La sorpresa en el fútbol es un elemento capital. España feneció ayer en París víctima de sí misma, de su propio agotamiento. El equipo que asombró al mundo en los dos primeros encuentros (vale, no eran grandes rivales ni Chequia ni Turquía), se quedó sin energía en el tercer encuentro contra Croacia y ya no volvió a recuperarla.

Del Bosque repitió la alineación en los cuatro partidos y al equipo le cayó encima un agotamiento insoportable. Se convirtió en un rival previsible. La medida que le había tomado Croacia se la agrandó en la primera parte Italia: presión a la salida de balón de De Gea y velocidad a las contras. El pelotazo de De Gea fue una constante en el torneo, una traición al estilo de España. El mundo al revés:Italia sacando el balón jugado, arriesgando en la salida, y La Roja abusando de ese balonazo que debía buscar Morata, siempre inferior al trío de centrales azzurrri.

Es un fin de ciclo para España. Se irá seguramente Del Bosque, después de dos títulos (el Mundial de Sudáfrica 2010 y la Eurocopa de Polonia y Ucrania 2012) y dos fracasos (el Mundial de Brasil 2014 y esta Eurocopa de Francia 2016). Es ley de vida. Hay que agradecerle al técnico salmantino su elegancia y su dedicación. Su serenidad en los peores momentos. Pero hace falta savia nueva también en el banquillo, sin renunciar al estilo, siempre perfeccionándolo, que es lo que ha faltado en esta Eurocopa.

«Nos hemos equivocado en el primer tiempo», reconoció Iniesta, dado que España mejoró en el seguno periodo, precisamente con las entradas de Aduriz y Lucas Vázquez. Variantes. Pero el fútbol es muchas veces desagradecido: lo sufrió ayer Aduriz, lesionado tras un costalazo de Parolo dentro del área sin que el árbitro siquiera señalara el penalti. La despedida de Aduriz (y su ilusión de niño por haber debutado en un gran torneo internacional a los 35 años) acabó por sentenciar a España.

Italia tuvo cinco minutos malos y Conte puso a calentar a Motta. El aviso surtió efecto: la Azzurra volvió a asumir el mando. Estaba mandando Italia al descanso y sus jugadores se fueron discutiendo, señal que estaban metidos en el partido. Esa pasión le faltó a España. Solo al final, a falta de tres minutos, protestaron airadamente una agresión de Motta a Lucas Vázquez. Demasiado tarde. Se había jugado el partido agónico que quería Italia. A la técnica española le faltó sorpresa. España murió de aburrimiento.