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¿Cuarto poder?

El ego y el colectivo

Cristiano Ronaldo acaba de renovar «de por vida» con el Real Madrid. «El club de mi corazón y ahora único en mi vida», aseguró ayer el portugués, que en 2012 pidió al presidente que le traspasara a otro equipo. De modo que el «crack» de Madeira, que vive su peor inicio goleador desde que llegara al Bernabéu en 2009, puede acabar vestido de blanco con 36 años. E incluso asegura que éste no será su último contrato.

Las cifras de Ronaldo en el Madrid son incuestionables: en su séptima temporada en Chamartín ha marcado 372 goles en 360 partidos con un promedio de más de un tanto por partido. Una barbaridad al alcance de muy pocos jugadores, casi de ninguno. La ambición del delantero portugués y su capacidad para finalizar las jugadas son incomparables. Nadie lo puede discutir.

Ahora bien, cuando hablamos de un deporte colectivo como es el fútbol, conviene no confundir cantidad con calidad, ni los números con la esencia y el alma de este juego universal.

Es muy probable que Cristiano gane este año su cuarto balón de oro tras conquistar los dos títulos europeos con su club y con su selección, pero sólo los «mariachis» del portugués cuestionan que el mejor jugador del mundo -quién sabe si de la historia- es el barcelonista Leo Messi.

Basta con ver la enésima exhibición de La Pulga en Sevilla para constatar cómo el argentino sí tiene totalmente interiorizado ese concepto del fútbol como algo colectivo y coral. Cómo tiene asumido que en este deporte el equipo está por encima del individuo; y que los títulos valen más que los trofeos de «pichichi». Por todo ello Messi juega en el Barça y CR7 se ata de por vida al Madrid de Florentino, donde el negocio y el ego priman sobre el grupo.

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