero esta vez, además, cobrándose una pieza de rango supremo. El mejor velocista de todos los tiempos, Usain Bolt, caía derrotado, por primera vez en 10 años, en una final.

La perseverancia del velocista de Brooklyn encontró, al fin, su justo premio. El quinto atleta más veloz de la historia (9.74) llevaba cinco medallas de plata consecutivas en grandes campeonatos (mundiales y olímpicos), siempre relegado al puesto de segundón por Bolt.

El estadio de Londres retribuyó el pasado sábado su constancia otorgándole el honor de encabezar un doblete estadounidense -junto al joven cachorro de 22 años Christian Coleman- que se tomó cumplida revancha frente al eterno enemigo jamaicano.

La aguda rivalidad en la pista no tiene prolongación entre bambalinas. Gatlin asegura que en la zona de calentamiento, minutos antes de saltar a la palestra, intercambian bromas, y después de la gran carrera el astro jamaicano se acercó a felicitarlo: «Me dijo: felicidades, te lo mereces. Él sabe muy bien el trabajo que me ha costado llegar hasta aquí», reveló el norteamericano.

Con 35 años, Gatlin es el campeón mundial de 100 metros más viejo, aunque su edad atlética sea, en realidad, cuatro años más joven, una vez descontados los cuatro años que pasó «a la sombra» (entre 2006 y 2010) por reincidencia en el dopaje.

Los tacos de salida, los peores que ha conocido Bolt en su vida -así lo dijo la víspera-, aunque iguales para todos, dictaron sentencia. Bolt tardó una eternidad (188 milésimas) en despegarse de ellos, cediendo en ese punto seis centésimas a Coleman y cinco a Gatlin, todo un mundo para una carrera de 100 metros.

«La salida me está matando», confesó el jamaicano después de su derrota. Bolt confiaba en su asombrosa capacidad de aceleración a partir del primer tercio de carrera para contrarrestar esa deficiencia, pero la pista le confirmó que ya no es el mismo y que, probablemente, tiene razón cuando se ratifica una y otra vez en su decisión de colgar las zapatillas después de Londres, contra la opinión de sus adláteres.

El ser humano más rápido del planeta se vio relegado, en su despedida, a la humilde condición de tercero en discordia, condenado a un adiós de bronce y sin grandes esperanzas de ganar el relevo 4x100 frente a la poderosa combinación Gatlin-Coleman.

Sin presión alguna, relegado a la calle ocho en la distribución de carriles por los tiempos acreditados en semifinales, allí por donde habitualmente corren los comparsas, Gatlin surgió impetuoso para hacerse con la victoria en 9.92, dos centésimas más rápido que Coleman, que sólo contaba cinco años cuando él ya fue campeón mundial la vez primera.

Hace dos años, en los Mundiales de Pekín, Gatlin se quedó a 13 milésimas de segundo de Bolt, las que van de un registro de 9.784 a otro de 9.797. Desde que fue campeón olímpico de 100 metros en Atenas 2004 con una marca de 9.85 -también ganó bronce en 200 y plata en 4x100-, y un año después campeón mundial en Helsinki, Gatlin no había experimentado una satisfacción tan intensa, tal vez la más grande de una carrera deportiva llena de vicisitudes.

Sus problemas con el dopaje se remontan a 16 años atrás. En 2001 dio positivo por anfetaminas y fue suspendido por dos años, pero alegó que había sido por culpa de un medicamento que tomaba desde niño para corregir el síndrome de déficit de atención y fue rehabilitado por a IAAF.

El 29 de julio de 2006, sin embargo, el propio Gatlin anunció que la Agencia Estadounidense Antidopaje le había comunicado el resultado adverso (testosterona) de un control a que había sido sometido en abril anterior.

El neoyorquino se entrenaba con Trevor Graham, un técnico de pésima reputación en materia de dopaje, ya que ocho de sus discípulos habían dado positivo. Echó la culpa a su masajista, Christopher Whetstine, de haberle aplicado en los glúteos una crema que contenía testosterona sin su conocimiento.

Pero esta vez la excusa no prosperó. El 22 de agosto del 2006 Gatlin tuvo que aceptar una sanción de ocho años -la alternativa era la suspensión a perpetuidad-, a cambio de colaborar con la Agencia Estadounidense Antidopaje.

Cuando llevaba dos años cumplidos, Gatlin presentó una apelación contra su castigo y una comisión de arbitraje le redujo en 2007 la sanción a cuatro años, que terminó de cumplir en 2010. Su récord personal (9.77, también récord mundial en su momento), conseguido en mayo del 2006, fue anulado.

Desde su regreso a las pistas se ha visto obligado a rumiar una venganza que el destino le ha ido demorando hasta los 35 años.