Después de ver a Mireia Belmonte adjudicarse la final de los 200 mariposa y, con ella, su primera medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, su técnico, el francés Fred Vergnoux, rompió a llorar en uno de los pasillos del Estadio Acuático de Río de Janeiro. El francés sitúa el origen de la metamorfosis de la catalana tras la plata de Londres. «Me dijo que ganaría el oro», asegura.

La cuádruple medallista olímpica completó en la ciudad carioca su particular «cubo de Rubik». Había sido en la primera jornada de competición bronce en la prueba de los 400 estilos, pero la fijación estaba en el oro. En los 200 mariposa. Su prueba Llegó con dudas a Río de Janeiro. Contenida por la exigencia de prorrogar su exitosa senda en los Juegos Olímpicos pero, sobre todo, por el recuerdo de la lesión que el pasado año le obligó a renunciar a los Mundiales de Kazán.

Tanto ella como Fred Vergnoux habían repetido en múltiples ocasiones que las medallas de la ciudad carioca se ganarían en Rusia. Ella no participó, paralizada por el dolor en sus hombros, y en la rueda de prensa posterior a la ceremonia de entrega de medallas reconoció que llegó a pensar que tendría «muy difícil llegar a estas Olimpiadas». Pero vaya sí llegó. Ahora, tras su bronce y su oro, aún le quedaba, al cierre de esta edición, otra opción de medalla en el 800. Una clasificación para la que tuvo que salvar una infinidad de obstáculos, empezando por el cansancio acumulado, tras apenas haber podido dormir seis horas, como consecuencia de las obligaciones que tuvo que atender tras su triunfo. «La noche del oro hasta las cuatro no pude pegar ojo y a las diez estaba en pie», señaló , pero se clasificó y se centró en luchar por su quinta medalla olímpica que la igualaría con David Cal.