Simone Biles, nueva campeona olímpica de gimnasia, representa la quintaesencia de este deporte: cuando entra en la sala, lo hace para ser la número uno. Entre ella y la perfección no hay ningún filtro. Los títulos por equipos e individual que ya ha ganado en Río, a los que puede sumar otros tres en las finales por aparatos, completan un trienio glorioso, que comenzó en 2013. En ese año, a los 16, debutó como internacional y ganó en Amberes su primer título mundial.

Siguieron luego dos más, en 2014 y 2015, una racha nunca lograda por nadie. Tres veces consecutivas campeona del mundo, el título olímpico era cuestión de tiempo. Biles, con 19 años y solo 1,46 metros, ya tiene reto: aguantar un nuevo ciclo y convertirse en la tercera mujer en la historia que revalida el oro olímpico, algo que no consiguió ni siquiera Nadia Comaneci, campeona en 1976 pero subcampeona en 1980. Sí lo habían hecho la soviética Larisa Latynina (1956 y 1960) y la checa Vera Caslavska (1964 y 1968). Era Caslavska la que tenía hasta ahora el mayor margen de puntuación entre el oro y la plata, con sus 1,40 de diferencia sobre la soviética Zinaida Voronina en 1968. Biles deja ese registro en nada con sus 2,10 de hueco sobre Raisman.

La biografía de Biles se acopla perfectamente al modelo del sueño americano: miembro de una familia desestructurada, adoptada por su abuelo y la mujer de este debido a la desatención de su madre, comenzó a practicar la gimnasia en Texas a los 6 años. Alguien adivinó su talento y la encaminó hacia un entrenamiento serio. El último capítulo de esta historia se escribe en Río.

A los 15 años Biles abandonó la escuela pública y continuó en casa sus estudios de bachillerato, para dedicar así más tiempo a la gimnasia. Se graduó en 2015, siendo ya doble campeona mundial.

Un año después ya suma, entre las distintas disciplinas, diez títulos mundiales y dos olímpicos. Dos de dos, pero, salvo catástrofe, serán cinco de cinco.