Desde muy pequeño en mi casa se respiró un ambiente internacional. Mi abuelo noruego, con antepasados holandeses, judios, una abuela vasco navarra, la otro con orígenes gallegos, el abuelo paterno de ascendencia andaluza y árabe, mis amigos del colegio suecos, haitianos, egipcios, suizos, brasileños, incluso españoles, me situaron en un mundo global mucho antes de que eso fuera algo generalizado. Tal vez por esa razón los Juegos Olímpicos me producen emociones que nada tienen que ver con la nacionalidad de los participantes. Desde una emisora de radio me pidieron que comentara un combate de judo que implicaba alcanzar o no una medalla para una conciudadana, que, por cierto, además de vivir en Alicante y tener licencia federativa por Galicia, tiene orígenes castellanos, alicantinos, africanos y tal vez otros que desconozco. Creo que sorprendí a mi interlocutora cuando me preguntó: ¿estará usted nervioso? y yo, con sinceridad nada estudiada, afirmé: Yo nunca me pongo nervioso. En realidad quise decir, “en esas ocasiones”, porque nervioso si que me pongo, pero por otras razones que nada tiene que ver con que alguien gane o pierda un encuentro deportivo. Me produce rechazo la injusticia, la traición, la trampa, la estafa. Y el fanatismo. Sobre todo el fanatismo. La ceguera y la irracionalidad que este genera, en cualquier aspecto de la vida, me desasosiega. Los abucheos patrioteros, la perdida de sentido de la corrección y del respeto, el abandono del pensamiento racional en beneficio del pensamiento mágico, me separan de cualquier grupo que manifieste preferencias de otro orden que las puramente relativas a la calidad y al esfuerzo desarrollado. Mis 56 años de Judo me orientaron en esa dirección. Judo significa via o camino hacia la flexibilidad, o hacia la habilidad. Y en esa denominación está implícito que es más importante cómo haces el camino que a donde llegas.

En el caso de mi conciudadana, como en el de Lavillenie, o de la brasileña oriunda de la favela que en en Londres fue vilipendiada y en su país glorificada, o el de cualquier individuo que ha luchado con honestidad por un objetivo, lo logre o no, mi respeto y admiración nunca dependen ni dependerán de fronteras o situaciones administrativas. Unos juegos en los que la amistad, la ausencia de barreras y la unión de esos miles de jóvenes y sus equipos técnicos primen de verdad sobre banderas y clasificaciones, tal vez llegarían a alcanzar ese estado de tregua entre naciones que diera un tiempo de reflexión y acabase con los fanatismos, los intereses de una ínfima minoría y cumpliera el sentido de la restauración de los Juegos Olímpicos cada cuatro años. Pero no será así. El equipo de un lugar con sus hinchas será canalización de unos sentimientos y arma oculta de aquellos que prefieren ciudadanos bloqueados por el fanatismo a individuos con sentido crítico y pensamiento propio. El equipo de fútbol, o lo que sea, desde un ídolo a una fiesta, pasando por cualquier actividad que anule la capacidad de reflexión serena son algo útil para el poder.