Islandia era uno de esos equipos cuyo nombre hasta hace no tanto sólo se conjugaba con goleada encajada. Hoy puede decir orgulloso que jugará los octavos de final de la Eurocopa tras una épica victoria frente a Austria.

Cuando las selecciones presentes en la Eurocopa tiran de tópico para hablar del espíritu de equipo que reina en sus concentraciones, deberían echar un vistazo a este combinado islandés, que cuenta con argumentos mucho más válidos que la mayoría para recurrir a ese lugar común.

Con una población de 330.000 habitantes, de los que uno de cada diez han comprado entradas para la Eurocopa, los isleños muestran una pasión solo comparable a la de otros pequeños países que se están rebelando en este torneo, como Gales.

En todo el país sólo hay siete campos de fútbol cubiertos: durante gran parte del año las gélidas temperaturas impiden la práctica de este deporte. Poco les importó a estos vikingos islandeses, que en Saint-Denis dieron una lección de raza y carácter.

Islandia y Austria han sido dos de los equipos más romos de una Eurocopa, de por sí bastante espesa en ideas ofensivas.

Pero con su fulgurante salida, los nórdicos dejaron claro que de poco valía la especulación si querían pasar a los octavos de final.

Fruto de ese dominio llegó el gol en el 18. Un saque de banda al área de Gunnarson fue peinado por el central Arnason, lo que permitió a su ariete Bödvarson controlar y rematar dentro del área ante la pasividad de la defensa.

Schöpf, bien habilitado por Alaba -que creció un mundo en la segunda mitad-, regateó bien a un defensa en la frontal y fusiló de tiro cruzado a Halldorsson.

Con todos los centroeuropeos metidos en el área islandesa, un contraataque de tres nórdicos solos permitió a Traustason escribir el capítulo más bello en la historia del fútbol islandés.

Corrieron lágrimas, muchas, entre los jugadores, aficionados y periodistas islandeses presentes.