La Mitja Marató de Santa Pola suele ser una prueba habitual para los corredores principiantes. El hecho de que sea complemente llana, que durante gran parte se vaya corriendo por al lado del mar y que las calles y avenidas están repletas de gente animando, hacen que muchos atletas se animen a realizar su primera prueba de 21 kilómetros y 97 en la villa marinera.

Todos ellos cruzaron la línea de meta con una cara de felicidad y con una sonrisa de oreja a oreja. La satisfacción de muchos días de entrenamiento había valido la pena.

Grupos de corredores, principalmente, mujeres cruzaron el arco de meta con una emoción indescriptible. Multitud de felicitaciones de acompañantes de entrenamiento o club, de parejas, incluso llegaron a meta acompañados de sus hijos.

Incluso algunos derrocharon más de una lágrima. Y es que Santa Pola tiene un color especial y todo el que prueba suele repetir, a pesar de que los reproches de todos los años es que cuesta mucho cruzar el arco de salida después de darse el pistoletazo inicial. Entre cuatro y cinco minutos pasan desde que sale al primero hasta el que lo hace el último.

Una de las palabras más repetidas fue: «Lo has conseguido», y los posteriores besos y caricias hacia los debutantes.

No importa la marca: Por detrás de las dos horas hubo más de mil participantes que llegaron a meta. El último clasificado lo hizo en tres horas y 44 segundos.

Es los de menos. Lo principal es que la afición por el running se ha convertido en los últimos años en un modo de vida, como señala mi compañero Pere Rostoll, en su columna de opinión, y la afición por las carreras de larga distancia es cada vez mayor.

Ayer todos los que llegaron a meta se sintieron ganadores, al igual que Peter Cheruiyot Kirui y Antonina Kwambai. Unos por rebajar su marca personal, otros por volver a hacer un medio maratón después de superar una lesión y otros por correr, por primera vez, una prueba de este tipo.